martes, 12 de abril de 2016

Entrevista capotiana a Alexis Ravelo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alexis Ravelo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un bar con zona de fumadores.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de qué gente. Depende de qué animal.
¿Es usted cruel?
Cuando escribo. Un verdadero sádico.
¿Tiene muchos amigos?
Quiero pensar que unos cuantos. 
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Generosidad, tolerancia, sentido del humor, buena conversación y poder compartir, de vez en cuando, el silencio. 
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En general, no. Intento no pedirles nada de lo que no sean capaces.
¿Es usted una persona sincera? 
Tengo mis momentos. Sobre todo, cuando algo me indigna.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, cocinando, escuchando música, viendo cine. Todo, si puede ser, con mi pareja. Tampoco hago ascos a una buena fiesta, con asador, guitarra y amigos escandalosos.
¿Qué le da más miedo?
En mis mundos imaginarios no hay sapos de verdad. Así que supongo que lo que me da más miedo es el propio miedo, cuando es paralizante.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El fascismo travestido de democracia. La tolerancia ante las actitudes intolerantes. 
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No lo sé. De niño, quise ser periodista. En la adolescencia, profesor de Filosofía en institutos. El oficio de zapatero siempre me pareció atractivo, pero soy un hombre esencialmente torpe.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
En los últimos años, muy poco, más allá de alguna caminata.
¿Sabe cocinar?
Sé cocinar. Me fui a vivir solo a los diecisiete años: si no hubiera aprendido a cocinar habría pasado mucha hambre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Truman Capote, Dalton Trumbo, Erskine Caldwell, Marguerite Yourcenar, Jim Thompson o Patricia Highsmith. Todos fueron genios con biografías muy interesantes.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Justicia.
¿Y la más peligrosa?
Justicia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy de izquierdas. Cada vez más.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un mueble bar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tabaco, café, alcohol, carne roja y sexo. No necesariamente en ese orden.
¿Y sus virtudes?
Ante algo que me parece injusto, no soy capaz de mantenerme callado. No sé si eso es una virtud, pero estoy contento de que sea así.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi madre cosiendo en una vieja Singer con armazón de hierro forjado, un viejo ejemplar de La tía Tula en la primera edición de Espasa Calpe, una determinada noche con amigos argentinos en la terraza del Hotel Don Manuel en Gijón, la sonrisa de Thalía Rodríguez.

T. M.