lunes, 7 de marzo de 2016

Entrevista capotiana a Fruela Fernández

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fruela Fernández.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Alguno templado, cercano a un puerto y con facilidad para la confusión.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero ciertos gatos a cierta gente. Pero en general soy más de personas.
¿Es usted cruel?
Cada vez menos.
¿Tiene muchos amigos?
Soy de muchas amistades intensas, aunque de pocas duraderas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que no consiga comprenderlos del todo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. La decepción es el momento imprescindible que distingue a los amigos de aquellas personas que sólo entienden la amistad como un descanso entre unas prioridades y otras.
¿Es usted una persona sincera? 
Sólo cuando ayuda a otra persona. Me molesta la sinceridad desbocada, malentendida.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Aleatoriamente.
¿Qué le da más miedo?
La muerte de otros.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Nada me escandaliza, aunque casi todo me molesta.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Prejubilarme en Hunosa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino. Y, cuando me convencen, hago yoga.
¿Sabe cocinar?
Moderadamente. Mi risotto de calabaza suele agradar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Alguno de mis bisabuelos y tatarabuelos republicanos. No tanto por ellos como por la memoria de quienes fueron como ellos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
En castellano me tranquiliza la diferencia entre “ser” y “estar”. Resulta liberador pensar que uno no necesariamente es así, sino que está y puede estar de otras maneras.
¿Y la más peligrosa?
Yo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Como ejercicio histórico, muchas veces.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Asturiano de izquierdas. Es decir, alguien proclive al entusiasmo, pero habituado a la desconfianza.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una piscina en California.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La dispersión.
¿Y sus virtudes?
La voluntad: escasa, pero siempre dispuesta.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Posiblemente una frase: “hay que ser gilipollas”.

T. M.