En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Gabriel Vásquez.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La
librería The Strand, en Nueva York, siempre y cuando contara con un buen
servicio a domicilio.
¿Prefiere los animales a la gente?
“El hombre
es un animal de costumbres”, leyó Mafalda un día, y enseguida se preguntó: “¿Y
no será que de costumbre el hombre es un animal?”
¿Es usted cruel?
Puedo serlo, sí.
Pero nunca involuntariamente, lo cual es una forma de la decencia.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchos amigos
lejanos, que son como los parientes lejanos, salvo que uno los ve más. Y tengo
unos pocos amigos de esos que uno sólo puede llamar con la repetición menos
redundante que existe: amigos-amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Honestidad
intelectual, clarividencia moral, sentido del humor y buen gusto futbolístico.
Pero con tres de las cuatro me conformo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por supuesto, y yo
suelo decepcionarlos a ellos. El asunto es qué hace uno después, y eso depende,
mucho me temo, de si son amigos o amigos-amigos.
¿Es usted una persona sincera?
No
siempre, claro que no. La sinceridad absoluta y permanente es una señal de
sociopatía o desconsideración.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Qué es tiempo
libre?
¿Qué le da más miedo?
El
sufrimiento de la gente que más quiero.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me escandaliza la
estupidez política, es decir, la firme voluntad de no convencerse de algo
aunque existan todas las pruebas. Puede ser el calientamiento global, la
evolución, la corrupción de un partido político, la incompetencia de un
candidato o el fracaso de la guerra contra las drogas. Ejemplos no faltan.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
No tengo
tanta imaginación como para contestar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Jugaba
fútbol, pero me lo prohibió un oftalmólogo. Ahora juego tenis con camiseta del
Barça.
¿Sabe cocinar?
Maravillosamente,
pero finjo que no para que no me pidan que lo haga.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Del Reader’s Digest prefería esa sección de
autobiografía de órganos: “Yo soy el hígado de Juan”, “Yo soy la lengua de
Sara”. Ésos sí que eran personajes inolvidables.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Educación. Perdón
por la solemnidad repentina, pero creo que es cierto.
¿Y la más peligrosa?
Religión.
Porque es el único fenómeno capaz de hacer que gente buena haga cosas malas.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca. He sentido
verdadero odio muy pocas veces en mi vida y desprecio, en cambio, muchísimas
veces (sobre todo leyendo los periódicos). Pero siempre se me ocurren otros
castigos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Se pueden resumir en
dos palabras: humanismo liberal. Me ha costado veinte años llegar a mi idea de
lo que eso significa, de manera que no me pida explicarlo en un párrafo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cariaturista
político en un lugar donde eso importe. Defensa central en un equipo donde eso
importe. Actor shakespereano en cualquier parte.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El whisky y la
lectura. Hay otros, pero uno de ellos no es el exhibicionismo.
¿Y sus virtudes?
No sé si haya más de
una, pero una de ellas tiene que ser la capacidad de trabajo. Lo cual no tiene
gracia, porque para mí la disciplina no es más que una forma de la pasión.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Chalecos salvavidas.
T. M.