jueves, 8 de octubre de 2015

Entrevista capotiana a César Vidal

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de César Vidal.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Donde estoy viviendo desde hace casi tres años: el sur de la Florida. Me gustan sus gentes, su clima, su cosmopolitismo, su sosiego, su paisaje, su posibilidad de aislarse…
¿Prefiere los animales a la gente?
Definitivamente no. Es verdad que no todos los seres humanos constituyen una compañía agradable, pero, con el paso del tiempo y a diferencia de las instituciones, cada vez me interesan más las personas.
¿Es usted cruel?
Ni lo más mínimo. A decir verdad, la crueldad es una de las conductas que más me horrorizan.
¿Tiene muchos amigos?
Siempre he preferido la calidad a la cantidad. Aplico ese mismo criterio a la amistad. Quizá no sean muy numerosos, pero sí son buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Fundamentalmente, la bondad. Estoy a gusto con gente que es buena.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
He sufrido traiciones e indecencias de gente con la que tenía una amistad profunda, pero no creo que haya sido la regla general. Por otro lado, sin duda, hay parte de responsabilidad en mí por ese resultado ya que creí tanto en esa amistad como para no ser lo suficientemente cauto. Con todo, sigo creyendo que tengo amigos –Gala, Guillermo, Elías…– que son verdaderos tesoros.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Para mí la sinceridad es absolutamente esencial y su ausencia se me ha ido haciendo insoportable con el paso de los años.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo películas, escuchando música, meditando, orando, pero quizá, por encima de todo, aprendiendo.
¿Qué le da más miedo?
A estas alturas de mi vida no hay nada que me provoque miedo. Sí es verdad que no puedo de dejar de sentir horror, incluso repulsión, hacia la estupidez, la ignorancia y la soberbia. Por cierto, suelen ir muy unidas y son extraordinariamente dañinas y peligrosas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La falta de sensibilidad hacia las personas especialmente cuando se practica desde entidades que, supuestamente, deberían cuidar de esas personas. El clérigo que predica y es incapaz de escuchar a sus fieles o los ve sólo como un medio para obtener poder o dinero; la ONG que se sirve de la gente en lugar de servirla o el político que sólo contempla a los ciudadanos como posibles votos a su favor me producen indignación.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Quizá me habría dedicado a la enseñanza como ha sucedido en otras épocas de mi vida, pero incluso entonces nunca pude dejar de escribir de la misma manera que no he podido hacerlo cuando he dirigido programas de radio o de televisión.  Me resulta imposible imaginarme sin escribir, pero ¿quién sabe?
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino y, ocasionalmente, nado, pero no sigo un programa regular. En esa cuestión, como en la alimentación, dejo que el cuerpo muestre lo que necesita y lo escucho.
¿Sabe cocinar?
Sí, naturalmente, pero no soy nada sofisticado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay muchas opciones, pero si sólo tuviera una sería, sin ningún género de dudas, Jesús. Es el personaje que, más que ningún otro, ha dado sentido a mi vida.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Pues créame si le digo que para mí depende del idioma porque cada idioma es un universo distinto. En español, seguramente sería amor.
¿Y la más peligrosa?
También depende de la lengua en cuestión. Ahí el español ofrece numerosas posibilidades. Para empezar, todas las que sean susceptibles de provocar enfrentamientos carentes de sentido.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero hace mucho, mucho tiempo sí me hubiera agradado que alguna persona desapareciese de la faz de la tierra.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un convencido liberal y un no menos convencido demócrata.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No deseo ser otra cosa. Soy muy dichoso con lo que soy y le doy gracias a Dios por ello cada día.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy despistado –cualquier día saldré a la calle sin zapatos o sin pantalón–, escandalosamente desordenado e imprudentemente confiado.
¿Y sus virtudes?
La capacidad de trabajo y una cierta capacidad para comprender este mundo más allá de lo que se ofrece a la vista.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
En una situación así intentaría mantener la tranquilidad para no ahogarme, pero si fuera inevitable seguramente ante mí pasarían imágenes íntimas y bellas relacionadas con mi hija, con alguna mujer muy amada, con momentos de la infancia y con situaciones en que hice el bien.
T. M.