lunes, 29 de mayo de 2023
Entrevista en "Zenda" por "Ojos llenos de alegría. Estar vivo con R. W. Emerson"
domingo, 28 de mayo de 2023
Entrevista capotiana a Pedro López Martínez
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro López Martínez.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sin duda, elegiría un faro de la costa portuguesa en cuyas paredes interiores se pudiera instalar una biblioteca de libros de papel con una selección personal de siete mil títulos. El mobiliario, sencillo: sillón de lectura con orejeras y amplio escritorio de madera noble.
¿Prefiere los animales a la
gente? Depende de qué gente, depende
de qué animales; a menudo no aprecio grandes diferencias entre los unos y la
otra. No sabré ocultar que padezco una fobia crónica a los roedores y que, como
plantea Popper en su célebre paradoja, tampoco tolero bien a los intolerantes.
El gentío y las multitudes me incomodan, quizá porque evidencian mi
indefensión, sobre todo si van uniformados detrás de una bandera, de un himno o
de un escudo. Antes que de gente, prefiero hablar de personas, singularizarlas
en su lugar preciso en el mundo; y ahí, en general, sí prevalecen sobre los
animales.
¿Es usted cruel? Quiero creer que no, empatizo inmediatamente con el dolor. Si lo soy, es solo
conmigo mismo, cuando no me perdono cualquier desliz real o imaginario, o
cuando, transcurrido el tiempo, me enredo en las tramas imposibles de la vida y
acaso me arrepiento de no haber sucumbido a determinada tentación, o de no
haber sabido subirme a alguno de esos trenes que pasaron por delante.
¿Tiene muchos amigos? Sí y no. ¿Cuántos son muchos amigos? Quizá solo tengo los
necesarios, aquellos a los que uno intuye que siempre, suceda lo que suceda,
podrá seguir llamando amigos. Tres o cuatro. Dos o tres. Uno o dos.
¿Qué cualidades busca en sus
amigos? Las mismas que busco cuando
leo un poema, un relato o una novela: lealtad, autenticidad, verdad… esos
sustantivos abstractos que me gustaría escribir con mayúsculas. Y la
generosidad sin condiciones.
¿Suelen decepcionarle sus
amigos? Si lo eran y aún lo son, es
obvio que no, no pueden decepcionarme porque lo único que espero de ellos es que
sigan siendo ellos mismos. Sin embargo, antes sí me decepcionó alguno, cuando
andábamos metidos en el fango de aquella juventud que ahora siento remota,
cuando mi falta de experiencia o mi ridícula necesidad de pertenencia aceptaban
en esa categoría a cualquier intruso que viniera a presentarse como amigo.
¿Es usted una persona sincera?
Siempre, y es agotador, y a
menudo me lo reprocho, más que nunca cuando me muestro en alguna página de
ficción o en algún poema, porque siempre soy irremediablemente yo, en toda mi
desnudez. Me preocupa que se me note demasiado y que eso le perjudique al
personaje que me gustaría saber representar en ciertos ambientes –compromisos
familiares, eventos socioliterarios, etc.–, espacios en los que queda bien
fingir o encomendarse al demonio de la cortesía, de la adulación o del mero
interés. Pero me es muy difícil entrar en el juego. Comparto aquella cita
adjudicada a Franz Kafka: “Me avergoncé de mí mismo cuando comprendí que la
vida era una fiesta de disfraces y yo asistía con mi rostro real”. Y sigo
avergonzado.
¿Cómo prefiere ocupar su
tiempo libre? Sentándome al sol como un digno
heterónimo de Pessoa, abdicando de todo y siendo rey de mí mismo, dejándome
llevar por el rumor eterno de las olas, adormeciéndome entre pájaros y nubes,
hilvanando palabras que serán versos que serán poemas.
¿Qué le da más miedo? Temo a la soledad rigurosa cuando se acerque el declive.
