viernes, 7 de octubre de 2016

De los vaqueros amantes a Canadá

Esfuerzo mastodóntico de la autora de “Brokeback Mountain”, que tanto éxito tuvo en su adaptación a la gran pantalla. Como en aquel relato publicado en “The New Yorker” en 1997, Proulx vuelve a un trasfondo de naturaleza inmensa y extiende la dimensión de un bosque tangible, histórico, simbólico incluso, a lo largo de tres siglos. Así, “El bosque infinito” (traducción de Carlos Milla Soler) propone un viaje por la historia comercial y sociopolítica del mundo desde finales del siglo XVII hasta prácticamente hoy mediante la epopeya de dos familias, sobre todo pisando terreno norteamericano y europeo, pero también chino y neozelandés. Proulx con ello pretende proyectar una visión universalista y cronológica de un asunto con claro mensaje ecologista, esto es, la deforestación y el negocio que hay detrás de ello.

Por eso el testigo continuo de las peripecias de los personajes ansiosos por atrapar buenas condiciones de ganarse la vida mediante la explotación maderera es el bosque, cada vez menos infinito, hasta el punto de que un personaje, a punto de acabar la novela, afirma que “no volverá a haber grandes bosques antiguos hasta dentro de miles de años”. En esa misma página se hace referencia a tribus como los mi’kmaq, que precisamente tienen desde el principio una relevancia total, haciendo así que el texto busque cierta homogeneidad en cuanto a que el tiempo se relativiza, pues el bosque de hoy aún conserva, es producto de las huellas antiguas. De este modo, René Sel, uno de los dos peones junto con Charles Duquet que son contratados en París para cortar madera en condiciones de esclavitud por parte del severo y sermoneador Claude Trépagny, se unirá con una india, con lo que el mundo de los “sauvages” se abre ante el lector en sus hábitos y lenguas.

El interés del libro se fundamenta sobre todo, a mi juicio, más en lo que aporta desde el punto de vista costumbrista e historicista. Es una notable oportunidad para conocer la vieja Nueva Francia, es decir, Canadá, y la relación entre los colonos y los indios, más los conflictos que vivirán sobre el terreno los nativos americanos con los franceses e ingleses. Narrativamente hablando, los cambios de lugares a través de los viajes de los personajes no aportan por sí mismos el ánimo aventurero que se le intenta insuflar a la obra; además, los personajes están demasiado estereotipados, y el argumento en sí, esto es, seguir el desarrollo de los descendientes de Sel y Duquet, resulta insuficiente, haciendo correcta pero blanda la historia, que carece de la garra literaria deseable y que se asienta al comienzo en asuntos como que René espere de su amo que le conceda la libertad y le asigne tierras, en la vida cotidiana en el bosque, o en que Duquet se escape y reconduzca su andadura profesional en primera instancia hacia el negocio de las pieles. 

Publicado en La Razón, 6-X-2016