sábado, 22 de febrero de 2014

Entrevista capotiana a Juan Manuel Macías

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Manuel Macías.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Todo paraíso puede acabar siendo una cárcel, así que me conformaría con lo mínimo: conservar lo esencial de la memoria y, a ser posible, estar junto a seres queridos que también desearan estar conmigo. Luego, puestos a pedir algunos extras, se me ocurren, por ejemplo, cuatro estaciones bien definidas (con nieve en invierno y calor en verano), algunos libros, música, buena comida y bebida. En fin, lo típico.
¿Prefiere los animales a la gente?
Al cabo, todos somos animales. La gente no creo que exista. Prefiero los individuos.
¿Es usted cruel?
Detesto profundamente la crueldad, aunque eso no me exime de acabar practicándola o haberla practicado, sin darme cuenta.
¿Tiene muchos amigos?
Desconozco el cómputo final. Prefiero apreciarlos de uno en uno.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna: de lo contrario, no serían mis amigos, sino lo que yo quisiera que fueran. Antes que buscar cualidades, prefiero descubrirlas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No los pongo a prueba ni los someto a examen o a control de calidad. Supongo que la vida va diciendo y la amistad es algo que conviene alimentar y cuidar. Me inclino por la tolerancia, la comprensión, la empatía. Por otra parte, me pregunto también si acaso yo habré decepcionado a alguien alguna vez...
¿Es usted una persona sincera?
No suelo ocultar mis intenciones, para bien y para mal, y ya desde pequeño se me da fatal mentir. Incluso disimular, cosa que digo no sin cierta resignación.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Realmente, no tengo tiempo libre. Quiero decir que siempre me encuentro haciendo algo, a gusto o a disgusto. Entre lo primero, puedo enumerar algunas cosas que se me ocurren ahora, sin ningún orden de preferencia: dormir, no dormir, conversar, escuchar, tomar una cerveza o un vino, leer, pensar en las musarañas, ver nevar, escuchar llover, visitar librerías de viejo, acariciar un gato, etc.
¿Qué le da más miedo?
Perderme en la oscuridad y no encontrar la salida. Es una pesadilla recurrente.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La hipocresía me tiende a poner enfermo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
La verdad, ignoro cuánto de creativa tiene mi vida. Puestos a tener nostalgia de otra vida descartada, me hubiera gustado ser marino mercante, como mi padre. De pequeño también me fascinaban los trenes y deseaba trabajar de cualquier cosa dentro de un tren, sobre todo como mozo de coche-cama en la Compañía Internacional de Coches-Camas y de los Grandes Expresos Europeos. Supongo que, en resumen, querría haber viajado más de lo que viajo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Debería. Me gusta caminar, pero muchas veces eso se queda tan sólo en una buena intención.
¿Sabe cocinar?
Cocinar me relaja mucho y me encanta divagar mientras troceo las verduras. Algunos de mis platos, según dicen, han estado a la altura de las expectativas. Aunque ya he aprendido a vivir con la triste certeza de que me iré de este mundo sin saber hacer el ali-oli a mano.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hedy Lamarr, actriz, inventora y precursora del wifi. Una persona fascinante.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Cualquiera que alimente la imaginación.
¿Y la más peligrosa?
No creo que haya palabras peligrosas, sino el uso que pueda hacerse de ellas. Toda palabra es un faro en buenas o malas manos.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Matar, lo que se dice matar, no. Pero sí he deseado a menudo estar infinitamente lejos de alguien.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ideales de justicia e igualdad que, en estos tiempos postmodernos, parecen ya algo rancios o gastados. Creo en el deber de luchar por esos ideales, lo mismo que en el derecho a sentirse descreído ante una hipotética victoria definitiva sobre el mal. Y también en el destino de vivir en tal contradicción.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Yo mismo, de nuevo. Es algo que se ha convertido en un hábito que a estas alturas me cuesta dejar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La ingenuidad y la pereza.
¿Y sus virtudes?
La ingenuidad y la lealtad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Supongo que ese hipotético catálogo tendría que otorgarlo el momento, y me temo que yo nunca me he ahogado antes. Pienso que hay muchas imágenes de mi vida, cosas que uno ha visto, lugares, momentos, gestos, que me gustaría concitar allí, como una última línea de defensa frente al olvido. No sé si me daría tiempo a repasarlas todas. Ojalá, puestos a imaginar, algunas de ellas quedaran imborrables, como flotando en el agua.

T. M.