martes, 8 de mayo de 2012

Salón del Cómic de Barcelona 2012



Domingo por la mañana en el Salón del Cómic de Barcelona, tal vez treinta años desde que fuera por primera vez, también en el área de las ferias de la Plaza España. Luego el evento cambió de lugar, y se trasladó a la Estación de Francia. En ambos sitios, con un par de décadas de diferencia, pedí a Carlos Giménez, no recuerdo en qué fechas, que me firmara dos de sus álbumes, con la emoción de ese momento segundo reviviendo el momento primero, a su vez lleno de la emoción por estar frente a uno de mis ídolos. Este domingo último, pues, de nuevo entre stands donde ya no es el tebeo el protagonista absoluto (años atrás, el manga empezó a ocuparlo todo, hasta que reservaron una celebración solo para ese género). Productos de mercadotecnia de Star Wars, chicas disfrazadas de colegialas con sabor nipón, chicos con caretas, DVD’s en oferta, la promoción gigantesca de una película de un joven cómico inglés… El palacio 8 en el que se ha preparado el salón es desangelado, viejo, inmenso. Paseo por los pasillos curioseando, en busca paciente de la novela gráfica Dublinés, de Alfonso Zapico, sobre la vida de James Joyce. Todo es agradable, entrañable, friki. A los autores que firman sus obras no los conozco, pero hay mil libros que me llevaría a casa: veo algunos de Quino que no tengo, veo todos los que tengo de Miguel Brieva, colecciones de los grandes dibujantes francobelgas que conservo desde niño y que siguen abarrotando mesas. Hay otra vida en la que tendría que haberme dedicado a dibujar, pero esa vida pasó, como tantas otras paralelas a la nuestra actual, y jamás sabremos si estamos en la adecuada, o si la adecuada es aquella que dejamos en la encrucijada de las decisiones.