Me aterra que con el transcurrir de los años llegue a desconocerme o a no
aceptarme tal como haya venido a ser, quienquiera que sea. Mi madre padeció
Alzheimer durante más de tres años y yo asistí a la agonía emocional de su
desmemoria, al vaciamiento regresivo de su identidad, al desgarro
indescriptible de no ser ya nunca más su hijo para ella. A día de hoy, a ese
final posible es al que más le temo.
¿Qué le escandaliza, si es que
hay algo que le escandalice? Hay unas cuantas cosas que
todavía me intrigan o me asombran, pero que ya dejaron de escandalizarme. Creo
que el escándalo está sobrevalorado en una sociedad como la nuestra, donde se
vive a golpe de inmediatez, de pantallas hipnotizadoras y de noticias
prefabricadas con fines espurios. Quizá, pensándolo bien, lo que más me
escandaliza aún es, por un lado, la maldad (que es exclusivamente humana), y
por otro la banalización de lo esencial, esa vulgaridad que poco a poco se va instalando
en todos los ámbitos.
Si no hubiera decidido ser
escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Ser escritor no es una decisión, es un destino. Y serlo y
sentirte pese a no vivir económicamente de ello (sabiendo de antemano que tu
compromiso vital no está contaminado por la necesidad de hacer carrera
literaria, por la urgencia de notoriedad y prestigio, por la presión editorial
para seguir subido en ese carro, por la exigencia de tener muchos lectores y vender
muchos libros que te justifiquen) es para mí una liberación, aunque también
podría ser un excelente argumento para lo que la actualidad llama fracaso. Un día, no hace mucho, un conocido al que llevaba
tiempo sin ver me preguntó inocentemente si seguía escribiendo; esa es una
pregunta que siempre me descoloca y que a veces me incomoda y que,
ocasionalmente, según quién sea el interlocutor, me indigna como un insulto,
porque lo interpreto como una sutil indagación que de algún modo desautoriza mi
relación íntima, elemental, con las palabras. No puedo imaginarme de otro modo
que no implique un contacto con los libros, con la imaginación literaria. Me
tienta apuntalar lo que digo con una frase de Roland Barthes que subrayé en
rojo cuando fui alumno universitario, de su ensayo Crítica y verdad, y que todavía me repito en secreto: “Es escritor aquel
para quien el lenguaje crea un problema, aquel que siente su profundidad, no su
instrumentalidad o su belleza”.
¿Practica algún tipo de ejercicio
físico? Sí: cuando la vida me lo
permite salgo a correr sesenta minutos exactos. Lo hago siempre solo y por un
itinerario fijo, memorizado, siempre sin auriculares que puedan distraerme de
mis pensamientos, siempre desprovisto de artilugios de control cardíaco,
siempre al atardecer. Aunque varíe la frecuencia según las estaciones y la
voluntad, que en mi caso es tan voluble como la pereza, este es un deporte que
practico con cierta regularidad desde que tuve diecinueve o veinte años.
¿Sabe cocinar? Sé cocinar. Me encanta cocinar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de
esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Personajes inolvidables hay tantos… Si es de ficción,
quizá escribiera sobre Monsieur Meurseult, el protagonista de El extranjero, la novela de Camus. Si es histórico, creo que me
decantaría por alguno de esos escritores sucesivos que a lo largo de mi vida me
han obsesionado excepcionalmente: Jorge Luis Borges, Miguel Espinosa, José
Saramago… Pero luego están los personajes secundarios: aquel Rodrigo de Triana
que gritó por primera vez “¡tierra!” desde cualquier carabela, aquel ebanista
que acogió en su casa a un Hölderlin, aquel cochero que fustigó a su caballo en
una plaza céntrica de Turín para que Nietzsche lo abrazara, aquel albañil que
ayudó a Primo Levi en su cautiverio en el campo de Auschwitz…
¿Cuál es, en cualquier idioma,
la palabra más llena de esperanza? Puente,
túnel, abrazo.
¿Y la más peligrosa? Frontera, muro, patria.
