martes, 8 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Rodrigo Fresán

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rodrigo Fresán.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Hasta no hace mucho pensaba en la librería The Strand, en New York. De un tiempo a esta parte –¿soy más sabio o me he resignado a fantasías más realizables?– lo cierto es que no saldría de casa. Nunca. Vivo en un sitio muy agradable y me llevo muy bien con los míos. Solo saldría para buscar libros. Ahora que lo pienso, puedo hacer que me traigan los libros a casa, ¿no?
¿Prefiere los animales a la gente?
En absoluto. Lo que no quita que haya personas que son verdaderos animales. Por lo contrario, no hay animales humanistas salvo en las películas de Walt Disney. Y suelen ser animales insoportables. No hay que mezclar a los animales con las personas salvo en novelas como Moby Dick. Y siempre me dieron un poco de muchísimo miedo las personas que conversan con sus mascotas... ¡¡¡HACIENDO LAS DOS VOCES!!! ¡¡¡LA SUYA Y LA DEL PERRO/GATO/CANARIO/TORTUGA/PIRAÑA/ETC.!!!
¿Es usted cruel?
Supongo que tengo mis momentos (muchos ya están pensando, seguro, que fue muy cruel la manera en que acabo de referirme a los dueños/ventrílocuos de animales más o menos domésticos). Incluso conmigo mismo. ¿Quién no? De tanto en tanto somos crueles para así poder ser luego temblorosa y plenamente conscientes de que la mayoría del tiempo no lo somos. ¿Rasgo de crueldad inequívocamente fresaniana? Seguramente el vivir convencido de que el resto del mundo tiene los mismos tiempos y ritmos que yo. Sí: soy de esos que prefieren llegar al aeropuerto unas cuatro horas de que salga el avión (que, por supuesto saldrá con retraso).
¿Tiene muchos amigos?
Cada vez menos, cada vez mejores. 
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No las busco, las encuentro. 
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Muy de tanto en tanto, cada vez menos. Pero no es problema porque –aunque duela– enseguida pasan a ser ex amigos. Y nada es menos decepcionante que un ex amigo. 
¿Es usted una persona sincera? 
A veces me dicen que soy demasiado sincero. Y me lo dicen como si fuese un defecto. "Te pasas de sincero", me dicen.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Qué es eso? ¿Dónde se consigue? ¿Es legal?
¿Qué le da más miedo?
Que algo terrible le pase a quienes quiero. Que algo terrible me pase a mí y no pueda evitar que le pase algo terrible a quienes quiero. Toda enfermedad degenerativa –ya que estamos– me parece prueba más que fehaciente de la inexistencia de Dios o de su ineptitud o de su muy desagradable y oscurísimo sentido del humor.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muchas cosas, demasiadas. Pero por dejarlo dentro de los límites de mi oficio, me escandaliza el modo en que escriben algunos demasiado. Y me escandaliza la manera en que se salen con la suya escribiendo como escriben. En resumen: me escandalizan los escritores con poco estilo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Heredero de un vasto imperio financiero manejado por una cuadrilla de honestos y geniales hombres de negocios. Mirar mucho al techo y un día, de golpe, pensar: "¿Y si me hago escritor?"
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí: soy muy bueno para el deporte de pensar que debería practicar algún tipo de ejercicio físico. Es decir: soy un gran teórico del asunto. ¿Vale si digo que camino bastante y respirando profundo y sin ir por ahí mirando fijo una pequeña pantalla?
¿Sabe cocinar?
Como todo hijo de padres divorciados, supe. Pero me olvidé. Aunque de tanto en tanto compruebo que mis instintos, aunque adormecidos, siguen ahí, latentes. Y puedo preparar un buen platillo con restos e ingredientes aparentemente irreconciliables en unos pocos minutos. De tanto en tanto fantaseo con escribir El libro de recetas del niño divorcista. Pero enseguida se me pasa.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Bob Dylan. Siempre Bob Dylan. Para cualquier revista. De ser posible para una revista que se llame Dyland. Aunque ya he escrito demasiadas veces sobre Bob Dylan quien, sin dudas, es el ser vivo más interesante y enigmático de nuestra era. Eso sí, no pierdo la esperanza: escribir sobre Bob Dylan luego de haber conversado largamente con Bob Dylan.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
(Continuará...), así, como en los comics.
¿Y la más peligrosa?
¡¡¡Cuidadoaaahhh!!!
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero no me molestaría demasiado que personas a las que no conozco y mucho más audaces y eficientes que yo se hicieran cargo del trabajo sucio. Y yo enterarme de todo en el noticiero de la noche y decir con una sonrisa casi invisible eso de "¡Qué horror!"  
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El desconfiar de todo político. Especialmente de los que no se han preocupado por aprender idiomas. Kurt Vonnegut decía que a nadie inteligente y preparado se le pasaba por la cabeza la idea de ser presidente. De ahí que quienes ocupasen esas posiciones de poder fuesen, por lo general y por descarte, psicópatas o idiotas. No puedo estar más de acuerdo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo que soy ahora; pero con un mejor pasar (y falta cada vez menos para añadir eso de "con veinte años menos") y con muchos menos artículos que escribir semana tras semana, hasta el infinito y más allá.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La Coca-Cola (no bebo, no fumo, no me drogo, no soy adicto al porno o voy por ahí lamiendo mi mando a distancia y delirando eso de "Si Shakespeare viviera hoy estaría escribiendo para la HBO").
¿Y sus virtudes?
Ni idea. No creo ser una mala persona; pero las virtudes de uno las ven y las conocen los otros, ¿no?
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Alguna vez, de niño, estuve a punto de ahogarme. Escribí acerca de eso, a lo largo de muchas páginas, al inicio de mi nueva novela: La parte inventada. Como se verá y como se leerá allí, uno piensa muchas cosas mientras se ahoga. O al menos piensa mucho al ahogarse en el recuerdo de ese momento. La memoria siempre flota.

T. M.