viernes, 24 de junio de 2016

Relatos de los Mares del Sur

Desde su nacimiento, en la embajada inglesa de París –para así evitar en un futuro ser llamado a filas por el ejército francés–, hasta su muerte en Niza, Somerset Maugham estuvo marcado por el viaje y el descubrimiento de lo remoto. Esa vida cosmpolita tanto en Europa (de Londres a Alemania, de Sevilla a Grecia) como Estados Unidos, y sobre todo el sureste asiático y el Pacífico, se refleja en buena parte de sus narraciones, como se aprecia en esta antología de doce relatos traducidos por Concha Cardeñoso. Ocasión espléndida para dejarse transportar por tramas hondas y entretenidas en las que se siente el asfixiante calor samoano, como en su relato más famoso, “Lluvia”, en torno a una mujer de vida licenciosa y un misionero intransigente.

Tradicionalmente poco estimado por la crítica por ser un autor de estilo sencillo y directo, muy prolífico y de éxito descomunal en los escenarios londinenses o en las adaptaciones que Hollywood hizo de sus obras –la última es “El velo pintado” (2006)–, Maugham es en realidad un narrador extraordinario. Tal vez no en su novelística, pues, como dice Vicente Molina Foix en el prólogo, “la mayoría de sus novelas son grandes aparatos en los que prima una tendencia a la ornamentación anodina” (sus títulos más celebrados son “El filo de la navaja” y “Servidumbre humana”, de gran componente autobiográfico). Es en los cuentos donde “se puede apreciar (…) la perfecta máquina del diálogo, un dominio derivado sin lugar a dudas de su cultivo del teatro”. Del diálogo, de la descripción psicológica de los personajes, de la síntesis narrativa para colocar lo imprescindible y que la historia quede redonda, a menudo con finales abiertos y que invitan a guardar en la memoria la complejidad humana de los personajes expuestos a grandes dilemas.

Bajo un mismo bungalow

Yo destacaría la docena entera de cuentos, entre los que están el genial “El Mexicano Lampiño”, que bebe de la experiencia como espía de Maugham en Rusia (fue enviado a una misión por parte de los servicios secretos británicos) y que presenta al agente Ashenden, personaje de una serie de cuentos en un libro de 1928 y que, según Ian Fleming, fue vital para inspirarle su James Bond; “El P. & O.”, que trata de un viaje en barco en el que convergen varios asuntos dramáticos, como la súbita dolencia letal de un hombre que vuelve a su Irlanda natal y el adulterio que sufre una mujer que se siente humillada porque la amante de su marido es ocho años mayor que ella misma; “La carta”, sobre una misiva que compromete a una mujer en un asesinato en un juego de medias verdades fascinante; “La nave de la ira”, en torno a unos misioneros que al final cambiarán la vida de un alcohólico incorregible ante la sorpresa del juez que lo encarceló… Historias que, con unas pocas excepciones como el citado cuento de espionaje o “El sacristán” –que recrea de forma muy ocurrente cómo un cura es obligado a cambiar de actividad y se hace rico sin saber ni leer y escribir–, a menudo enfrentan a occidentales, holandeses o británicos en tiempos coloniales, con lugareños bajo un mismo bungalow, bajo un mismo calor y lluvia que empapa todo el exotismo y la dureza de unas tierras aún casi semisalvajes.


Publicado en La Razón, 23-VI-2016