martes, 16 de junio de 2015

Entrevista capotiana a M. Valderrama Donaire

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel Valderrama Donaire.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En una biblioteca con bar. Lo del bar es innegociable.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, ni tan siquiera tengo mascota. La gente, por regla general, tiene una conversación mucho más interesante que los animales. Siempre hay excepciones, eso sí.
¿Es usted cruel?
No, soy un hombre muy pacífico. Y me lo paso mejor burlándome de mí mismo que de otros. Así que cuando les toca a ellos tienen que hacer como que no se enfadan.
¿Tiene muchos amigos?
Afortunadamente sí, y muy buenos. Compran mis libros y todo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No creo que los amigos se busquen. Más bien se los va encontrando uno por el camino. No busco ninguna virtud concreta. En realidad, prefiero que no sean en exceso virtuosos. No me fiaría de una persona sin defectos aparentes. A saber lo que esconde alguien así.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, conozco bien sus limitaciones. Es broma, la verdad es que he tenido un gran talento para rodearme de gente que me aporta, que merece la pena tener cerca.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, con moderación. Tampoco conviene llevar el culto a la sinceridad al extremo. Si te encuentras con un antiguo compañero del colegio, no creo que sea muy adecuado decirle que está viejo, calvo y gordo. Acompañarlo de la frase, “es que yo soy muy sincero” no lo mejora.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Retozando con mi mujer o leyendo. Una cosa o la otra. No tengo suficiente capacidad de concentración en la lectura para practicar las dos de forma simultánea.
¿Qué le da más miedo?
Que mi mujer se enfade si lee mi respuesta a la pregunta anterior y tenga que matar el tiempo sólo leyendo una buena temporada.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Soy más de quedarme perplejo que de escandalizarme. Me deja perplejo lo sencillo que se lo ponemos a nuestros gobernantes, lo poco exigente que somos. La facilidad que tenemos para olvidar lo importante y recordar lo insustancial. Lo barato que nos hemos vendido.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Dar clases de inglés. A fin de cuentas, ese es mi oficio. La escritura es más una vocación, una necesidad de dar rienda suelta a mi lado creativo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, con escasos resultados. Voy casi todas las mañanas al gimnasio, pero en realidad es una excusa para tomar café con un grupo de amigos.
¿Sabe cocinar?
Sí. En casa, normalmente (es decir casi siempre) cocino yo. Mi mujer tiene otras muchas virtudes.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A la abuela de mi padre. Mi bisabuela pertenecía a una familia con posibles y se enamoró de un hombre humilde, por no decir pobre. Su familia se opuso a esa unión contraria a las convenciones sociales y, por qué no decirlo, a los intereses económicos. Siendo muy jovencita, quedó embarazada y tuvo una niña a la que nada más nacer sus padres dieron en adopción sin ningún tipo de identificación. Mi bisabuela intentó recuperarla pero ya fue tarde. Renunció a la familia y a su dinero y se escapó con mi bisabuelo, con el que vivió hasta que éste murió. Según mi padre, nunca hablaba de este tema. Eludía referirse a su familia. Yo llegué a conocerla, pero era sólo un niño de cuatro o cinco años. Mi único recuerdo de ella es el de una anciana enjuta y pequeñita que estaba en tendida en la cama porque se había roto la cadera. Si yo hubiera tenido más edad y ella menos, posiblemente la habría atosigado a preguntas y me habría detestado.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Benigno.
¿Y la más peligrosa?
Verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Rotundamente no. Soy demasiado cobarde para ejercer la violencia.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ni siquiera los políticos tienen ya tendencias. El mayor problema reside en que hasta ellos, los de un lado y los del otro, han dejado de creer en la importancia de la ideología. ¿Qué puede vender un político si no es ideología? Es como si, de repente, en tu panadería de toda la vida dejan de vender pan. ¿Para qué voy entonces?
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Músico de jazz.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy feliz compartiendo un libro, una cerveza y un disco de Billie Holiday con mi mujer. Supongo que con cuatro vicios vale, ¿no? Bueno, en realidad eso casi son más virtudes que vicios. Digamos que el humor, llega a ser enfermizo.
¿Y sus virtudes?
Mi mayor virtud es no tomarme a mí mismo muy en serio.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un flotador, un bote salvavidas, un mástil salvador flotando entre las olas…
T. M.