domingo, 30 de noviembre de 2014

Entrevista capotiana a Javier Arias Artacho

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Arias Artacho.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Es una pregunta difícil. Imagino que, por más agradable que fuese el lugar escogido, acabaría convirtiéndose en una prisión. Hoy por hoy, quizás creo que elegiría mi propia casa, amplia, con jardín y una buena conexión a internet. Desde allí siempre me siento cerca de seres queridos muy lejanos, pero que a la vez son muy cercanos.
¿Prefiere los animales a la gente?
El ser humano ha nacido para convivir con los demás. El hombre no puede realizarse si no es en función de la sociedad. Hay personas que, por fracasos, cobardía o desgana, piensan que se puede proyectar las relaciones humanas con los animales. Sin embargo, esto es un engaño, un sucedáneo de lo que les gustaría que fuese y no es.
¿Es usted cruel?
Todos tenemos destellos de crueldad dentro de nosotros, pero debemos aprender a dominar nuestras emociones. Negar estos sentimientos es absurdo. En el ser humano acaban aflorando de una manera innata en mayor o menor medida.
¿Tiene muchos amigos?
No. Soy una persona muy sociable, pero dedico mucho tiempo a la soledad de la escritura, la lectura y, por supuesto, a mi familia. Puedo decir que mi mejor amiga es mi mujer y que los amigos que tengo son sólidos y perdurables a lo largo de la vida.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Me gusta que coincidan con mis ideales, que sean nobles y, a ser posible, que sepan escuchar.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Es inevitable. Las relaciones humanas son complejas, claro que sí. Sin embargo, debemos recordar que en la pluralidad y la diferencia se fundamentan largas relaciones.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, creo que sí. Sincero, pero prudente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Suelo ocuparlo escribiendo y, bastante menos, leyendo. Me encantaría hacer más deporte y haberle podido dedicar más tiempo al tenis.
¿Qué le da más miedo?
Lo que no depende de mí, lo que no puedo controlar.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La superficialidad de la gente patinada de una sabiduría fofa que, con los años, de desmoronará como un castillo de naipes. Vivimos en un tiempo donde todos pueden hablar de todo y los medios de comunicación encumbran a mediocres para dictar cátedras que jamás han estudiado.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Desde luego, el cine me motiva mucho también.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, desde luego: voy a nadar, a correr y al gimnasio. Lo hago semanalmente, como una rutina, pero menos tiempo del que me gustaría.
¿Sabe cocinar?
No lo soporto. Es el núcleo de mis discusiones familiares.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Probablemente, hoy me gustaría escribir sobre Charles de Foucauld. Es la historia de un conde francés de gustos sensuales y vividores que acabó aprendiendo que en la sencillez y en la espiritualidad radica la felicidad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
El amor, claro.
¿Y la más peligrosa?
La venganza, claro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro que no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me gusta que gobiernen buenos gestores que jamás pierdan de vista la sensibilidad social a la que algunos se apuntan por conveniencia y, a veces, sin merecerla.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quizás, médico.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Me los reservo, ¿no crees?
¿Y sus virtudes?
La perseverancia y la honestidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Imagino que pensaría en mis seres queridos y me aferraría con fuerza al mundo que me dirijo.

T. M.