Tom
Wolfe ha emprendido una de esas novelas en las que también entran el juego las
energías del escritor más allá de enfrentarse a un papel en blanco. A su
avanzadísima edad, ha urdido una historia que le ha llevado a integrarse en la
sociedad de Miami, como se apunta en los agradecimientos. Así, el pionero del
Nuevo Periodismo ha querido desmenuzar lo que llama en la novela, traducida por
Benito Gómez Ibáñez, “la Ciudad de la Inmigración”, en la que tiene un papel
tan preponderante la población cubana.
El
punto de partida es la captura, por parte de un joven y aguerrido agente
policial, de un cubano al que solo le quedaban unos metros para alcanzar tierra
estadounidense. Su hazaña, llena de peligro, es tan bien vista en el
departamento de policía como mal entre las gentes cubanas que en su día también
pasaron por el drama de salir de su isla para evitar “la tortura y la muerte en
los calabozos de Fidel”. Él mismo, Néstor Camacho, es hijo de exiliados, y
sufrirá las presiones de sus conciudadanos de Hialeah, al noroeste de Miami, e
incluso su novia Magdalena –que trabaja para un psiquiatra que trata a gente
adicta a la pornografía– también le reprochará su acción. El contrapeso de este
personaje es Ed Topping, director del periódico “Miami Herald”, casado con la
glamurosa Mack.
Más
allá de la peripecia novelesca, sobre un asunto de falsificaciones de cuadros
por parte de un ruso sospechoso, Wolfe pretende sobre todo insertar su habitual
deje sarcástico, pero en mi opinión acaba mostrando los tópicos inevitables de
los cubanos, abusa de unas infantiles onomatopeyas y acaba siendo simplón en
muchos detalles: «Se llamaba John Smith, por lo visto [un periodista]. ¡¿Se
puede ser más “americano”?!». Entre medias, habla de “las nacionalidades y sus
territorios” (Little Havana, Little Haití, Little Caracas, South Beach), y no
obstante la complejidad del tejido humano de Florida se merecía un texto más
corrosivo en torno al “latingo”, “un latino que se había vuelto gringo”.
Publicado en La Razón,
14-XI-2013