¿Alguna vez ha querido matar a
alguien? Literalmente, no. Pero en la
imaginación, en la ficción, unas cuantas veces. Hay personas cuya mera
existencia obstaculiza al resto de la humanidad. Me parece que todos hemos
sentido en algún momento el impulso primario, la misión suprema de un Raskolnikov.
¿Cuáles son sus tendencias
políticas? Me considero afortunado por
haber nacido donde nací y haber sido educado en la austeridad, en la tolerancia
y en el respeto a los otros. Para responder a esta pregunta, lo mismo que para
elegir una papeleta concreta e introducirla en una urna establecida
democráticamente, siempre procuro tener muy presentes dos cosas: primero, de
qué lugar vengo, en qué clase de mundo me engendraron mis padres; segundo,
hacia dónde voy o querría ir, qué clase de mundo deseo para mis hijos. Soy o
quiero creer que soy un socialdemócrata escorado a la izquierda que cree firmemente
en los valores humanos y en los servicios públicos, los únicos capaces de
garantizar una sociedad más justa y accesible a todos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué
le gustaría ser? Soy profesor de Lengua castellana y Literatura en un centro de Educación Secundaria.
La enseñanza es un medio de ganarme la vida, para mí más cómodo que otros, y
con ella, día a día (y ya voy por los nueve trienios), aprendo la virtud de la
humildad, pues me ayuda a entender cuál es mi lugar real en este mundo. Así que
no estoy seguro de querer ser otra cosa, ni siquiera de poder serlo.
¿Cuáles son sus vicios
principales? Ignoro si la necesidad
cotidiana de un orden (a veces, incluso, de una simetría que yo interpreto más
práctica, más rentable o más fecunda) y el tormentoso afán perfeccionista
(¡sobre todo en la literatura!) se pueden considerar vicios.
¿Y sus virtudes? Quizás, según se mire, aquel afán perfeccionista, aquella necesidad
cotidiana de un orden. Paradójicamente. Las virtudes y los vicios, al final,
pueden reducirse a una simple cuestión de perspectiva.
Imagine que se está ahogando.
¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Los rostros sucesivos de las personas que he querido y me han querido. No
sé en qué orden, pero creo que esos rostros le darían algún sentido definitivo
a mi agonía.
T. M.
sábado, 27 de mayo de 2023
Lo legendario para hablar del presente
viernes, 26 de mayo de 2023
Entrevista capotiana a Ana Vega Burgos
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana Vega Burgos.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una casita sencilla
con huerto y jardín al borde del mar, pero no en un lugar turístico. Con un par
de habitaciones para recibir amistades, una gran cocina donde hacer vida, con
chimenea, sofás cómodos, ventanales grandes, un porche desde donde ver el mar
mientras leo o escribo y caminos para pasear en bicicleta. Arriba tendría una
buhardilla con mis libros y mis cosas, con una gran ventana y un balconcito donde
salir a mirar el mar y tomar café a media mañana. Tendría muchas plantas,
flores, gatos y perros. Y un wifi súper potente, claro. Si en invierno nevara y
detrás hubiera un bosque, ya sería por completo el hogar de mis sueños.
¿Prefiere los animales a la gente? Necesito a la gente para charlar, intercambiar impresiones, reír… Soy bastante
sociable aunque luego me paso varios días sin salir de mi casa. Los animales me
gustan mucho, desde hace muchos años tengo gatos y el poco tiempo que no los
tuve, los añoraba muchísimo, pero no me contradicen ni me exponen sus ideas.
¿Es usted cruel? No;
siempre he odiado la crueldad en cualquier forma y pongo mucha atención en no
hacer nada que pueda resultar cruel. Si alguna vez lo he sido sin querer, me he
despertado de madrugada sintiéndome mal durante mucho tiempo.
