viernes, 13 de mayo de 2016

La amistad antes de las redes sociales

De haber una carrera universitaria para llegar a ser político, sin duda una de las lecturas obligatorias tendría que ser los «Ensayos» de Montaigne, ese libro lleno de erudición grecolatina, inteligente y pragmático sentido común y reflexiones sobre asuntos que bien pueden servirnos para actuar a diario en cualquier ambiente. No en vano, como alcalde de Burdeos, Montaigne fue un ejemplar mediador que buscó la armonía entre los que pensaban de diferente manera, y su axioma preferido: «Qué sé yo» debería ser un ejemplo de humildad para nuestros representantes, conciudadanos, vecinos, uno mismo.

Es en torno a la amistad, no obstante, donde encontramos al Montaigne más emocional en comparación con mil y un detalles de su vida con los que fue recreando sus observaciones y con los que se expresaba en términos más moderados. Y es que si alguna pasión asaltó al de Saint-Michel-de-Montaigne fue la relación con uno de sus colegas. A este respecto, Sarah Bakewell, en un maravilloso libro sobre cómo Montaigne puede ayudarnos en nuestra cotidianidad, dedicaba unas páginas a cómo sobrevivir al amor y a la pérdida centrándose en los dos amigos: «Montaigne tenía veintitantos años cuando conoció a Étienne de la Boétie. Ambos trabajaban en el “parlement” de Burdeos, y cada uno había oído hablar mucho del otro antes de conocerse. La Boétie sabía que Montaigne era un joven directo y precoz. Montaigne sabía que La Boétie era el prometedor autor de un manuscrito controvertido que circulaba por la localidad, titulado “De la Servitude volontaire”». Era el inicio de una amistad que ahora explora Jean-Luc Hennig en un libro traducido por Ana Herrera Ferrer.

Montaigne y La Boétie sólo pudieron estrechar lazos durante seis años y, de estos, unos dos no pudieron verse a causa de viajes por motivos de trabajo; pero, como dice Hennig, aquí la duración del tiempo no tiene importancia alguna. Porque en «esa aparición del amor en la amistad» lo que cuenta es el grado de intensidad: «¿Qué hace que exista una amistad tan intensa entre dos hombres aparentemente heterosexuales? ¿Hasta dónde es posible eso? ¿Es soportable, incluso?», se pregunta el autor, que diferencia el concepto actual de amistad, incluso relacionado con la superficialidad de las redes sociales, con aquella amistad de hace cuatro siglos y medio que, además, fue pública y notoria: «Su fuerza está en la separación, en la libertad, en la libertad extrema, en la ruptura en cualquier momento, en el acercamiento irresistible, en la fuerza de no poder vivir sin él, ni él sin mí, en el impulso hacia lo que nos hace vivir y nos arrastra».

Visto así a nuestros ojos, semejante amistad tendría un componente amoroso indudable, que es el que quiere intuir Hennig, aunque poniendo el foco de manera particular: «To-do parte de una hipótesis que hasta este momento no se ha formulado nunca: ¿y si de los dos hombres el que sintió una fuerte inclinación por el otro fue La Boétie? ¿Y si todo hubiera comenzado con un deslumbramiento, con un apasionamiento de La Boétie por Montaigne?». La investigación resulta sumamente estimulante, pero es necesario en este campo no olvidar lo que tan sabiamente explica Bakewell alrededor de la forma de hablar del todo convencional con los patrones de la época: «El Renacimiento fue un periodo en el que, aunque cualquier atisbo de homosexualidad era contemplado con horror, los hombres se escribían unos a otros habitualmente como adolescentes enamorados». Y aquí viene la gran precisión: «No se amaban tanto los unos a los otros como al elevado ideal de la amistad, absorbido de la literatura griega y latina». Sería la filosofía el vínculo mayor entre esos modelos de hombre letrado, inspirado en la relación entre Sócrates y el joven y bello Alcibíades, una analogía que empleó el propio La Boétie en un soneto comparándose él con Montaigne.

Hennig va descubriéndonos magníficamente quién fue La Boétie, ya casado cuando conoció a Montaigne, cuyos poemas éste se encargó de editar póstumamente, primero en 1571, y la importancia que tuvo en el sentido de que «le reveló a sí mismo, por entero. Montaigne nació de La Boétie, ni más ni menos». Suena exagerado, pero en realidad «De la servidumbre voluntaria» –casi de orden anarquista por sus consideraciones sobre la libertad y la sociedad de las costumbres–, era un escrito que hubiera podido firmar el mismo Montaigne de tanta conexión que sintió con lo que proponía. De hecho, eran parientes lejanos, como documenta Hennig en el capítulo «Un encuentro fulminante», donde habla de cómo para Montaigne contar con La Boétie compuso «la época más hermosa de su vida». Para La Boétie, encontrar a Montaigne llenaría el vacío de un matrimonio sin pasión alguna. Un encuentro –el del guapo Montaigne con el feo La Boétie (la belleza es un tema importante en el libro)– transformará a ambos; todo había empezado con un libro y daría lugar a otro, pues tras la muerte del joven Montaigne comprende que sólo puede hallar consuelo en la escritura. Como dice Hennig hacia el final del libro: «Sin la muerte de La Boétie, posiblemente no tendríamos los “Ensayos” y sin duda tampoco la amistad sublime que nos describe». De ser esto cierto, bien merece la pena conocer «al amigo más dulce, el más exquisito y el más íntimo» que fue, para el mayor ensayista de la historia, Étienne de la Boétie.


Publicado en La Razón, 12-V-2016