En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Cristina Raffalli.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una sala de cine, con muchas películas, libros y
discos.
¿Prefiere los animales a la gente? No.
¿Es usted cruel? No me reconozco en ese
adjetivo. Algunas veces he sido cruel y recuerdo lo culpable que me sentí por
ello. Ahora bien, la crueldad me parece un material creativo muy poderoso, pues
abre caminos que llevan a exploraciones de una inmensa vitalidad, que nos
reflejan en espejos donde no solemos vernos. Pienso, por ejemplo, en el cine de
David Lynch o en el de Cronenberg.
¿Tiene muchos amigos? No soy
persona de grandes grupos ni de buscar compañía numerosa ni continua. Soy
bastante solitaria. Pero los amigos que tengo son de larga data. Los cuido y
los valoro inmensamente.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Pasiones
comunes, el don de la risa, la fidelidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No.
¿Es usted una persona sincera? Mi
sinceridad va en reconocer que no siempre puedo ser completamente sincera.
Muchas veces dejo de decir lo que pienso porque no siento que yo tenga el
derecho de herir o de romper un instante de armonía. No voy por la vida
diciéndole a la gente que está más gorda, o que ya no tiene un solo pelo en la
cabeza, o que la cena que se esmeró en preparar le quedó fatal. Hay situaciones
en las que se juegan asuntos muy importantes, que obligan a decir lo que
pensamos por desagradable que pueda ser para el otro saberlo, y es ahí cuando
se impone la sinceridad. Pero creo que está sobrevalorada o, quizás, se ha
desvirtuado su uso razonable. Si todos fuéramos completamente sinceros todo,
todo el tiempo, sería imposible convivir en paz.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Lo primero
que hago apenas detecto un minuto libre es leer.
¿Qué le da más miedo? La decrepitud
y la enfermedad, las discapacidades y la muerte de mis seres queridos. La
represión política en mi país de origen es un miedo cotidiano.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? El racismo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Creo que hubiera sido
psicóloga o criminóloga. O ambas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Aunque
nadie podría imaginarlo, voy al gimnasio varias veces por semana.
¿Sabe cocinar? Dicen por ahí que lo hago
muy bien.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Se llamaba
Cecilia Ayala. Fue una galerista muy importante en Venezuela y en Francia. Inolvidable por muchísimas razones: brillante,
audaz, terrible (esa sí que decía todo lo que le pasaba por la cabeza),
impertinente, generosa, solidaria, de una rectitud apabullante, comprometida
con el arte y sus artistas hasta la insensatez. Apasionada, dueña de sí misma,
libre en cada gesto y en cada decisión que tomó en su vida. Su desprecio por el
dinero era flagrante y le permitía llegar al goce de todo placer material y
sensorial. Amaba la belleza y sabía identificarla donde no era evidente o
aparente. Encontraba la verdad más honda
de cada uno con solo intercambiar unas palabras. Cinco minutos con ella frente
a un cuadro podían enseñarte tanto como un año de estudios. Amorosa, colérica,
arbitraria, compasiva, irreverente, desconsiderada, empática, contradictoria,
fulminante al hablar y al decidir. La
gente la odiaba o la amaba. Yo la amé casi siempre. Me siento muy afortunada
por haberla tenido cerca durante muchos años.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Abrazo.
¿Y la más peligrosa? Verdad absoluta.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, matar
no, pero sí ver a varios cumpliendo cadena perpetua.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? De
izquierda en lo social, de derecha en lo económico. Quizás es una tendencia
imposible. La izquierda quiere ofrecer lo que no sabe tener, la derecha quiere
tener lo que no sabe ofrecer.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un
acantilado de la costa gallega o una palmera del Caribe colombiano. O el Salto
Ángel. O el Ávila.
¿Cuáles son sus vicios principales? Las
aceitunas.
¿Y sus virtudes? Saber escuchar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi hijo a
los seis, siete meses, quedándose dormido en mis brazos. Un domingo en Caracas,
toda la familia comiendo junta. Alejandro y yo, caminando de la mano en algún
viaje. Las caras de mis sobrinos cuando eran niños. Mis padres sentados al
borde de mi cama. El Ávila a las cinco de la tarde. El cielo de Caracas. La
place Dauphine, llena de gente un domingo de verano.
T. M.