viernes, 11 de julio de 2014

J. K. Rowling: el nido vacío

Foto: Abadía de Westminster, Londres

La ficción sobredimensionada por el éxito masivo hace que un autor permanezca en un limbo cuando abandona a su personaje más emblemático. Como si se tratase de un nido vacío del ave que ha levantado el vuelo, algunos padecen esa sensación de vaciamiento o, por el contrario, gozan del alivio de sacarse de en medio algo que les maniataba. Harto de Sherlock Holmes, A. C. Doyle hizo que el profesor Moriarty lo tirara por unas cataratas en «El problema final». Pero el irlandés sintió tanto las protestas y súplicas de sus lectores –incluida su propia madre–, que acabaría por resucitarlo al cabo de diez años.

Flaubert decía que Madame Bovary era él mismo, a tal punto llegó su entrega artística hacia su inmortal suicida. Todos conocen quién es Drácula o Frankenstein, pero pocos los capaces de relacionarlos con Bram Stoker y Mary Shelley; y sucedería igual con James Bond e Ian Fleming: personajes que devoran a veces a su creador o lo mantienen en la cumbre gracias al filón de las entregas sucesivas –el inspector Maigret de Simenon, ¡de 1931 a 1972!, o el espadachín Alatriste de Pérez Reverte, de 1996 a 2011–; hasta que el ave se difumina y en el nido ya no se proyectan tantas miradas.

Es el caso del Harry Potter de una Rowling que le está costando ser coherente con la decisión de acabar con su joven mago. En 2008 publicó una suerte de epílogo, “Los cuentos de Beedle el Bardo”, donde aparecían distintos brujos de la academia Hogwarts, y, en un ejercicio excesivo, jugaba a las notas a pie de página para anotar el texto que “editaba” y cuya autoría atribuía a un escritor del siglo XV. Asuntos de trasfondo comercial para rentabilizar la fama, de ahí las segundas partes de obras populares: la continuación de “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell, con el título del personaje “Scarlett” (2008), o la de novelas de Jane Austen o Raymond Chandler. Sólo faltaría que la Mafalda de Quino, ya anciana, se asomara a las cuatro viñetas de su tira cómica y constatara que el mundo que dejó de comentar en 1973 sigue, ciertamente, igual de desastroso.

Publicado en La Razón, 9-VII-2014, a propósito 
del artículo “Harry Potter contra la prensa amarilla”