miércoles, 15 de junio de 2016

Entrevista capotiana a Gabriel Insausti

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Gabriel Insausti.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Idealmente, cierta aldea asturiana de cuyo nombre no puedo acordarme. Eso sí, con una buena biblioteca cerca y conexión a Internet, ya puestos a pedir.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero las personas a la gente.
¿Es usted cruel?
Debo de serlo, porque no me lo había preguntado nunca.
¿Tiene muchos amigos?
Poquitos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Autenticidad y lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Inevitablemente. Pero en la decepción hay una pedagogía (y un espejo).
¿Es usted una persona sincera? 
Tengo cierta dificultad innata para mentir, pero guardo muchos silencios. Nada tan desconsiderado como decir la verdad a todas horas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En el flagrante otium.
¿Qué le da más miedo?
Ver una fotografía de un congreso del Partido Comunista chino, con sus huestes perfectamente uniformadas y alineadas, e imaginarme el quinto de la tercera fila.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La imposibilidad, pese a lo que parezca, del debate en buena lid. También la capacidad que tiene el hombre de tragar lo que sea para que no se le señale con el dedo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Respirar con alivio, supongo. En realidad, ahora que estamos solos, confesaré que prefiero no ponerme ontológico: más que ser escritor, prefiero creer que escribo, simplemente. Claro que eso no quita la posibilidad de que un día decidiera serlo. Se puede decidir ser escritor como se puede decidir ser campeón olímpico de lanzamiento de disco, pero de ahí a los hechos media una distancia. Cernuda diría que, lejos de decisión alguna, lo que hay es una fatalidad. ¿Que qué habría hecho? Eso quisiera saber yo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Antaño, mucho: pala, montaña y fútbol. Hoy, poco. ¿Cuentan los trayectos diarios de ciclista urbano?
¿Sabe cocinar?
Lo justo para sobrevivir y alimentar a mis hijos. Ellos quizá responderían negativamente.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Edward Thomas. Si es requisito haberlo conocido, a Jorge Oteiza.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ilargia: “luna”, en euskera, y literalmente “luz de los muertos”.
¿Y la más peligrosa?
“En base a”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
El tiempo se encarga él solito.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Qué tentación de escurrir el bulto. Fundamentalmente me preocupa el porvenir de Europa: no la de los mercaderes ni la de los burócratas, sino esa Europa tan actual de Constantino (el de Milán, no el de Roma), Dante (el de Monarchia), Kant (el de La paz perpetua), Novalis (el de La cristiandad y Europa) y Eliot (el de algunos ensayos). Incluso la de Monnet, Schumann, Adenauer y De Gasperi. Tantas cosas beneficiosas que damos por supuestas serían imposibles sin la idea europea de libertad, de individuo, de articulación entre lo público y lo privado… Y mi preocupación no se debe únicamente a una amenaza exterior que la civilización europea se resiste a mirar a la cara, sino al largo hara-kiri que se empeña en practicarse ella solita. De ahí para abajo, me disgustan el liberalismo porque concibe falsamente al hombre en la pura individualidad, el socialismo que tenemos porque conduce a la estatalización de la vida y el nacionalismo porque o bien rinde culto a una entelequia (en el modelo herderiano del Volksgeist) o bien lo fía a todo a un voluntarismo arbitrario y fútil (en el del plebiscito permanente de Renan). Una socialdemocracia flexible me atraería si en ella cupiera plantear debates que se nos han hurtado. En cualquier caso, ¿qué más da cuáles sean las tendencias políticas de uno? Ya se encargan lobbies, mercados y Banca de trazar el camino.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Buen escritor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo sólo uno reseñable: una invencible tendencia al pudor que me impide confesar los demás.
¿Y sus virtudes?
Regrese a la casilla anterior.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ni idea. Puedo hacer la prueba y ver, dado que no quedan más preguntas y ésta ya ha quedado respondida.

T. M.