domingo, 12 de mayo de 2013

Entrevista capotiana a Luisa Valenzuela


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luisa Valenzuela.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Dado que la existencia del Aleph borgeano es asaz dudosa, elegiría Manhattan: lo que más se le aproxima.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende. Hay animales que son casi gente y mucha gente que son unos animales. Mis preferencias oscilan a diario.
¿Es usted cruel?
Implacable en y con mi literatura. En la vida cotidiana, todo lo contrario, sólo mato mosquitos, ni siquiera cucarachas o arañas.
¿Tiene muchos amigos?
De a ratos sí y de a ratos no; depende de mi estado de ánimo. No para tenerlos sino para jerarquizarlos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La sinceridad, cosa bien peligrosa.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque si me decepcionan ya no son más mis amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
Me temo que sí; no es lo más conveniente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Desocupadamente.
¿Qué le da más miedo?
El miedo; tener miedo, congelarme ante el peligro.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La pedofilia, la tortura, la capacidad de crueldad del ser humano. Y también la imbecilidad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Físico-matemáticas. O alfarería.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino, camino, camino; no llego lejos ni llego, y eso está bien. Y hago yoga ecléctico, una disciplina personal con la invalorable colaboración de mi profe.
¿Sabe cocinar?
No, pero he tenido una exitosa columna en un suplemento gourmet titulada “Memorias de la Anticocina”.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi madre, pero la columna no tendría nada que ver con lo que se espera del tema. Quienes conocieron a Lisa entenderán lo que digo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hope, no solo por  la tautología de su significado sino porque me recuerda a Bob Hope.
¿Y la más peligrosa?
Palabra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, todo el tiempo, pero tengo suficiente talento como para sublimar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Hacia la izquierda del mapa, tratando de hacer incómodo (para algunos) equilibrio.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
¿Cosa, como sinónimo de objeto? Una máscara ritual, no colgada en mi pared sino en uso.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los aeropuertos. Me son nefastos pero necesarios.
¿Y sus virtudes?
El sentido del humor, la generosidad, la capacidad de ponerme en piloto automático en los aeropuertos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un salvavidas redondo y bien inflado. ¡O mejor uno buen mozo!
T. M.