viernes, 3 de octubre de 2014

Un escritor de barrio

Cuando hace casi veinte años Alan Sillitoe publicó su autobiografía, aún le quedaban tres lustros de vida, aún publicaría cuatro libros más. Se sintió siempre un poeta, escribió teatro y guiones de cine pero, sobre todo, la obra por la que seguirá siempre despertando atención es la narrativa, y entre ella, la que aborda la Inglaterra del desempleo y la pobreza de los años cincuenta. Esta es, la que retrata su primera novela, “Sábado por la noche y domingo por la mañana” (1958), y su mejor creación, el relato largo “La soledad del corredor de fondo”, ambos libros recuperados estos años por la editorial Impedimenta.

Esta vida que describe sin armadura, titulándola a partir de un pasaje bíblico de Samuel y traducida por Antonio Lastra, se centra especialmente en lo que significó su debut literario, que lo apupó al éxito, y en menor medida en la historia de aquel delincuente al que, habiendo ingresado en un reformatorio de Essex, destinaban a las carreras de fondo al ver que tenía grandes aptitudes físicas. Un personaje rebelde, como es habitual en un Sillitoe emparentado con una generación que dice aquí no reconocer: «No me sentía parte del movimiento de los “angry young men”, si es que existía, y no sé de ningún escritor que lo sintiera, pues la etiqueta era propia de periodistas y otros que querían clasificar a quienes escribían de una manera que ellos no entendían ni se preocupaban por entender».

Es un detalle esclarecedor, que se une a la inspiración fabulosa de concebir “La soledad…” y otros pasajes memorables, como su amistad en Mallorca con Robert Graves. Lo mejor de un libro que sobre todo es memoria de su origen paupérrimo, de sus oficios en fábricas y de su periodo como radiotelegrafista de la Real Fuerza Aérea, con la que viajaría a Malasia. De allí volvería tan enfermo que tendría que retirarse, pero ya a punto de convertirse en el escritor que había soñado ser.


Publicado en La Razón, 2-X-2014