El colapso es absoluto, y el temor es que
la cosa no va a parar, va a ir a más incluso porque el lenguaje está en caída
libre y ya nadie lanza dardos denunciadores de tales prácticas por parte de los
medios de comunicación. Y es que ahora todo, todo, todo, absolutamente todo, como
si no hubiera más adjetivos en el planeta, hasta la cosa más insignificante,
anodina, superflua, es espectacular. Ahora
ya no hay policías ni soldados ni conjunto de armamentos, sino efectivos. Ahora no se habla del clima (el
tiempo en el cielo) sino de una ciencia, la meteorología.
Ahora la gente empieza hablando ¡y escribiendo! con un infinito que en verdad
tiene acción de sujeto: “Decir que…
bla bla”, con lo que el verbo, la acción en sí, desaparece. Ahora jamás un
jugador de baloncesto hace una falta personal a otro, sino sobre él. Ahora no hay reuniones sino cumbres. Ahora ya no hay punto final como en la historia del idioma
español y como han dicho y escrito trillones de personas, sino punto y final. Ahora es imposible no
hacer caso porque hasta los escritores y los traductores del inglés, claro, más
reconocidos dicen ignorar. Ahora, por
supuesto, uno no es candidato sino que está nominado.
Ahora, ya no hay etapas, o épocas, o periodos sino eras. Nunca en lo sociolingüístico una resurrección –la de Fernando
Lázaro Carreter– fue tan necesaria.