¿Tiene muchos amigos? Conocidas y conocidos con los que me llevo muy bien, muchísimos. Amigos,
amigos, unos cuantos. La mejor, mi hija.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Empatía, sinceridad, lealtad. Compartir gustos y preferencias, con unos
la lectura, con otros la escritura, las ideas políticas, el amor por algo
especial…
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Cada vez menos, quizá porque al ir madurando vamos eligiendo mejor o
porque exigimos menos, quién sabe.
¿Es usted una persona sincera? Sí, mucho, pero no sincera en plan “te voy a decir la verdad” para luego
soltar un montón de opiniones desagradables que nadie me ha pedido. Intento no
mentir ni tergiversar la verdad a no ser que sea necesario. No me gusta ofender
gratuitamente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leo, escribo, salgo a tomar un vinito o una cerveza…
¿Qué le da más miedo? A nivel personal, aparte de la muerte de mis seres queridos, la decrepitud.
No poder valerme por mí misma me horripila, y casi más miedo me da perder la
cabeza e insultar o vejar a mi familia. A nivel social, la indiferencia.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La prepotencia, y más la
ignorancia de los prepotentes.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? No
lo sé. He sido vendedora ambulante, bibliotecaria, promotora de Igualdad,
técnica de Infantil… Todo me gustó en su momento. Sigo teniendo mucha relación
con niños gracias a la Asociación Cultural La Talega Roja, que presido, y desde
donde imparto talleres de teatro, de animación a la lectura, manualidades… Es
lo que me gusta y con lo que me siento realizada.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Bicicleta a veces y por épocas pump, pero últimamente estoy muy vaga. Antes
bailaba muchísimo pero ahora se pasan los meses sin hacer nada.
¿Sabe cocinar? Sí,
soy mujer de 57 años, TENÍA que saber cocinar para “salir al mundo”. Además, me
gusta, aunque somos dos en casa y no me meto a hacer platos para gourmet.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Gertrudis Gómez de Avellaneda. De hecho, la tengo en mente y creo que algún día me pondré con ella, fue
una grandísima escritora, la primera que escribió una novela antiesclavista, “Sab”,
en 1841, antes que Harriet Beecher Stowe con “La Cabaña del tío Tom”, que salió
en 1852. Fue una gran feminista, publicó una serie de artículos magníficos
defendiendo los derechos de la mujer, entre ellos el derecho a disponer de su
propio dinero, cosa por la que luchaban muchas escritoras en aquella época. Fue
una gran dramaturga, poeta, novelista… José Zorrilla decía de ella que “era un
hombre en cuerpo de mujer”.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Quizá…
¿Y la más peligrosa? Verdad. La verdad de cada persona, tan diferente según quién cuente el
caso. Antonio Machado dejó unos versos que me parecen concluyentes: “Tu verdad
no: la verdad. / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Claro, o al menos patearle la barriga. Casi cada día, como pongamos las Noticias
en la tele, me salen alacranes y culebras por la boca. Tampoco le haría ascos a
coger a alguna gente, amordazarla con precinto y leerle unas cuantas leyes,
unos cuantos bulos demostrados… Mi gran triunfo es que no lo hago. Cuesta
contenerse.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Izquierda, muy a la
izquierda. Pero la izquierda de verdad, no de boquilla.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me gustaría ser niña eterna, la niña que fui en Niebla, con mis amigas de
entonces y los juegos que inventábamos. Yo pensaba que el Cielo debía ser
exactamente mi infancia, pero siendo mi madre una amiga más del grupo. Ahora
añadiría a mi hija.
¿Cuáles son sus vicios principales? Tuve el terrible
vicio de fumar durante muchos años y todavía no puedo creer que consiguiera
dejarlo. Recuerdo estar encendiendo un cigarrillo y ya pensando en el
siguiente, el tabaco gobernaba mi vida, desde los 15 años mi prioridad era
tener dinero suficiente para mi tabaco diario, la paga que me daban en casa por
ayudar en la limpieza iba íntegra a ese maldito vicio, no tenía nunca para
comprarme un capricho, tenía que pedirle a mis padres, que me racionaban el
gasto porque las cosas antes eran así. Quizá por eso empecé a buscarme la vida
muy joven, empecé a publicar novelas “de evasión” a los 17 y así disponía de dinerillo
para libros, ropa y regalos. Ahora que ya no fumo, no tengo vicios mayores. Quizá
leer y dormir, no llega a vicio pero si me lo quitaran, preferiría morir.
