En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de César Vidal.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Donde
estoy viviendo desde hace casi tres años: el sur de la Florida. Me gustan sus
gentes, su clima, su cosmopolitismo, su sosiego, su paisaje, su posibilidad de
aislarse…
¿Prefiere los animales a la gente?
Definitivamente
no. Es verdad que no todos los seres humanos constituyen una compañía
agradable, pero, con el paso del tiempo y a diferencia de las instituciones,
cada vez me interesan más las personas.
¿Es usted cruel?
Ni lo más mínimo. A
decir verdad, la crueldad es una de las conductas que más me horrorizan.
¿Tiene muchos amigos?
Siempre he preferido
la calidad a la cantidad. Aplico ese mismo criterio a la amistad. Quizá no sean
muy numerosos, pero sí son buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Fundamentalmente, la
bondad. Estoy a gusto con gente que es buena.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
He sufrido
traiciones e indecencias de gente con la que tenía una amistad profunda, pero
no creo que haya sido la regla general. Por otro lado, sin duda, hay parte de
responsabilidad en mí por ese resultado ya que creí tanto en esa amistad como
para no ser lo suficientemente cauto. Con todo, sigo creyendo que tengo amigos –Gala,
Guillermo, Elías…– que son verdaderos tesoros.
¿Es usted una persona sincera?
Sí. Para
mí la sinceridad es absolutamente esencial y su ausencia se me ha ido haciendo
insoportable con el paso de los años.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo
películas, escuchando música, meditando, orando, pero quizá, por encima de
todo, aprendiendo.
¿Qué le da más miedo?
A estas
alturas de mi vida no hay nada que me provoque miedo. Sí es verdad que no puedo
de dejar de sentir horror, incluso repulsión, hacia la estupidez, la ignorancia
y la soberbia. Por cierto, suelen ir muy unidas y son extraordinariamente
dañinas y peligrosas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La falta de
sensibilidad hacia las personas especialmente cuando se practica desde
entidades que, supuestamente, deberían cuidar de esas personas. El clérigo que
predica y es incapaz de escuchar a sus fieles o los ve sólo como un medio para
obtener poder o dinero; la ONG que se sirve de la gente en lugar de servirla o
el político que sólo contempla a los ciudadanos como posibles votos a su favor
me producen indignación.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Quizá me
habría dedicado a la enseñanza como ha sucedido en otras épocas de mi vida,
pero incluso entonces nunca pude dejar de escribir de la misma manera que no he
podido hacerlo cuando he dirigido programas de radio o de televisión. Me resulta imposible imaginarme sin escribir,
pero ¿quién sabe?
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino y,
ocasionalmente, nado, pero no sigo un programa regular. En esa cuestión, como
en la alimentación, dejo que el cuerpo muestre lo que necesita y lo escucho.
¿Sabe cocinar?
Sí, naturalmente,
pero no soy nada sofisticado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay muchas
opciones, pero si sólo tuviera una sería, sin ningún género de dudas, Jesús. Es
el personaje que, más que ningún otro, ha dado sentido a mi vida.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Pues créame si le
digo que para mí depende del idioma porque cada idioma es un universo distinto.
En español, seguramente sería amor.
¿Y la más peligrosa?
También
depende de la lengua en cuestión. Ahí el español ofrece numerosas
posibilidades. Para empezar, todas las que sean susceptibles de provocar
enfrentamientos carentes de sentido.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero hace mucho,
mucho tiempo sí me hubiera agradado que alguna persona desapareciese de la faz
de la tierra.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un convencido
liberal y un no menos convencido demócrata.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No deseo
ser otra cosa. Soy muy dichoso con lo que soy y le doy gracias a Dios por ello cada
día.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy despistado –cualquier
día saldré a la calle sin zapatos o sin pantalón–, escandalosamente desordenado
e imprudentemente confiado.
¿Y sus virtudes?
La capacidad de
trabajo y una cierta capacidad para comprender este mundo más allá de lo que se
ofrece a la vista.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
En una situación así
intentaría mantener la tranquilidad para no ahogarme, pero si fuera inevitable
seguramente ante mí pasarían imágenes íntimas y bellas relacionadas con mi
hija, con alguna mujer muy amada, con momentos de la infancia y con situaciones
en que hice el bien.
T. M.