Desde su nacimiento, en la embajada inglesa de París
–para así evitar en un futuro ser llamado a filas por el ejército francés–,
hasta su muerte en Niza, Somerset Maugham estuvo marcado por el viaje y el
descubrimiento de lo remoto. Esa vida cosmpolita tanto en Europa (de Londres a
Alemania, de Sevilla a Grecia) como Estados Unidos, y sobre todo el sureste
asiático y el Pacífico, se refleja en buena parte de sus narraciones, como se
aprecia en esta antología de doce relatos traducidos por Concha Cardeñoso.
Ocasión espléndida para dejarse transportar por tramas hondas y entretenidas en
las que se siente el asfixiante calor samoano, como en su relato más famoso,
“Lluvia”, en torno a una mujer de vida licenciosa y un misionero intransigente.
Tradicionalmente poco estimado por la crítica por ser
un autor de estilo sencillo y directo, muy prolífico y de éxito descomunal en
los escenarios londinenses o en las adaptaciones que Hollywood hizo de sus
obras –la última es “El velo pintado” (2006)–, Maugham es en realidad un
narrador extraordinario. Tal vez no en su novelística, pues, como dice Vicente Molina
Foix en el prólogo, “la mayoría de sus novelas son grandes aparatos en los que
prima una tendencia a la ornamentación anodina” (sus títulos más celebrados son
“El filo de la navaja” y “Servidumbre humana”, de gran componente
autobiográfico). Es en los cuentos donde “se puede apreciar (…) la perfecta
máquina del diálogo, un dominio derivado sin lugar a dudas de su cultivo del
teatro”. Del diálogo, de la descripción psicológica de los personajes, de la
síntesis narrativa para colocar lo imprescindible y que la historia quede
redonda, a menudo con finales abiertos y que invitan a guardar en la memoria la
complejidad humana de los personajes expuestos a grandes dilemas.
Bajo un mismo bungalow
Yo destacaría la docena entera de cuentos, entre los que están el genial
“El Mexicano Lampiño”, que bebe de la experiencia como espía de Maugham en
Rusia (fue enviado a una misión por parte de los servicios secretos británicos)
y que presenta al agente Ashenden, personaje de una serie de cuentos en un
libro de 1928 y que, según Ian Fleming, fue vital para inspirarle su James
Bond; “El P. & O.”, que trata de un viaje en barco en el que convergen
varios asuntos dramáticos, como la súbita dolencia letal de un hombre que
vuelve a su Irlanda natal y el adulterio que sufre una mujer que se siente
humillada porque la amante de su marido es ocho años mayor que ella misma; “La
carta”, sobre una misiva que compromete a una mujer en un asesinato en un juego
de medias verdades fascinante; “La nave de la ira”, en torno a unos misioneros
que al final cambiarán la vida de un alcohólico incorregible ante la sorpresa
del juez que lo encarceló… Historias que, con unas pocas excepciones como el
citado cuento de espionaje o “El sacristán” –que recrea de forma muy ocurrente
cómo un cura es obligado a cambiar de actividad y se hace rico sin saber ni
leer y escribir–, a menudo enfrentan a occidentales, holandeses o británicos en
tiempos coloniales, con lugareños bajo un mismo bungalow, bajo un mismo calor y
lluvia que empapa todo el exotismo y la dureza de unas tierras aún casi
semisalvajes.
Publicado
en La Razón, 23-VI-2016