sábado, 2 de octubre de 2010

Regreso a Jorge Guillén: fe de vida

Cielo de Islandia

El poeta que más quiero vuelve a mí a través de su epistolario con su mujer francesa. Y con ello los recuerdos de mi primera juventud, transida por el impacto de su obra y espíritu. Guillén era y es para mí ejemplo de integridad, generosidad, bondad. No ha habido en la poesía española un creador que tan firme y prolongadamente haya ido construyendo su gran Libro, que se haya dado con tanta elegancia y refinamiento y felicidad. Leyendo estas cartas deliciosas aparece el hombre: el novio, el marido, el padre; el enamorado por siempre de su esposa. Y es cuando preparo la reseña para el periódico que abro mi antigua edición de Cántico, recordándome en una caminata con ella, bajando el Paseo de Gracia barcelonés, con una lluvia que me empapaba entero y con la turbación de no saber dónde iba a estar ese día. Perdido y solo. Pero con ese libro que era un consuelo. Y el individuo que lo firmaba y que me daba esperanzas: existe la Vida si se tiene fe en ella. Aunque en aquel tiempo sólo estaba la Muerte.

«Yo no soy un español castizo, porque no voy a los toros, porque no tengo nada de inquisidor y porque contesto todas las cartas que recibo. ¡Qué le vamos a hacer! Yo soy irremediablemente afable.» Leo esta declaración en un libro biográfico sobre el autor que preparó José Guerrero Martín, Jorge Guillén. Claves de una fidelidad (1997), y eso me lleva a un encuentro con su hijo Claudio –el pequeño Claudie que aparece en las cartas a su madre en París, el gran experto luego en literatura comparada– en la Universidad Pompeu Fabra. Un día, con el nerviosismo de estar delante del hijo de mi adorado JG, le pedí que me firmara uno de sus libros de teoría literaria. Le envié luego mi primer poemario, como hizo Ángel Crespo cuando le mandó a JG su primer libro, a lo que este respondió con enorme gratitud y ánimo. Sin embargo, vi que el hijo guilleniano no era «irremediablemente afable» cuando un profesor amigo suyo me aseguró que Claudio Guillén no contestaba jamás, por norma, carta alguna. En su derecho estaba, por supuesto, pero la diferencia de actitud en comparación con la del padre lastimó mi sentimentalidad adolescente, decepcionándome en grado sumo. Todo lo cual me lleva a apreciar más si cabe a Jorge Guillén, ejemplar en su obra literaria y en su obra con el prójimo.