lunes, 31 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Andrés Catalán

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Andrés Catalán.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me da igual cual, solo exijo tres cosas: café, libros y wifi. Eso descarta muchos, pero me deja unos cuantos.
¿Prefiere los animales a la gente?
De niño quería ser biólogo. Pero no. Los animales mueren pronto: la gente suele durarte más.
¿Es usted cruel?
Lo he sido alguna vez. Probablemente vuelva a serlo. A veces, claro,  y con según que gente, sería más que recomendable: pero solemos ser crueles solo con quien no lo merece.
¿Tiene muchos amigos?
Me gusta conocer gente. Cierta gente. No mucha, tal vez. Pero amigos, amigos de verdad, tengo los necesarios: los que me aguantan.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Generalmente, de las que carezco yo: uno siempre pide más de lo que da, irremediablemente. Pero podría robarle una frase al editor Fabio de la Flor y decir que dos: que sean agradecidos, que sean generosos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Todos nos decepcionamos -padres, hijos, hermanos, amigos, mascotas, bonsáis- unos a otros de vez en cuando. Se arma un escándalo, se pide perdón y se pide otra cerveza. En ese orden.
¿Es usted una persona sincera? 
Solo cuando es estrictamente necesario.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Tengo unos horarios anárquicos, trabajo mucho y vagueo mucho, soy extremadamente diligente e infinitamente perezoso, pero no sé qué es el tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
La soledad. El dolor físico. Las colas del supermercado.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Asocio esa palabra con una señora en abrigo de piel bufando profusamente mientras entrecierra los ojos ante los cuadros de una exposición postmodernista. Más que cosas que me escandalicen, hay cosas que me subleban hasta límites guillotinescos: la caradura, por ejemplo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No tengo ni la más remota idea, para empezar no decidí yo nada: iba para otras muchas cosas que no tenían nada que ver ni con los libros ni con el arte, pero nunca he sido yo más yo que haciendo esto.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
A veces corro. Por temporadas hago esgrima. Y paseo montones de libros. Sobre todo, paseo montones de libros.
¿Sabe cocinar?
Creo que no se me da mal. Me gusta. Se parece a escribir. Debería ocurrírseme algo muy inteligente que decir sobre el tema, ya que perpetré, a medias con Ben Clark, un poemario entero en torno al tema de la comida. Pero ahora mismo solo se me ocurre que la poesía y la cocina se parecen en que, por muy mal que se te den, siempre te apetece que los demás caten lo que haces.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Una visita a Google me informa de que el Reader's Digest sigue editándose, así que tendré que responder algo. ¿Valen muertos? Siempre me ha fascinado Emma Hamilton, Lady Hamilton, una belleza inglesa retratada, entre otros muchos, por George Romney; uno de sus cuadros, en el que aparece disfrazada de Circe, está en la Tate Modern de Londres y es una de las chicas más guapas que he visto en mi vida. Amante, a sabiendas de su marido, del almirante Lord Nelson, se acostó con medio Londres y escandalizó al otro medio a finales del XVIII. Murió, como es menester en una buena novela, borracha, arruinada y sola.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Quizás.
¿Y la más peligrosa?
Identidad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Profusamente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda feroz, aunque me temo que los únicos partidos políticos que hoy defienden algo parecido o chochean o la abandonaron hace tiempo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Aristócrata y vago. Con caballos, políglota y misántropo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Comprar libros. Acumularlos sin medida. El vino. Los artículos de papelería.
¿Y sus virtudes?
Sé escuchar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Escenario improbable: yo soy más de mirar el mar desde una terraza con una cerveza en la mano mientras los demás se llenan de sal y arena. En todo caso, los esquemas clásicos seguramente son lo último que te preocupa cuando te falta el oxígeno.

T. M.