¿Y sus virtudes? Ahora me encuentro
más virtudes que antes, menos mal, estoy desaprendiendo la minusvaloración
automática. Creo que soy muy leal y ya
no me siento una tonta por serlo, si me corresponden mal (que tampoco me ha
ocurrido mucho), pues vale, pero no voy a ir con la desconfianza por delante
porque eso me quema el alma. También soy una curranta nata, trabajo muchísimo y
casi siempre gratis, pero me merece la pena por la satisfacción personal que me
llevo. Y procuro no hacer jamás a los demás lo que no quisiera que me hicieran
a mí. Virtudes muy de mi época, que leíamos “El diario de Ana María” y cosas
así.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Supongo que el
rostro de mi hija, el de mi pareja, mis padres, mi yerno al que quiero
muchísimo, algunas amistades, en plan “no volveré a veros”, e imágenes del
pueblo donde me crie, Niebla. Mi casa, mi gata… Aunque es bastante posible que solo
me diera tiempo a pensar “me voy a morir, me estoy ahogando, así que era esto…”
T. M.
jueves, 25 de mayo de 2023
El diplomático que vivió entre espías y nazis
Hace poco descubrimos un diario fabuloso, en que el diplomático chileno Carlos Morla Lynch, que en su momento acogió una de las tertulias literarias más importantes de la época comprendido entre la dictadura de Primo de Rivera y la Guerra Civil, hablaba de su trato con grandes escritores, muy en especial García Lorca, a lo largo de los años 1928-1936. Más adelante, llegó un segundo volumen en el que reflejó una España definitivamente sufriente y que acabó por abandonar al término de la contienda. Así, se instaló en Berlín, dando continuidad tanto a su labor diplomática como diarística. Y qué impresionante fue el resultado de ello, como igual de imponente es su edición ahora, a cargo de Inmaculada Lergo Martín y José Miguel González Soriano.
Los “Diarios de Berlín (1939-1940), escritos con una prosa vibrante, son inmejorables para presenciar las acciones del tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial. Todo es tan vívido, que los movimientos de Adolf Hitler, acompañado de Göring y su séquito, se nos hacen inquietantemente cercanos. “El silencio profundo se rompe súbitamente y resuena una ovación clamorosa. Todos los brazos se han tendido hacia adelante y parecen lanzas o bayonetas”, dice en una ocasión en que Führer protagoniza un acto público bien solemne.
El autor ya prevé que se está a las puertas de “una guerra que, salvo un milagro, será catastrófica. ¿A dónde nos conducirá?”, se pregunta. Y, ciertamente, su propio diario irá captando semejante catástrofe. Además, cada entrada del diario resulta siempre intensa y palpitante, ya sea apuntando su obsesión de que todas las mujeres de su entorno pueden ser espías, o hablando de la temperatura gélida de la ciudad el día de Fin de Año, o aludiendo al trato con sus colegas: minúsculos detalles que encierran la clave para descubrir cómo un país afrontó un acontecimiento de consecuencias mayúsculas.
Publicado en La Razón, 20-V-2023
miércoles, 24 de mayo de 2023
Entrevista capotiana a Meritxell Falgueras
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Meritxell Falgueras.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Barcelona porque ya cumplí mi sueño de vivir en Toscana.
¿Prefiere los animales a la gente? No, adoro
la gente. Aunque mi fallecida perra Maggie era una de las mejores personas que
he conocido.
¿Es usted cruel? No, soy muy blanda y
me toman el pelo. Pero me da igual son ellos los que ensucian su alma, no yo.
¿Tiene muchos amigos? Sí, demasiados porque
estar con mis amigos es una de mis cosas preferidas del mundo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Conversaciones con un
buen aroma y textura, como los buenos libros.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. En general me ha
decepcionado más el amor que la amistad.
