martes, 1 de mayo de 2012

Las dos trenzas más célebres

 


Hace ahora justamente diez años moría la escritura sueca Astrid Lindgren (de soltera, Astrid Ericsson), un nombre que para la casi totalidad del público será desconocido. Pero si hablamos de su personaje Pippi Långstrump (Calzaslargas en España, o Mediaslargas en América Latina) todo cambia diametralmente. ¿Quién no vio, en los años setenta en la televisión, a la excéntrica y pecosa Pippi, con sus dos trenzas pelirrojas desafiando a la gravedad, acompañada de su caballo a lunares, denominado “Pequeño tío”, y su mono tití, al que llamaba "Señor Nelson"?


Aquello fue la plataforma para que este personaje célebre en Suecia se hiciera universal. Rodada en 1969, y con guiones de la propia escritora, la serie lanzó al estrellato a la actriz Inger Nilsson –quien, vencida por el personaje, sólo prosiguió con una pequeña carrera en las teles escandinava y alemana– y puso en el mapa la recóndita isla de Gotland, cercana a Letonia, en una de cuyas coloridas casas se grabaron los episodios (la niña vive, sola con sus mascotas, en la Villa Mangaporhombro). Por otra parte, los libros de Pippi inspirarían ocho largometrajes en su país, de 1949 a 2001, y adaptaciones teatrales por doquier; la última, el musical que el Teatro Condal de Barcelona ha ofrecido estos últimos días.


Todo empezó como muchas veces ocurre en el ámbito de la literatura infantil: una niña empujó la imaginación de su madre unos cuantos días para que le contara un cuento aprovechando una convalecencia por enfermedad. “Pippilotta Delicatessa Windowshade Mackrelmint”, dijo Karin, de siete años, a modo de desafío; así se llamaría el personaje que iría cobrando forma para acabar conociéndose por su hipocorístico Pippi: una chiquilla huérfana de madre e hija de un capitán de barco –dice que la primera es un ángel que está en el cielo y el segundo es el rey de los caníbales–, concebida en 1941 y que, cuatro años después, aparecería en forma de libro tras ganar un premio literario.


Ahora, la joven editorial barcelonesa Blackie Books reúne tres libros de relatos que Lindgren publicó en 1945, 1955 y 1956, “Pippi Calzaslargas”, “Pippi se embarca” y “Pippi en los Mares del Sur”. Un libro traducido por Blanca Ríos y Eulalia Boada que cuenta con una colaboración de lujo: la portada, obra de la prestigiosa autora de cómics y cineasta estadounidense Lili Carré (1983). Es la puerta de entrada a un volumen divertido e irreverente que, como el primer día, aún despertará la risa de los lectores más pequeños, pues presenta situaciones que están en los antípodas de la corrección social estándar y la pedagogía convencional. Pippi es la estampa del caos, de la improvisación, de la falta de orden, lógica y hábitos sensatos. En contraste con sus amigos Tommy y Annika, “buenos, educados y obedientes”, Pippi, cuando se digna a ir a clase, no hace más que cuestionar a la maestra con su humor surrealista y se inventa mentiras como una experta contadora de fábulas; cocina en el suelo, limpia su casa con cepillos en los pies tras volcar un barreño de agua y se jacta de ser la niña más fuerte del mundo.


Aparte del anecdotario desternillante que ofrecen los disparates de Pippi, Lindgren replantea los límites que imponemos a los niños y reivindica su independencia y libertad de pensamiento. En sus últimos libros, también llevados al cine, analiza sutilmente los vínculos que se establecen entre adultos y niños, y no evita abordar un asunto tan delicado como la muerte. Mujer decidida y de ideas feministas, había recibido un ejemplo educacional impagable: sus padres, ya enamorados desde niños, le dieron una infancia placentera en una granja del sur de Suecia. En 1924, con sólo diecisiete años, empezó a trabajar en un periódico de la ciudad de Vimmerby y luego se trasladó a Estocolmo para estudiar taquigrafía. Allí fue madre soltera antes de cumplir los veinte, e incluso dejó a su hijo con una familia de acogida tres años.


Su suerte cambió en 1931, cuando se casó con el jefe de la empresa en la que trabajaba y empezó a publicar textos breves en diversas publicaciones, hasta que por fin debutó con el libro “Cartas de Britta Mar” en 1944, en una colección editorial que dirigiría durante décadas. Poco después, su segundo hijo, la pequeña Karin, enferma en la cama, sería la privilegiada oyente de las primeras aventuras de Pippi Calzaslargas: la iconoclasta por excelencia de las letras infantiles, la niña que se hizo su propio vestido amarillo, lucía largas medias y calzaba zapatos el doble de grandes que sus pies.


Publicado en La Razón, 1-V-2012