martes, 12 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Juan Malpartida


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Malpartida.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Madrid, París, Nueva York… Elegiría una ciudad, sin duda, inmensa. Ahora bien, quizás lo definitorio de lo humano sea su capacidad de salir de sí mismo. Gracias a la imaginación, no hay un lugar, para el hombre, del que no pueda salir.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me he casado varias veces, con mujeres; tengo hijos que son de mi raza (sapiens, muy listos ambos). Ahora bien, trato de no olvidar que las personas son animales (algo especiales, es cierto) y que formamos parte de la enorme complejidad y variedad de lo vivo. En la actualidad vivo con un perro, pero tenemos problemas de comunicación.
¿Es usted cruel?
Supongo que a veces, pero no intencionadamente, y siempre dispuesto a no serlo. Mis crueldades, analizadas históricamente, son nimiedades, creo. Las mayores crueldades, en personas como yo, creo que tienen que ver con las relaciones amorosas. Si te separas de alguien que te quiere, por ejemplo, siempre te considerará, en alguna medida, cruel.
¿Tiene muchos amigos?
No muchos, pero los tengo: amigos y amigas, algunos desde hace cuarenta años.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La inteligencia, la sensibilidad, la honestidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sí, a veces, en parte, etcétera. Me decepcionaban mucho cuando era muy joven, porque tenía un ideal casi caballeresco y un poco estúpido. Ahora soy más comprensivo con las debilidades de los demás, y menos con las mías.
¿Es usted una persona sincera? 
Hasta cierto punto. Hay una sinceridad, que es propia de la adolescencia y de la gente muy joven, que es, en realidad, una ingenuidad asistida por la soberbia. Trato de serme y de ser verdadero, que es algo un poco distinto.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Como tareas, pues leyendo, escribiendo, conversando con los amigos o con desconocidos, comiendo, bebiendo, andando.
¿Qué le da más miedo?
El miedo. Pero también el dolor.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La crueldad, la injusticia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Una estupidez.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Bicicleta estática, flexiones, estiramientos, caminar.
¿Sabe cocinar?
Sí, casi experto en paellas y tortillas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Soy politeísta en versión profana (es decir, entusiasta de lo variado), así que tendría que escribir una serie.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Yo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, cada día, nada más levantarme y leer el periódico. Pero se me pasa en la ducha.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Democráticas, tendentes a la cooperación, la pluralidad crítica y la justicia, que promuevan el derecho a la sanidad, la educación y el esfuerzo en la investigación científica.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Soy muchas otras cosas, sólo trato de descubrirlas. Je est un autre (Rimbaud).
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo pasiones, no vicios.
¿Y sus virtudes?
Me gustaría no estar exento de valor: sin él, el resto de las virtudes se quedan en vicios.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Seguro que nada, estaría muy concentrado en mis pulmones. Siempre he valorado más lo que me pasa por la cabeza cuando respiro bien.
T. M.