domingo, 14 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Aitor Romero Ortega

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Aitor Romero Ortega.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Podría decir una biblioteca y quedaría muy borgeana la cosa. Pero no lo diré. Elegiría un bar. Siempre fui un admirador de los escritores alcohólicos que, como todo el mundo sabe, son todos irlandeses o descendientes de irlandeses. En ese bar ideal, en ese bar purgatorio, habría tiradores de cerveza, claro, como en todos los bares, algunos libros (no muchos) y una televisión donde echarían todos los partidos del Barça.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero los árboles, querido Toni. Prefiero los desiertos y en general las ciudades. Entre animales y humanos me cuesta decidirme. Supongo que depende, como dice la canción. Depende de las especies. Creo que, en general, los animales y los humanos los prefiero, en ambos casos y desde hace un tiempo, más bien quietos, disecados a poder ser.
¿Es usted cruel?
Lo intento cada día. No sé si lo he conseguido. Tengo, eso sí puedo atestiguarlo, una inclinación bastante acusada por el humor negro negrísimo.
¿Tiene muchos amigos?
Bastantes, aunque la mayoría están desperdigados por el mundo y me habrán ido olvidando, igual que yo les he olvidado a ellos. Resisten cuatro o cinco que apenas se han movido del sitio y a los que quiero con ahínco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Diría la lealtad, pero eso parecería algo castrense. Supongo que busco algo que no acierto a definir y que estaría entre el humor inteligente y la inteligencia humorística. Tal vez ambas cosas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Las pocas veces que eso ha ocurrido ha sido un poquito antes de que dejasen de ser amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
No. Si lo fuera escribiría Nuevo Periodismo, como Gay Talese y Norman Mailer, que aseguran que todo lo que relatan es rigorosamente cierto. O haría documentales. En mi caso no es así. Soy un mentiroso compulsivo, por eso escribo ficción. Y a veces, incluso autoficción, que es el camino más tramposo para mentir escribiendo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Caminar, dormir y leer. Esos son los tres escalones del aprendizaje, mi particular olimpiada hedonista.
¿Qué le da más miedo?
Que me confundan con otro. Que me confunda un grupo de sicarios que andaba buscando a ese otro y que no tenga tiempo material de deshacer el entuerto.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza el talento, en el buen sentido. La mediocridad, el arribismo y la cobardía a estas alturas del film son incapaces de provocarme ningún escándalo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me hubiese gustado ser narrador de partidos de fútbol. Narrador argentino, por supuesto. En España la profesión de locutor deportivo me parece una profesión de lo más chusquero. También me hubiese gustado ser crítico de cine en Calcuta. O incluso crítico de cocina en Glasgow, que imagino como un oficio completamente ocioso y por lo tanto maravilloso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Voy al gimnasio, sobrevivo en el metro y subo escaleras. Creo que me estoy haciendo viejo.
¿Sabe cocinar?
Cuatro cosas para sobrevivir en cualquier ciudad del mundo en pleno mes de agosto. Sin la inmigración italiana y la popularidad de su gastronomía me moriría de hambre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Al Poli Díaz, por supuesto. Los estimados lectores del Reader’s Digest se darían cuenta de que el Jake La Motta al que encarnó de Niro en Toro Salvaje no era nadie al lado del Potro de Vallecas, cuya vida está llena de una épica barrial que tiene mucho de auténtica y poco de celuloide. Una cosa es ser un héroe en Bronx italiano y otra cosa es serlo en pleno Vallecas en los 80.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Después.
¿Y la más peligrosa?
Después.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Casi todas las mañanas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Marxista hormonal, como diría Menotti. Y aunque sea un lugar común, cada vez más cerca de Groucho que de Karl. Prefiero, digámoslo claro, a los hermanos de Groucho que a ese Engels del que nunca me acabé de fiar.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser la calle Roberto Bolaño de Girona, que está en medio de un polígono perdido y que en el año 2666 la gente que viva en ella, al tener que decir su dirección postal en cualquier banco o administración pública, se preguntará: ¿y ese Roberto Bolaño, quién coño era?
¿Cuáles son sus vicios principales?
El don de la ebriedad, que diría el poeta y otros monstruos similares.
¿Y sus virtudes?
Todas las anteriores.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un columpio y un libro. Las caderas borrosas de una mujer. Y una escena, para mí, gloriosa: el único verdadero puñetazo que he pegado en mi vida.

T. M.