martes, 3 de septiembre de 2013

El invento de la generación beat


En cierta manera, este libro de un periodista francés desconocido hasta ahora para nosotros y publicado el año pasado en París es el trabajo decisivo, definitivo, sobre lo que se conoce como generación beat. Se han escrito ríos de tinta sobre William S. Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y el resto de la pandilla que configuraron, como dice el poeta y traductor Jesús Aguado, aquella «generación de despiertos, de ávidos, de inconformistas, de inquietos, de alucinados, de cachondos, de trashumantes, de desubicados». Jean-François Duval consigue un volumen totalizante, de verdades múltiples sin ser contradictorias, al dejar traslucir sus veinte años dedicados a seguir las huellas de estos escritores legendarios a partir de largas entrevistas que son una gran lección de periodismo literario.

Esta dimensión definitiva a la que aludo está enmarcada por un material magníficamente elegido: un gran número de fotografías e ilustraciones, una bibliografía selecta, un “Who’s Who” (casi una cuarentena de personas) e incluso una cronología desde que nace Burroughs en 1914 hasta que en el año 2012 se estrena la película “On the Road”, dirigida por Walter Salles y producida por Francis Ford Coppola, quien tenía los derechos de la obra de Kerouac desde hacía decenios. Así, “Kerouac y la generación beat” (traducción de Francesc Rovira) se convierte en el manual perfecto para saber con detalle y profundidad cómo surgieron los beat en la escena pública y qué tipo de relaciones interpersonales y diferentes literaturas inspiraron.

El libro, que se basa en encuentros que Duval tuvo con sus entrevistados en los años noventa y también en la presente década, es interesante por cuanto sirve para apartar los prejuicios y opiniones superficiales sobre los beat y quedarse con la esencia de la personalidad de Kerouac y sus colegas. Allen Ginsberg dice, por ejemplo, en 1994, cuando se le pregunta por el cincuenta aniversario de la generación beat, que «nunca ha existido ningún “movimiento beat”. Simplemente hace cincuenta años que conocí a Burroughs y a Kerouac». Y asegura lo que fue la clave de todo: que «la palabra “beat” no es más que un apelativo estereotipado que nos endosaron los medios después de que John Clellon Holmes, el autor de la novela “Go”, la utilizara en un artículo del “New York Times Magazine”, en 1952».

Ciertamente, los autores etiquetados de beat no pueden ser más diferentes entre ellos. Pero el calificativo prosperó, y la eclosión se produjo cuando “En la carretera” tuvo una primera gran reseña en 1956 que aupó a Kerouac a un estrellato que al final fue su maldición. Carolyn, la que fuera esposa de Neal Cassady –el hombre al que todos admiraban por su energía y sociabilidad y que su amigo Kerouac convirtió en protagonista de “On the Road” con el nombre de Dean Moriarty–, además de amante fugaz del propio Kerouac, coindice en esa apreciación de Ginsberg y desmonta la imagen de rebeldía que la juventud de la época recibió de los beat. Kerouac era un hombre tímido, «escindido entre sus convicciones católicas y sus aspiraciones budistas» que, sin embargo, se esforzó por ser un norteamericano normal.

La entrevista a Carolyn tiene un interés superlativo, e igualmente son soberbias, por el grado de cultura, introspección y bonhomía, las de otros que también idolatraron a Kerouac: Joyce Johnson, que sostiene que la forma de escritura automática hundió a su intermitente novio por entregarse a toda velocidad a cada obra mediante drogas y alcohol; Timothy Leary, “el sumo sacerdote de la generación psicodélica”, a quien Duval entrevista sabedor de que está a punto de morir, lo cual no le quita un ápice de buen humor; Anne Waldman, la fundadora junto a Ginsberg de la Jack Kerouac School of Disembodied Poetics en un entorno budista; y Ken Kesey, que con Cassady conducirá por el país su autobús psicodélico Further. Todos hablan de que Kerouac estaba en un nivel “superior”; y tanto fue así, que el mismo Ginsberg reconoce que su poesía fue una simple copia de la de su gran amigo.


Publicado en La Razón, 29-VIII-2013