lunes, 27 de octubre de 2025

Un enamoramiento imprevisto

Blanca Lacasa (Madrid, 1972) pudiera presentarse ante el lector como una figura tan discreta como transversal: compositora, periodista cultural, escritora de libros infantiles y ensayista, que ahora transita hacia la narrativa adulta con la publicación de El accidente, un relato largo más bien que una novela corta. Se trata de una historia que con lo mínimo alcanza lo máximo, a partir de una anécdota simple que detona todo el argumento: el encuentro fortuito de dos personas que, por así decirlo, no deberían enamorarse, pero lo hacen, dado que ella es una mujer que tiene pareja y él es un hombre homosexual que también está comprometido. Con tales premisas, el lector puede ir avanzando en el texto preguntándose cómo abordar entonces un deseo que no es legítimo ni pragmático, que no aspira al futuro ni a la consumación, pero que sin embargo se impone como pulsión vital, casi irrenunciable.

Lo mejor, en este sentido, del librito de Lacasa es que escribe sin discursos altisonantes sobre la dimensión amatoria ni grandes proclamas, y además con toques de humor. Su prosa pretende incidir en el lenguaje de forma quirúrgica, dejándose habitar por la ambigüedad, de tal modo que practica un estilo contenido y sencillo, con el que puede no hacer exhibicionismo emocional sino insinuar asuntos que tienen que ver con el ritual del deseo cuando este se vuelve improcedente. Cierto lirismo seco y ternura pueden percibirse en El accidente, que propone en efecto un amor accidental (pero cuál no lo es) para celebrar que la vida, las experiencias de la vida que necesitamos que nos sorprendan, irrumpen donde menos uno se lo espera. Como se lee en la página 15, «le parece tan rato que al día siguiente, domingo, al día siguiente es domingo, mientras desayuna, ella le dice a su novio que ayer se encontró con algunos de sus amigos de siempre y que el chico gay nuevo se le echó encima. Se lo dice mientras se come una tostada. Tampoco piensa mucho en ello».

Un año antes, Lacasa había publicado Las hijas horribles, un ensayo que cuestionaba la figura materna desde la incomodidad que suele evitarse en la literatura de lo femenino; en aquella ocasión, el lector podía concluir que el concepto de «hijidad» que proponía la autora era una invención necesaria para reflexionar sobre la relación materno-filial. Así las cosas, estamos ante una escritora que gusta de analizar las vinculaciones humanas más íntimas y comprometidas, hasta el punto de que, como hace en sus libros infantiles, plantea un panorama oblicuo al desafiar los géneros binarios (como en Ni guau ni miau, donde el protagonista no encaja ni como perro ni como gato). Lacasa, ya sea en su prosa ensayística y ahora narrativa, lo que parece buscar es desarmar categorías preconcebidas, ya sea al respecto de qué es una buena hija o cuál es un deseo legítimo.

A comienzos de mayo, Inés Martín Rodrigo entrevistaba en la prensa escrita a Lacasa con motivo de esta obra que inaugura el formato mini de Libros de Asteroide —junto con Vamos a comprar un poeta, del portugués Afonso Cruz—, en que la autora declaraba cómo le interesa sobremanera el enamoramiento visto como «enajenación mental transitoria». Justamente, en su cuento, Lacasa explora ese momento para, al detenerlo ahí, sumergirse narrativamente en él para comprenderlo mejor. El accidente es así una oportunidad para saber cómo uno se proyecta en el ser deseado y qué pasa dentro de uno, con minuciosidad, cuando se da ese fabuloso momento pleno de detalles seductores y minúsculas sorpresas que abren la existencia hacia un mundo nuevo, materializado en el otro, donde la incertidumbre da paso a la excitación, a la alegría, al amor.

Por otro lado, Lacasa tiene una gran capacidad para acuñar palabras o conceptos que enmarcan su discurso narrativo o ensayístico, como en el caso de lo que da en llamar «ángulo muerto», expresado en la página 19, a raíz de cómo la protagonista piensa en algo «desde otro ángulo». He aquí el quid de la cuestión: presentar una situación que no debería darse pero que obliga a contemplarla e interpretarla desde otro horizonte de expectativas. «Que se quiera o no es un ángulo muerto. Incluso cuando él se dice bisexual y aclara haber estado con mujeres en el pasado, ella no sale de ese ángulo muerto», escribe el narrador de la historia, omnisciente, objetivando de manera realmente interesante «esa zona que no se puede ver pero que está. Esa ínfima parte en la que pasan cosa. Probablemente pocas, pero algunas».

Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos 

(núm. 900, octubre 2025)