Pasará inadvertida en la cartelera; por su título, su imagen publicitaria, incluso sus actores y actrices del Hollywood más popular y desenfadado, más comercial en el sentido de poco exigente, pero esta película, Historias de San Valentín, es una obra maestra del género de la comedia ligera. Su director, Garry Marshall (Nueva York, 1934), el mago que creó aquel cuento de hadas moderno llamado Pretty Woman (1990), ha hecho un film mucho más acabado que aquella inolvidable historia que lanzó al estrellato a Julia Roberts. Ahora vuelve a contar con ésta, y con Héctor Elizondo, más intérpretes veteranas como Shirley MacLaine y Kathy Bates, actores televisivos como Patrick Dempsey, bellezas como Jessica Biel, Jennifer Garner o Jessica Alba, y actores que ya se han especializado en un tipo de papel cómico muy definido, caso de Aston Kutcher.
Son veintiún personajes que, desde que se levantan el día 14 de febrero hasta que se van a la cama por la noche, cruzan sus vidas de forma asombrosa y conmovedora: desde el niño que echa de menos a su madre, hasta la pareja de abuelos que vive su última crisis, el enredo maravilloso en el que se convierte cada existencia –la sorpresa continua, palpitante, que le espera al espectador– conduce a cada uno de ellos a un destino final en el que sólo son coherentes con el amor los adolescentes, los que tienen el alma pura y el descubrimiento de la vida a flor de piel. Hay que ser un gran escritor, como lo es la autora del screenplay, Katherine Fugate, y como lo es este todoterreno Marshall, educado en el viejo Hollywood de los grandes estudios y las historias bien contadas basadas en el ingenio, el guión inteligente y la agilidad narrativa para hacer de esa jornada en Los Ángeles un camino entrecruzado tan elegantemente resuelto.
Son veintiún personajes que, desde que se levantan el día 14 de febrero hasta que se van a la cama por la noche, cruzan sus vidas de forma asombrosa y conmovedora: desde el niño que echa de menos a su madre, hasta la pareja de abuelos que vive su última crisis, el enredo maravilloso en el que se convierte cada existencia –la sorpresa continua, palpitante, que le espera al espectador– conduce a cada uno de ellos a un destino final en el que sólo son coherentes con el amor los adolescentes, los que tienen el alma pura y el descubrimiento de la vida a flor de piel. Hay que ser un gran escritor, como lo es la autora del screenplay, Katherine Fugate, y como lo es este todoterreno Marshall, educado en el viejo Hollywood de los grandes estudios y las historias bien contadas basadas en el ingenio, el guión inteligente y la agilidad narrativa para hacer de esa jornada en Los Ángeles un camino entrecruzado tan elegantemente resuelto.
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Muy pocos piropos recibirán estas dos horas de film perfectas, precisamente por su temática sentimental que ya abona nuestros prejuicios (los de uno mismo, cuando acudió a la sala, temeroso de las ñoñerías del cine estadounidense), cuando esa sencillez, ese romanticismo dicen mucho más que tantas otras películas pretenciosas que quieren hablar de la Vida o del Amor. Qué gran hombre este anciano hermano de Penny Marshall, la directora de Big (1988), que a su edad es capaz de dar una lección de presente, de entender cómo en una sociedad moderna las relaciones afectivas nacen, crecen, mueren, y siempre con una sonrisa, con una esperanza, con una tierna ilusión.