De haber una
carrera universitaria para llegar a ser político, sin duda una de las lecturas
obligatorias tendría que ser los «Ensayos» de Montaigne, ese libro lleno de
erudición grecolatina, inteligente y pragmático sentido común y reflexiones
sobre asuntos que bien pueden servirnos para actuar a diario en cualquier
ambiente. No en vano, como alcalde de Burdeos, Montaigne fue un ejemplar
mediador que buscó la armonía entre los que pensaban de diferente manera, y su
axioma preferido: «Qué sé yo» debería ser un ejemplo de humildad para nuestros
representantes, conciudadanos, vecinos, uno mismo.
Es en torno a la
amistad, no obstante, donde encontramos al Montaigne más emocional en
comparación con mil y un detalles de su vida con los que fue recreando sus
observaciones y con los que se expresaba en términos más moderados. Y es que si
alguna pasión asaltó al de Saint-Michel-de-Montaigne fue la relación con uno de
sus colegas. A este respecto, Sarah Bakewell, en un maravilloso libro sobre
cómo Montaigne puede ayudarnos en nuestra cotidianidad, dedicaba unas páginas a
cómo sobrevivir al amor y a la pérdida centrándose en los dos amigos:
«Montaigne tenía veintitantos años cuando conoció a Étienne de la Boétie. Ambos
trabajaban en el “parlement” de Burdeos, y cada uno había oído hablar mucho del
otro antes de conocerse. La Boétie sabía que Montaigne era un joven directo y
precoz. Montaigne sabía que La Boétie era el prometedor autor de un manuscrito
controvertido que circulaba por la localidad, titulado “De la Servitude
volontaire”». Era el inicio de una amistad que ahora explora Jean-Luc Hennig en
un libro traducido por Ana Herrera Ferrer.
Montaigne y La
Boétie sólo pudieron estrechar lazos durante seis años y, de estos, unos dos no
pudieron verse a causa de viajes por motivos de trabajo; pero, como dice
Hennig, aquí la duración del tiempo no tiene importancia alguna. Porque en «esa
aparición del amor en la amistad» lo que cuenta es el grado de intensidad:
«¿Qué hace que exista una amistad tan intensa entre dos hombres aparentemente
heterosexuales? ¿Hasta dónde es posible eso? ¿Es soportable, incluso?», se
pregunta el autor, que diferencia el concepto actual de amistad, incluso
relacionado con la superficialidad de las redes sociales, con aquella amistad
de hace cuatro siglos y medio que, además, fue pública y notoria: «Su fuerza
está en la separación, en la libertad, en la libertad extrema, en la ruptura en
cualquier momento, en el acercamiento irresistible, en la fuerza de no poder
vivir sin él, ni él sin mí, en el impulso hacia lo que nos hace vivir y nos
arrastra».
Visto así a
nuestros ojos, semejante amistad tendría un componente amoroso indudable, que
es el que quiere intuir Hennig, aunque poniendo el foco de manera particular:
«To-do parte de una hipótesis que hasta este momento no se ha formulado nunca:
¿y si de los dos hombres el que sintió una fuerte inclinación por el otro fue
La Boétie? ¿Y si todo hubiera comenzado con un deslumbramiento, con un
apasionamiento de La Boétie por Montaigne?». La investigación resulta sumamente
estimulante, pero es necesario en este campo no olvidar lo que tan sabiamente
explica Bakewell alrededor de la forma de hablar del todo convencional con los
patrones de la época: «El Renacimiento fue un periodo en el que, aunque
cualquier atisbo de homosexualidad era contemplado con horror, los hombres se
escribían unos a otros habitualmente como adolescentes enamorados». Y aquí
viene la gran precisión: «No se amaban tanto los unos a los otros como al
elevado ideal de la amistad, absorbido de la literatura griega y latina». Sería
la filosofía el vínculo mayor entre esos modelos de hombre letrado, inspirado
en la relación entre Sócrates y el joven y bello Alcibíades, una analogía que
empleó el propio La Boétie en un soneto comparándose él con Montaigne.
Hennig va
descubriéndonos magníficamente quién fue La Boétie, ya casado cuando conoció a
Montaigne, cuyos poemas éste se encargó de editar póstumamente, primero en
1571, y la importancia que tuvo en el sentido de que «le reveló a sí mismo, por
entero. Montaigne nació de La Boétie, ni más ni menos». Suena exagerado, pero
en realidad «De la servidumbre voluntaria» –casi de orden anarquista por sus
consideraciones sobre la libertad y la sociedad de las costumbres–, era un
escrito que hubiera podido firmar el mismo Montaigne de tanta conexión que
sintió con lo que proponía. De hecho, eran parientes lejanos, como documenta
Hennig en el capítulo «Un encuentro fulminante», donde habla de cómo para
Montaigne contar con La Boétie compuso «la época más hermosa de su vida». Para
La Boétie, encontrar a Montaigne llenaría el vacío de un matrimonio sin pasión
alguna. Un encuentro –el del guapo Montaigne con el feo La Boétie (la belleza
es un tema importante en el libro)– transformará a ambos; todo había empezado
con un libro y daría lugar a otro, pues tras la muerte del joven Montaigne
comprende que sólo puede hallar consuelo en la escritura. Como dice Hennig
hacia el final del libro: «Sin la muerte de La Boétie, posiblemente no
tendríamos los “Ensayos” y sin duda tampoco la amistad sublime que nos
describe». De ser esto cierto, bien merece la pena conocer «al amigo más dulce,
el más exquisito y el más íntimo» que fue, para el mayor ensayista de la
historia, Étienne de la Boétie.
Publicado en La Razón, 12-V-2016