martes, 18 de junio de 2013

Entrevista capotiana a Sergio del Molino

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sergio del Molino.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La cabaña de Maggie O’Connell en Doctor en Alaska (con Maggie O’Connell dentro y compartiendo ambos cama con edredón nórdico, claro), aunque, tras unos meses de convivencia, trataría de redecorarla para quitarle el aire hortera-rural-cursi, pero no sé si sería capaz de imponer mi criterio al suyo.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente, sin duda, aunque en pequeñas dosis y de uno a uno.
¿Es usted cruel?
Sólo en la literatura, maltratando y asesinando a mis personajes (muchas veces, con saña). También me gusta mentir a los encuestadores telefónicos, haciéndome pasar por un jubilado analfabeto que está muy interesado en sus productos, y excusarme muy solemnemente ante los testigos de Jehová que llaman a mi puerta diciéndoles que, lamentablemente, practico el satanismo y no me interesan sus folletos. Mi sentido de la crueldad está más cerca de la travesura infantil que de la tortura nazi.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos siempre significa “demasiados”, y no creo que alguien pueda quejarse de tener demasiados amigos. Sería como quejarse de que la comida es demasiado deliciosa o de que te hacen demasiado bien el amor. Dado que siempre que los he necesitado, he encontrado uno a mi disposición, pasional e incondicionalmente, podría decirse que sí, que tengo muchos, a pesar de que no soy una persona especialmente sociable.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean brillantes, placenteros y vivaces conversadores, que no sean impertinentes, que no intenten que piense lo mismo que ellos sobre todo y que no les moleste que yo piense cosas distintas a las que piensan ellos. Podría ser amigo de una persona moderadamente malvada y egoísta, pero nunca podría ser amigo de un imbécil orgulloso de su imbecilidad. Para mí, un amigo es lo contrario de un cuñado (entendido el cuñado a la manera hispana).
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Empiezo a tener una edad en la que ya acumulo más decepciones de las que imaginaba que iba a sufrir en toda mi vida, pero como supongo que yo también habré decepcionado a mucha gente, considero que la partida está en tablas. La decepción y la amistad suelen ser incompatibles, porque la decepción no admite grados, no puedes estar un poco decepcionado. O lo estás o no lo estás. Otra cosa es que la decepción afecte a un aspecto menor o intrascendente de tu relación: no es lo mismo que un amigo me decepcione con sus dotes culinarias cuando me invita a comer a su casa que si me decepciona con su capacidad para consolarme en un momento de negrura. Así que, quienes me han decepcionado en asuntos graves han dejado de ser mis amigos. Por tanto, en rigor, ningún amigo me ha decepcionado nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
La sinceridad es un concepto abstracto, elástico y difícil de aprender. Escribo y digo lo que pienso, si es eso a lo que se refiere la pregunta, pero no expreso opiniones no solicitadas, y agradezco que hagan lo mismo conmigo. Si tienen que criticarme, que lo hagan a mis espaldas, como dictan las normas de la hipocresía social, que son el cimiento básico de toda civilización.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Tiempo libre? ¿Qué es eso?
¿Qué le da más miedo?
El dolor físico prolongado. La agonía, el sufrimiento terminal sin recompensa de curación.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
En rigor, nada. Cabrearme, me cabrean muchas cosas, pero escandalizarse sólo se escandalizan las señoras de provincias de las novelas de Galdós.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ni idea. No había plan B. Supongo que sobrevivir de alguna forma digna y aburrida.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Escribir es un ejercicio físico. Ahora mismo ejercito un montón de músculos de los dedos de ambas manos.
¿Sabe cocinar?
Sí, y es la única actividad manual, descontando el sexo y la escritura, que se me da razonablemente bien. De hecho, soy el cocinero oficial en casa, la cocina es mi territorio y no consiento que nadie irrumpa en él sin mi permiso.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Si realmente es inolvidable no necesita artículos. Los artículos son para los que corren el riesgo de ser olvidables. En ese sentido, elegiría al muy olvidado Ciro Bayo, escritor aventurero, carlista, desgraciado y andariego de principios del siglo XX.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Bar.
¿Y la más peligrosa?
Prohibido.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Prefiero no decirlo. Si acabo, efectivamente, matándolo, el juez podría considerar esta respuesta una agravante por premeditación.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ahora mismo, peligrosamente tendentes al nihilismo epicúreo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Patricio romano en Pompeya, tres días antes de la erupción del Vesubio, con tarjeta de cliente VIP del lupanar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los carbohidratos y las grasas saturadas de los platos de cuchara.
¿Y sus virtudes?
Que también como muchas verduras.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Son demasiado obscenas, y hay niños leyendo. Además, estaría demasiado sorprendido de mi propio ahogamiento como para pensar en otra cosa: como mi infancia es una playa eterna, prácticamente aprendí a nadar antes que a andar, los que se ahogan son siempre los demás, como el infierno de Sartre.

T. M.