En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de William González.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Aquel donde estén mi
madre y mis hermanas.
¿Prefiere los animales a la gente? La gente, aunque cada vez la soporte menos. Sobre todo a los moralistas.
¿Es usted cruel? Sí,
cruel para el enemigo.
¿Tiene muchos amigos? Quizás unos cinco imprescindibles. Los demás, simples conocidos y harpías
que buscan algún beneficio.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Lealtad y que me digan siempre las cosas, buenas y malas, a la cara.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, porque de lo contrario no serían mis amigos.
¿Es usted una persona sincera? Trato de serlo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Café y charla con mi madre, leer un buen poemario, viajar con la mujer
que amo…
¿Qué le da más miedo? Las personas que no tienen nada que perder en esta vida. Son tipos y
tipas peligrosos. Les tengo un miedo máximo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Los cínicos que se aprovechan
de la dictadura nicaragüense para pasearse por Europa y el mundo, fingiendo que
“denuncian” la situación del país cuando, en realidad, solo buscan llenarse los
bolsillos a través de fundaciones. Me escandaliza su ignorancia, sus mediocres
y estúpidas carreras políticas mientras otros, los de a pie, se mueren de
hambre.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Soy
un Nadie.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Antes, atletismo de resistencia y balonmano. Ahora intento ir cuatro
días a la semana al gimnasio. El gimnasio es el cementerio de mi estrés
laboral.
¿Sabe cocinar? Lo
suficiente para no morirme de hambre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi papá Chava, el hombre más valiente y loco que he conocido.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? La que encaja en un verso que
emociona y subrayas.
¿Y la más peligrosa? Dictadura.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Tras cinco años de documentación y entrevistas con pandilleros y sicarios
en zonas recónditas de Centroamérica con el fin de escribir un poemario, Cara de crimen, uno aprende que al enemigo siempre hay que tenerlo en la mira. Ya sabe,
antes de que llore mi madre que llore la tuya.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Para el que ve mis artículos en ABC, soy facha y monárquico. Para el que me leyó en elDiario.es
o mi último reportaje en El
País, seré un progre. Dependerá de
la perspectiva y lo que el algoritmo de Google le muestre primero.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Multimillonario.
¿Cuáles son sus vicios principales? El amor, las mujeres y la vida, escribió Benedetti.
¿Y sus virtudes? Recordando
al gran Faulkner, hablo desde la experiencia que me ha otorgado el fracaso.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Esa que me persigue siempre: la vez que un pandillero asesinó a otro
delante de mis ojos cuando yo tenía siete años. Conocí la muerte temprano. No
le tengo miedo.
T. M.
