sábado, 21 de enero de 2012

Miguel García-Posada: acelerada muerte


Despertaba controversia con sus juicios literarios y no le faltaban detractores, pero mostraba un semblante casi impertérrito, de estudioso volcado en descifrar las interrelaciones entre los escritores de nuestra Edad de Plata, de poeta ensimismado –practicó el género sobre todo durante sus últimos años–, de novelista enfocado en literaturizar la España que vivió en su juventud.

Porque aunque Miguel García-Posada será recordado por sus afilados artículos en la prensa, por ensayos como «Acelerado sueño: memoria de los poetas del 27» (1982), sus estudios de Lope de Vega, libros curiosos como «Guía del Madrid barojiano» o sus ediciones de San Juan, Umbral o Azorín, lo cierto es que tuvo alma de creador, aunque esta estuviera siempre ensombrecida por la dimensión e influencia de su trabajo como profesor, gestor cultural y crítico en importantes medios. Fue uno de los críticos literarios de mayor prestigio en España, así como articulista y editorialista del diario «Abc» y colaborador de su suplemento cultural, entre 1983 y 1991, y después en el diario «El País» entre 1991 y 2001.

Por de pronto, sería eludir parte importante de su andadura si no citáramos enseguida al García Lorca que le inspiró su tesis doctoral, el de «Poeta en Nueva York». Treinta años consagró a estudiar la obra del granadino, al que llevó a una edición definitiva de sus versos para la editorial Galaxia Gutenberg: cuatro volúmenes sabiamente concebidos sobre una obra en verso y prosa que fue para él faro e insignia, ejemplo y estímulo constante, por ser «justiciera y misericordiosa, lírica, épica y trágica».

Con todo, dejando a un lado su pasión lorquiana, es en su novela del año 2006, «La sangre oscura», donde hay que rencontrarse con García-Posada: en ella, queda reflejada parte de la autobiografía que ya había dejado patente en un volumen del año 1999, «La quencia»; en aquella ocasión, explicó que dicho libro «sólo de manera secundaria aspira a ser un testimonio. Aquí no se trata de la verdad notarial, sino de una verdad que es ante todo profundamente poética». De manera semejante, pues, a la novela citada, que irradia poesía en su estilo, en los poemas que relaciona con uno de los personajes, en su tono y pálpito. Así, «La sangre oscura» era la obra de un poeta –no hay que olvidar que uno de sus primeros libros fue el poemario «El Paraíso y las hachas» (1968)–, y también el espejo en el camino de un hombre que se vio andaluz pero se trasladó a Madrid, y de un estudiante que se hizo filólogo en Granada, universidad a la cual el protagonista regresaba para dar una conferencia y en donde se enteraba del suicidio de un viejo conocido.

Era aquella obra también su forma de explicar el tardofranquismo, de criticar ciertas actitudes de algunos resignados colegas, de volver a los años en que los autores a los que le dedicaría tanta atención –los que homenajearon a Góngora en 1927– eran «una presencia espectral en la Universidad que le tocó vivir, si no padecer», decía hablando de sí mismo en tercera persona en el prólogo de «Acelerado sueño», y añadía: «El autor ha buscado imbricar vida y escritura, la vida que se hace literatura y la literatura que se hace vida». Y seguía, advirtiendo: «Y si alguien lo considera excesivamente biográfico, habrá que recordarle que la literatura no consiste únicamente en los textos; que también son literatura las figuras humanas de los escritores, que sus personas y aun personajes forman parte también del imaginario de la literatura».

Desde ayer, ese plano existencial y creativo se convierte en muerte, muerte acelerada por una enfermedad incurable, pero también resurrección mediante los libros y reflexiones que firmó y con los que podremos seguir discutiendo.

Publicado en La Razón, 19-I-2012