sábado, 19 de septiembre de 2015

Entrevista capotiana a Alejandro Duque Amusco


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alejandro Duque Amusco.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Donde ya vivo, en mi cuarto de trabajo y de estudio, donde paso la mayor parte del día. En mi cuarto leo, escribo, oigo música y duermo. Por eso he dicho alguna vez, y adviértase que recurro al humor al decirlo, que “Mi cuarto es mi verdadera patria”.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me agradan los animales. El caballo es mi preferido. Pero mi interés máximo son las personas, que permiten uno de los más refinados placeres que puede haber en esta vida: la conversación. La persona es justamente el animal que conversa.
¿Es usted cruel?
Pasé de niño en el campo largas temporadas y no fui ajeno, con otros niños, a la crueldad infantil. Teníamos a la vista la mejor maestra en crueldad: la naturaleza. Lo he tratado en un poema que se titula “Gorriones en la siesta”. Está por hacerse todavía una antología de “poemas de la crueldad”, que sería realmente impresionante. De todos modos, y la psicología lo corrobora, el niño cruel hace al adulto inocente.
¿Tiene muchos amigos?
Gente conocida, muchísima. Muy numerosos, los “saludados”, que decía Josep Pla. Pero los grandes amigos, los amigos de verdad son siempre pocos.  
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La comprensión unida a la inteligencia.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca, en ningún caso. Un buen amigo lo es, pase lo que pase, de modo incondicional.
¿Es usted una persona sincera? 
Puedo ser sincero con personas de mucha confianza y si encuentro las palabras adecuadas para serlo. La sinceridad cuando es hiriente se convierte en algo feo, bajo, desagradable. Esa sinceridad no me interesa. La verdad que mata a la larga deja de ser verdad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Una de mis ocupaciones preferidas es escribir cartas. Cartas largas, y no los telegráficos y chispeantes e-mails de hoy. La carta larga, demorada, nos permite establecer un contacto muy estrecho con quienes están lejos. 
¿Qué le da más miedo?
Esa forma de violencia latente que es la estupidez humana. En un gobernante o en la clase dirigente puede tener consecuencias devastadoras.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Todo aquello que contribuye a dañar la inocencia. No solo la de los niños, también hay adultos candorosos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Como poeta escribo poco y publico aún menos. Apenas tengo conciencia de escritor. Así y todo, escribir, aun del modo espaciado e intermitente que digo, se ha convertido para mí en una “segunda naturaleza” y ya no puedo desprenderme de ella. No concibo una vida, fuera de mí, que no esté unida al cielo o al infierno de la escritura. 
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De joven, el fútbol. En campo grande. Ahora, como forma de mantenimiento, la natación.
¿Sabe cocinar?
Todo mi arte culinario se reduce a la preparación de un postre delicado y riquísimo: el tiramisú. Fuera de ahí, casi nada más.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hoy por hoy, la decisión la tendría muy clara. Me interesa mucho la vida del descubridor de las ruinas de Troya, el arqueólogo Heinrich Schliemann, que con una fe extraordinaria en la palabra de Homero y tomando al pie de la letra las descripciones del poeta, sacó a la luz los restos de aquella mítica ciudad.  Schliemann significa el cumplimiento de una vida a través del amor al maestro, de la fe en él y de la tenacidad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tal vez la palabra: “Promesa”, que es como una puerta que se abre.
¿Y la más peligrosa?
La palabra: “Imposible”, que, tomada como reto, puede inducir a violencia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero “todos somos asesinos”, como afirma el verso de Wallace Stevens. Basta que se nos exponga a una tensión extrema, de vida o muerte, para que se despierte el animal que llevamos dentro. Ojalá nunca me vea en tal circunstancia.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me inclino por los partidos de signo social y progresista, y en los que el ciudadano ocupa el centro del debate político. Pido a un dirigente realismo, eficacia, honradez, sabiduría, humanidad; de quijotismo, nada.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Desde luego, cualquier “cosa” que no tuviera vida, para no sufrir. No estaría mal, por ejemplo, ser un trozo de roca, granito o cuarzo. En algo parecido pensaría Rubén en su célebre poema al elogiar “la piedra dura”, porque esa ya no siente. Estoy con Rubén.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Mi vicio confesable es la cerveza. Una jarra bien echada, rubia, fría, con su dedo de espuma, es la tentación en la que más me gusta caer. Dos jarras mejor que una.
¿Y sus virtudes?
Hasta donde uno se conoce, diré que suelo ser comprensivo, demasiado comprensivo y compasivo ante los fallos de los demás. Bien es verdad que empiezo a creer que tanta comprensión es más un defecto que una virtud.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Puestos a dejarse llevar por la imaginación, estaría bien poder ver todos los rostros de las personas queridas, uno tras otro, sucesivamente, y con una sonrisa. No habría mejor adiós a la vida.

T. M.