De forma casi
unánime, la crítica cinematográfica americana ha señalado las debilidades de
“El consejero”, de Ridley Scott, que llegará a nuestros cines a finales de mes.
El elenco de actores es realmente llamativo: Penélope Cruz, Javier Bardem,
Bradd Pitt y Cameron Díaz, entre otros, pero el argumento es difícil de seguir
y hasta inverosímil a veces. En todo caso, no estamos ante una adaptación de un
relato de Cormac McCarthy sino ante un guión escrito para la gran pantalla por
parte de este autor, que ya ha visto cómo se han llevado al celuloide tres
novelas suyas.
Traducido por
Luis Murillo, este guión parece un cóctel de asuntos que el espectador ya
conoce gracias a mil películas –el tráfico de drogas, la inmigración mexicana,
las “snuff movies”– más que una historia definida que presente un interés por
sí misma. Vemos al abogado protagonista, a punto de casarse, metido en una
operación de tráfico de cocaína llena de tipos peligrosos, con lo que se ve
venir un desenlace amargo. Todos los personajes son guapos, como va dejando
claro en las acotaciones McCarthy, y lindan con lo lujoso y glamuroso, en
definitiva con lo peliculero en el sentido de sobreactuado y no con el realismo
de las bajas pasiones y corruptelas que hubiera sido deseable interpretar.
La anterior
obra de McCarthy, “El Sunset Limited”, también era un diálogo, pero de carácter
teatral, sencillo y efectivo, que se representó en los escenarios y en
televisión. En ella, sus dos únicos personajes, llamados Blanco y Negro –el
segundo había salvado al primero de suicidarse en el andén de un tren–
mantenían en un apartamento neoyorquino un férreo debate de tintes tanto
espirituales como mundanos. Ahora McCarthy ha dado un paso más allá y ha
querido componer un producto audiovisual potente, pero lo cierto es que
resultan muy ridículos ciertos monólogos de personajes que se ponen a filosofar
de forma grave y profunda. El cóctel se completa con acciones de enorme y
sofisticada violencia, y un par de escenas de sexo muy subidas de tono; es
decir, recursos demasiado fáciles para captar nuestras pupilas.
Publicado en La Razón, 7-XI-2013