viernes, 23 de abril de 2010

De la cuna a la sepultura



Viejo reloj de la Plaça del Comerç, barrio de Sant Andreu, Barcelona



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El muerto A. M. G., poco antes de, me hizo su primer y último regalo: un reloj, que ahora luce mi muñeca. ¿Detalle generoso o postrera, sutil, cruel advertencia de que mi tiempo, tic tac, tic tac, tic tac, también se está acabando por el simple hecho de avanzar?, ¿de que la muerte, esa carcajada paciente, me espera dentro de un suspiro que, hoy, con humana ingenuidad, nos parece eterno de tan lejano e imprevisible?