miércoles, 15 de octubre de 2025

Entrevista capotiana a Fernando del Val

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando del Val.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Cualquier sitio cómodo, o sea, con libros. Si hablamos de ciudades, prefiero la mía, Valladolid, pero viviría en cualquiera un año o dos. Me amoldo fácilmente si el destino es transitorio.

¿Prefiere los animales a la gente? Qué delicadas, aquellas fotos de Hitler acariciando cervatillos. En serio: que haya más perros que niños es un síntoma, otro, de decadencia. Cada vez que un perro ladra en la ciudad le sale una arruga a la Vieja Europa.

¿Es usted cruel? Sólo con quien me lo pide al oído.

¿Tiene muchos amigos? Tengo buena suerte, también en eso. Aunque, como sucede con los lectores, es más importante tener buenos que muchos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La respiración consciente. Y que no sean quejicas.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? La cultura del esfuerzo no está de moda. El progreso y la comodidad nos desactivan. En todo caso, no son las personas, sino lo que el paso del tiempo hace con ellas, lo que me puede decepcionar. Y, ya puestos, sólo aspiro a no ser yo quien lo haga.

¿Es usted una persona sincera? ¿Al escribir?

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Perdiéndolo.

¿Qué le da más miedo? Convertirme en un muerto viviente: ¡hay tantos!

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La vulgaridad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? ¿Se decide tal cosa? Puede ser. No sé. Tendría que nacer otra vez —y que me fuera abolida tal pulsión— para saberlo. Es tarde para saberlo y casi hasta para imaginarlo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? A mi pesar, pero alegaré que el justo. Quizá para estar en buenas condiciones y seguir leyendo y viendo películas y visitando exposiciones y tomando cafés. Al margen, sé distinguir entre el ejercicio comedido y el deporte, que tantas veces hace perder la dignidad... ¡y la salud!

¿Sabe cocinar? Gimferrer ni un huevo. Le honra. Yo aspiro a hacerlo -a cocinar, no a freír un huevo- cuando mi casa se convierta en un hogar. Mientras, me quita tiempo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Ni idea. Uno con zonas de sombra, cuyas acciones o deseos estuvieran conectados con el pozo negro que somos. Solo la oscuridad aporta luz a la hora de entender la Especie.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Libertad.
¿Y la más peligrosa? Protección.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? ¡Nunca he tenido deseos tan elevados!… ni los tendré: “Límite es medida” -Chillida-.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Las tendencias responden a las modas. Mi aspiración es caminar por la cuerda floja del presente sabiendo que debajo tengo la red de la tradición. No pierdo de vista que la creación tiene que ver con el momento -o con los primeros metros de cuerda del futuro-, pero la cultura es conservadora. Hay que intentar tocar el cielo con las manos, sin despegar del suelo los pies.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Guitarrista de un grupo de rock girando por Estados Unidos.

¿Cuáles son sus vicios principales? Responder a la pereza con pereza, recordando que menos por menos es más.

¿Y sus virtudes? Las virtudes tienen que ver con los defectos. Depende de la intensidad y del color del cristal.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Intentaría hacer una película de montaje, como de Patino o Won Kar Wai. Probablemente conduciría la cámara a mi pareja o a algún ser querido.

T. M.