martes, 2 de agosto de 2016

“La correspondencia”: Quevedo mal entendido

El amor más allá de la muerte es uno de los temas más bonitos, poéticos, románticos y creativos que pueden existir, y tratado con hondura y delicadeza, sin duda es de los más sugerentes y misteriosos, tanto desde el plano privado y modesto como artístico y filosófico. Yo, siempre atraído por él, desarrollé ese tipo de amor en mi novela Hildur, escrita a principios de siglo y que tuvo una nueva edición meses atrás.

El soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte” planea siempre por ese tipo de historias, y movido por todo ello voy al cine a ver La correspondencia, de Giuseppe Tornatore. La primera escena ya me da mala espina, con jadeos en la oscuridad y enseguida dos amantes como despidiéndose en unos gestos teatrales, poco creíbles y cursis, entre un muy mayor Jeremy Irons y la bella Olga Kurylenko.

Todo será inverosímil, pero no porque la película se mueva en el género fantástico, en cómo desde la muerte el viejo científico que interpreta Irons se manifiesta, sino porque el guion abusa de los mensajitos de móvil, de las referencias a esa relación amorosa de seis años como la panacea y a la habilidad mágica de dicho científico por ser siempre oportuno, certero y un adelantado a su tiempo íntimo con su joven novia: incluso desde la muerte.

El vestuario de la actriz (cuya actuación es lo único remarcable), que parece que le han dado ropa de una mujer vieja de hace treinta años, las raras escenas en que ella hace de extra en películas de acción, las alusiones a asuntos astronómicos tan difíciles como supuestamente románticos, y un metraje que avanza sin que haya cambios ostensibles en una trama asentada en esa relación órfica mediante el maldito teléfono inteligente y los viajes de ella, hacen del conjunto algo olvidable incluso teniendo la música de Morricone. No puedo, sin embargo, desvelar cómo acabó todo. No correspondí al film, y abandoné la sala antes de que acabara.