sábado, 22 de mayo de 2010

El viaje a USA más ingenioso



Dadle a Gilbert Keith Chesterton una idea u observación cualquiera y le dará la vuelta. Siempre tendrá razón, porque hará de la paradoja, de las variables de cada argumento o acto, una explicación convincente. Y además sin que la diferencia de opinión sea motivo de conflicto, porque, tal como cuenta en su Autobiografía, se puede estar en desacuerdo con todo interlocutor sin regañar jamás, como le sucedió con Bernard Shaw durante lustros en la prensa británica. Ya lo dijo Jorge Luis Borges al reseñar las citadas memorias (póstumas) en 1937: «Innecesario hablar de la magia y del brillo de Chesterton. Yo quiero ponderar otras virtudes del famoso escritor: su admirable modestia y su cortesía».
.
El lector español, en los últimos años, ha tenido la ocasión de conocer con frecuencia la experiencia de la sutil paradoja chestertoniana, y su estilo elegante, humilde y cortés, mediante un buen número de libros de ensayos del escritor inglés, en particular gracias a las editoriales Acantilado y Renacimiento. La primera dio en 2006 una selección de artículos, de los más de cuatro mil que publicó el autor, titulada Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos), preparada por Alberto Manguel, que destacaba el «estado de asombro permanente» que muestra Chesterton, pues su inquietud y curiosidad no tuvieron límites.
.
En parecidos términos habla Abelardo Linares, editor de Renacimiento, al presentar Lo que vi en América (traducción de Victoria León): «Desde los primeros párrafos del libro asistimos ya, asombro y maravilla, a la interminable y deslumbrante catarata de sus juegos de ingenio». Y ciertamente, tales divertimentos retóricos, de aguda inteligencia y gran sentido del humor, llenan cada una de las páginas de estos diecinueve escritos que nacieron a partir de un viaje a Estados Unidos que realizó el autor para dar unas conferencias. El volumen, que se publicó en 1922 y aún no se había ofrecido en castellano, empieza de un modo que no tiene desperdicio: «Nunca he logrado desprenderme de mi vieja convicción de que viajar nos estrecha la mente».
.
Pero la mente de Chesterton es cualquier cosa menos estrecha, claro está, y viajar a aquel lugar en fechas tan significativas una excusa para que la comparación entre los neoyorquinos o londinenses proporcione mil y una disquisiciones, a cual más desconcertante y divertida, que además tienen plena vigencia, muy en especial en cuanto a la economía: «Los negocios son puro romanticismo, pues no son realidad»; «el dólar es un ídolo porque es una imagen; pero es una imagen del éxito y no del disfrute material»; «el industrialismo se expande porque está en decadencia»: «el Capitalismo constituía en sí mismo una crisis, y una crisis pasajera; y que no se trataba tanto de un derrumbamiento como de la solidez que nunca había conocido»...
.
La entrada al país ya implica una gran broma: el cuestionario que todo visitante ha de responder con preguntas tan absurdas (las actuales son similares) como ¿es usted anarquista? o ¿es usted polígamo? En manos de un hombre como Chesterton, tal papel es dinamita para el sarcasmo, pero éste jamás es gratuito o despectivo: es el pretexto para una reflexión mayor, por lo que no tardamos en ver ideas acerca de la «americanización», o sea, «la nacionalización de lo internacionalizado. Es construir un hogar de vagabundos y una nación de exiliados».
.
Estados Unidos, país de acogida, es también el lugar de los extremos: Chesterton se fija en sus enormes hoteles, en los rascacielos (menos interesantes para él que sus andamios a la hora de construirlos), en las calles de Nueva York –«ciudad cosmopolita; pero no una ciudad de cosmopolitas»–, en los neones de Broadway, tan artísticos como poco prácticos, en Boston, Washington, Filadelfia y Baltimore, tan distintas a la isla de Manhattan, a su vez diferente por completo al resto de estados (no digamos del Medio Oeste), en el comportamiento de los americanos: decorosos, impuntuales, volcados a un progreso que para el autor –quién puede llevarle la contraria– es sinónimo de disolución.

Publicado en Letra Internacional, núm. 106, primavera 2010