¿Es usted una persona sincera? Soy una
boca-chancla. Si no hago una “Falguerada” al día (que es una metida de pata monumental)
parece que no estoy contenta jajaja.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer, tomar el sol,
charlar con mis amigos, estar abrazada durmiendo con mis hijos e ir the
shopping!
¿Qué le da más miedo? Que a mis hijos les pueda pasar algo malo. Si mis hijos están bien, yo
estoy bien.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La gente que destruye o critica
y no hace nada para cambiar.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Psicóloga, estilista, sumiller…
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Muchos
para poder vivir sin dolor de espalda. Yoga, piscina, entreno…
¿Sabe cocinar? Sí porque soy mamie pero no me gusta
hacerlo. Máximo ensaladas y comprar productos gourmets que no se tengan que
cocinar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A la fallecida cocinera Mey Hofmann.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Gracias.
¿Y la más peligrosa? Cata a ciegas.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Corazón de izquierdas y mente de derechas aunque
la única política que me interesa es la sororidad.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una
periodista de estilo de vida en Nueva York.
¿Cuáles son sus vicios principales? Café, vino y todo lo
que mancha los dientes.
¿Y sus virtudes? Simpatía, valentía,
empatía y activa.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Dando de mamar a mis
hijos
T. M.
martes, 23 de mayo de 2023
Primer capítulo de "Ojos llenos de alegría. Estar vivo con R. W. Emerson" en la revista "Qué Leer"
lunes, 22 de mayo de 2023
Entrevista capotiana a Adolfo Burriel Borque
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adolfo Burriel Borque.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Vivo en Aragón desde los dos años, y nací en un
pueblo perdido de Soria. He sentido mi vida arraigada a aquellos lugares que,
por una u otra razón me tuvieron: mi pueblo aragonés, Zaragoza, mi pueblo soriano…
Si solo me dejaran un lugar para vivir,
pensaría mucho el mar, y mucho en Zaragoza, pero me iría a Soria, a Soria
ciudad.
¿Prefiere los animales a la gente? No, no
podía seguir sin gentes, sin miradas, sin voces, sin manos, sin amores… Siempre
la gente.
¿Es usted cruel? No, y lo digo sin matices.
Ni lo fui nunca.
¿Tiene muchos amigos? Tengo
amigos, y guardo en mí –y sé que me guardan– muchos afectos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La lealtad,
el cariño –siempre el cariño– y poder compartir la solidaridad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, no
sabría señalar decepciones que me hubieran marcado. Hay, a veces malos
momentos, pero, si la amistad existía, nunca la decepción real he llegado a sentirla Hay otras muchas
cosas, eso sí fuera de la amistad, que me han llenado de decepciones.
¿Es usted una persona sincera? Siempre
hay reservas, y hasta medias verdades –o mentiras no decisivas– en la vida de
cualquiera, También en la mía.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me gusta
leer, caminar, estar conmigo y con mis gentes, amigos y cercanos, repasar
poemas, buscar lugares libres…
¿Qué le da más miedo? El
retroceso social: la vuelta al mundo sin derechos o libertad, a la
intransigencia, a la falsedad, a la ausencia de luz, al descalabro colectivo… Y
no faltan razones para esos temores.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La terrible mediocridad, la gran manipulación con que
muchos, y no precisamente sin influencia, nos tratan.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Hice muchas cosas. Entre
ellas, tratar de que lo que pienso, con otros más, tuviera cauces para poderse
expresar. Dediqué –y eso, un largo tiempo, me apartó de la escritura– años
centrales de mi vida a la actividad social e institucional.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino, es
mi gran ejercicio. Y camino a diario, no menos de hora y media.
¿Sabe cocinar? Soy quien cocina en casa.
Quien hace la compra y quien cocina. Es mi parte natural en el trabajo doméstico.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? ¿Uno solo?
A Jesucristo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Niño, niña.
