sábado, 8 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Alfons Cervera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alfons Cervera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa de Gestalgar, el pueblo donde nací y donde vivo, y Común presencia, de René Char. Son dos sitios en uno solo.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿La mala gente también entra en la elección?
¿Es usted cruel?
Cuando me lo exige el guión, no tenga usted ninguna duda de que lo soy. Y por suerte o por desgracia hay por ahí cada elemento que me pone en bandeja, cada día, guiones excelentes.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes para que la vida sea una miaja más amable de lo que es.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Nunca me he parado a pensarlo. Sé que están ahí, y eso es suficiente.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Las decepciones forman parte de nuestra vida. Seguro que alguna vez hemos fallado a alguien que confiaba en nosotros. ¿O no?
¿Es usted una persona sincera? 
Depende. No me gusta presumir de nada. De eso tampoco.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo libre no existe. Es imposible un tiempo sin nada dentro. Por si he de ser más explícito: no tengo tiempo libre. De verdad que no lo tengo.
¿Qué le da más miedo?
No tener miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
A estas alturas del partido, ya casi nada. Si acaso, comprobar aquello que decía Antonio Machado: en tiempos de crisis triunfan los cínicos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No existe una vida que no sea creativa. Yo trabajé muchos años y desde muy niño en el horno de mis padres. Eso quería ser: hornero. Luego las cosas derivaron hacia la literatura por puro azar. Y ahí sigo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Hasta hace poco, sólo el de sostener con dificultad libros gordos mientras duraba la lectura. Ahora ya no porque no leo libros gordos, salvo si los han escrito los amigos.
¿Sabe cocinar?
Sí, me gusta. Cocina tradicional, la que heredé de mi madre, esa sencilla y barata que alimenta bien porque viene de los tiempos del hambre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¿El Reader’s Digest encarga esas cosas? En todo caso: a un paisano mío que en Gestalgar nos alegraba cuando éramos críos con sus ocurrencias y su manera de entender la vida y sus bondades. Nunca supe su nombre auténtico. Lo llamábamos Chicago. Sale en muchas de mis novelas y ahí seguirá estando, como se merece la gente que te ha enseñado más que seguramente toda la colección entera del Reader’s Digest.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
No lo sé. Tal vez una frase: cuando quieres a alguien y le dices “no te mueras nunca”.
¿Y la más peligrosa?
Detesto la palabra “cinismo”. Pero seguramente hay muchas más.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¿Si contesto a eso afirmativamente la nueva ley de seguridad que propone el gobierno no se me aplicará con efectos retroactivos?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
¿Sirve la respuesta anterior para contestar esta pregunta?
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Toda mi vida quise aprender a tocar la guitarra. Tengo tres en casa, dos eléctricas y una clásica. No aprendí nunca porque nunca fui paciente y no conseguí lo principal: tener callos en las yemas de los dedos. Así que eso: guitarrista en un grupo de los que amenizan las fiestas de verano por los pueblos.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Sólo dos: esperar con impaciencia una nueva novela de Juan Marsé y releer a todas horas las de Francisco González Ledesma, incluidas las que escribía con el seudónimo de Silver Kane.
¿Y sus virtudes?
En esta oportunidad, vicios y virtudes son una misma cosa.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una sola: si no sé nadar qué demonios pinto aquí.

T. M.