viernes, 30 de septiembre de 2016

Un Stephen King ficticio

Hace un par de años, a la edad de setenta y seis, Joyce Carol Oates publicó una novela realmente a la altura de su prestigio: la voluminosa “Carthage”, que ofrecía con mucho suspense el enigma de una joven desaparecida en el pueblo ficticio que daba título al libro. El drama que se desarrollaba era brillantísimo durante los siete años que duraba todo y en el que cada personaje iba a ver cómo se descomponía su existencia, y la lectura compensaba otros trabajos narrativos de Oates mucho menos logrados, caso de la también extensísima “A media luz” (2008), en la que la sensiblería y la emoción se convertían en histeria, a partir de representar la fama póstuma de un hombre muerto heroicamente –tras salvar de ahogarse a una niña en el río Hudson– al que le rodeaba un enjambre de mujeres para las cuales era todo un amor platónico.

Pero cómo no ha de haber altibajos en una trayectoria literaria tan descomunal como la de Oates, que se ha mantenido en la cresta de la ola desde 1964 con una regularidad y un esfuerzo impresionantes hasta ganarse todo tipo de parabienes, incluido el que su nombre suene año tras año para recibir el premio Nobel. En este caso, la novela corta “Rey de Picas” (traducción de José Luis López Muñoz) estaría dentro de las creaciones menores de la autora, si bien tiene potencialmente una idea atractiva, esta es, la de cómo un escritor de éxito puede ser perseguido por acusaciones de plagio y no salir indemne de ello por más que se sea inocente.

El secreto de un seudónimo

Todo parte de la cotidianidad de un escritor de libros de suspense que, sin llegar a disfrutar del éxito de su admirado y envidiado Stephen King, también cuenta con un alud de seguidores y traducciones de sus novelas. Se trata de Andrew J. Rush, que guarda un gran secreto incluso a su mujer e hija: el hecho de que él también firma una serie de relatos de terror sólo aptos para mayores de edad que ya desde las cubiertas causan impacto. El seudónimo que usa para ello es Rey de Picas, un desdoblamiento que al final será algo así como la razón de la debacle del protagonista, que se meterá en un enredo muy embarazoso tras aparecer en su buzón una citación judicial. Detrás de ella se encuentra una señora que a todas luces es una chiflada que cree que Rush ha entrado en su casa y le ha robado sus manuscritos para quedarse con sus ideas, lo cual no tiene consecuencias penales para el escritor pero sí emocionales y psicológicas.

Oates juega bien, incluso desde la estructura del texto, que empieza de forma inquietante al aludir a un asesinato, con la realidad que cree ver Rush y la realidad a ojos de sus seres más allegados, y con la cursiva que representa los pensamientos del protagonista, que va desvariando y cometiendo insensateces hasta el trágico final. Un buen ejercicio literario, en definitiva, una Oates de poderosa imaginación que, sin embargo, se excede en poner como subtítulo “Una novela de suspense” y que ha conseguido con “Rey de Picas” un entretenimiento metaliterario tan hábil como olvidable.


Publicado en La Razón, 29-IX-2016