¿Y la más peligrosa? Poder.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Nunca, ni
en mis peores sueños.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy una
persona de izquierdas y he militado en la izquierda política. No entiendo mi
vida sin hacer trabajar a mi pensamiento.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Hoy no
encuentro ser otra cosa que poeta, o escribidor de poemas. Me gustaría sí,
ahora que comienzo esa andadura, ser un buen abuelo.
¿Cuáles son sus vicios principales? El
desorden, la falta de tacto, la insensatez…, la vagancia.
¿Y sus virtudes? Quizás –aunque no a todos
le parecerá una virtud– el optimismo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Creo que lamentaría
hasta lo indecible quedarme definitivamente sin mi gente.
T. M.
domingo, 21 de mayo de 2023
Entrevista en Radio 4 por "Ojos llenos de alegría. Estar vivo con R. W. Emerson"
sábado, 20 de mayo de 2023
Entrevista capotiana a Alfredo Saldaña
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alfredo Saldaña.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Un lugar lo más alejado posible de mí mismo. Ese
sitio tiene un nombre, la otredad, y responde a un deseo, ojalá.
¿Prefiere los animales a la gente? En
absoluto. Aunque me gustan mucho los animales y los documentales que sobre
ellos veo en la televisión, prefiero a las personas, pero de una en una.
¿Es usted cruel? Puedo serlo hasta extremos
insospechados.
¿Tiene muchos amigos? Muy pocos,
los suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? No sé si es
eso lo que busco, pero valoro la empatía, la capacidad de escucha.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No.
¿Es usted una persona sincera? Intento
serlo, incluso cuando miento o callo la verdad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Caminando,
leyendo y, de vez en cuando, escribiendo.
¿Qué le da más miedo? La
enfermedad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? El deterioro y el desmantelamiento de lo público, la
creciente privatización del sistema público de salud, la aniquilación del
componente crítico en el sistema educativo, la precariedad laboral, la
creciente xenofobia, la conversión de la cultura en negocio y espectáculo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Soy un lector que de vez en
cuando escribe; en ocasiones, también con el silencio. En la poesía encuentro
la vida, la vida que he tenido, la vida que me sostiene y la vida a la que
aspiro; procuro enfrentarme a ella con respeto, dejándola respirar, tratando de
escuchar los silencios que la envuelven y protegen. Sin embargo, se puede llevar
una vida creativa sin haber escrito una sola línea; de hecho, conozco a
personas que, sin haber escrito nada, llevan una vida muy poética. Vivir ya es
en sí mismo, puede serlo, una oportunidad para crear.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino.
¿Sabe cocinar? Sí, y es algo que me gusta
mucho, sobre todo cuando lo hago para compartirlo con los demás.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A un
nómada, una sin techo borrada de la historia, un anónimo que sin ventura ni
pertenencias caminara hacia ningún sitio, hacia cualquier lugar. Sería un
contrasentido porque, como sabemos muy bien desde el Fedro, con la escritura no
logramos sino paralizar en unas cuantas imágenes el movimiento incesante de la
vida.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Conciencia, como nos enseñara Hannah Arendt.
¿Y la más peligrosa? Conciencia,
como nos recordara Hannah Arendt.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, aunque
probablemente lo haya pensado más de una vez.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Milité en
el PCE. Mi espacio político está en la izquierda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un pájaro,
o un pez, para volar hacia lo más hondo, o bucear hacia lo más alto.
¿Cuáles son sus vicios principales? Entre los
confesables, aunque no sé si se trata de vicios, leo, bebo, fumo e intento
pensar.
¿Y sus virtudes? Sé escuchar y, a veces,
colocarme en el lugar del otro.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Ni idea,
ni siquiera sé si esa imagen responde o no a un determinado estatuto clásico,
pero creo que en ese momento crepuscular me gustaría contemplar un rostro con
los ojos cerrados que transmitiera placidez y tocado por un rayo de sol en una
fría mañana de invierno.
T. M.