viernes, 30 de octubre de 2015

Entrevista capotiana a Pedro Ugarte

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Ugarte.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Es una hipótesis que se acerca mucho a la realidad: vivo en Bilbao y salgo bastante poco. De modo que elegiría Bilbao como lugar del que no podría salir jamás: no es muy distinto a vivir en Bilbao saliendo ya muy pocas veces.
¿Prefiere los animales a la gente?
Ah, no, no. En eso soy un antiguo, un perfecto reaccionario: la vida de un ser humano es más valiosa, y más preferible, que la de cualquier toro, cualquier perro, cualquier anchoa. Siento ser decepcionante.
¿Es usted cruel?
Cruel es quien se deleita con el sufrimiento ajeno. No soy capaz de concebir ninguna forma de placer en inocular voluntariamente dolor (así sea a una anchoa, por cierto).
¿Tiene muchos amigos?
La convención impone responder que son pocos y buenos, pero me honra decir que tengo muchos amigos. Creo que tengo unos diez amigos de verdad. Por desgracia, dos de ellos ya no están.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Con que me quieran es bastante, porque algunos son más listos que otros, y unos más divertidos que otros, y unos mejores personas que otros. La amistad, como el amor, exige ante todo afecto. Lo demás es, incluso, negociable.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Me han decepcionado unas cuantas personas en la vida, y algunas estuvieron en trance de serlo, sí. Creo que en eso la amistad es menos rocosa que el amor: aguanta menos frustraciones.
¿Es usted una persona sincera? 
Dentro del elenco de virtudes, no tengo un gran concepto ni de la sinceridad ni del valor. En mi libro de relatos “El mundo de los Cabezas Vacías” hay un cuento donde se contienen mis opiniones al respecto. El cuento se titula “El olor de la verdad”. Creo que la verdad no tiene buen olor y que la gente que se dice muy sincera miente, miente y miente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leo, escribo, estoy con mi familia, bebo vino blanco... Ni participo en cacerías ni practico el vuelo en aeroplano sin motor. Tampoco voy los domingos por la mañana a correr en concentraciones reivindicativas, con dorsales y eso.
¿Qué le da más miedo?
La soledad no elegida. La otra es un privilegio, pero la soledad no elegida es el infierno. Alguna vez la he rozado y el miedo ha sido mucho.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Contemplo con mesura y templanza las vidas y las costumbres distintas a las mías. Es lo que debe hacer una persona que crea en la libertad. Lo cual no me lleva a confundir la tolerancia con la ausencia de ideas firmes. La tolerancia no exige que no tengas ideas firmes, la tolerancia exige que renuncies a imponerlas a los otros.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Es que me recuerdo escribiendo desde los siete años, cuando la hermana Teresa, en segundo de primaria, nos dijo que escribiéramos un cuento. Yo escribí uno de astronautas. Desde entonces ha sido un no parar. No sé si ha mejorado mi prosa, pero no imagino la vida de otra manera.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Er… no. Paseo por la ciudad, pero no tanto por hacer ejercicio como por “flanear” como hacía Walter Benjamin. Suele ser al anochecer, los domingos, por calles tristes. No sé por qué pero, para eso, las prefiero a las otras.
¿Sabe cocinar?
Sí, y me gusta mucho. Lo hago con tanto cariño como corregir una página. Producir alimentos debe de ser tan duro como escribir literatura. Pero la segunda fase de ambas empresas, cocinar y corregir, son deliciosas artesanías.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Pues a lo mejor en vez de un personaje inolvidable elegiría un personaje olvidado, a modo de justicia poética.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Para ser escritor tengo poca imaginación verbal. Quiero decir que no veo en las palabras nada más allá de lo que representan. Le he dado vueltas a la pregunta, pero no ha habido manera.
¿Y la más peligrosa?
Esto es aún más difícil. En función del contexto emocional, cualquier palabra (retraso, novia, microondas) puede desencadenar una catástrofe.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Matar del todo no, pero hay por ahí dos o tres tipos (no, perdón, concretamente tres) a los que muchas personas habrían dado una paliza si les hubieran hecho lo que me hicieron a mí. Pero no quiero que parezca que no lo hago porque soy buena persona. A lo mejor lo que ocurre es que no he tenido la oportunidad, o que no he querido buscarla, o que soy un cobarde. Y quede claro que tampoco descarto lo primero, lo de la bondad, quién sabe.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy liberal, esa cosa terrible. Así y todo, declaro que ni envenenamos los pozos de agua potable ni devoramos niños crudos por la noche. La prensa debería dejar de repetir esas cosas constantemente.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gusta la pregunta. Ser una cosa distinta… Bueno, con la cosa que ya soy me parece suficiente.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Mi peor defecto, sin ninguna duda, es que pierdo la paciencia muy a menudo con la gente a la que más quiero. No me lo perdono, pero ellos sí lo hacen, no sé hasta cuándo.
¿Y sus virtudes?
La constancia. Si no estás seguro de tu talento, la constancia sirve de mucho (tengas talento o no).
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No sé qué imágenes, pero sí se me ocurre un contexto de absoluta angustia existencial para esa horrible situación: que haya dejado sobre mi mesa de trabajo un texto sin terminar. Me daría pena irme del mundo con una coma por corregir, con un adjetivo mal elegido, con una escena pendiente de resolución. Tus hijos, tu perro o la galaxia podrán pasar sin ti. Pero ese texto…

T. M.