Estatua del parque Cervantes, Barcelona
Era una pareja
muy de siglo XXI: robótica y automatizada. Una noche a la semana, en cuanto
ella se bajaba la falda, a él se le levantaba otra cosa.
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Casándose con
aquella anciana, confió en detener en vano su lujuria.
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Los lametones
de él fueron olas de mar para ella. Los de ella a él, un remolino.
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Tumbados
juntos, pero como si estuvieran cada uno a solas en la cama, se tocaron. Él,
con vasta prosa zambombante. Ella, con apretada poesía sigilosa.
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El grupo
ciclista Punto G coronó el Monte de Venus, y el descenso fue una pequeña
muerte.
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Ella insistió
en preservar su castidad hasta que llegara el pornógrafo azul soñado.
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Cuando les
sorprendió la tristeza del acabamiento del amor, se vieron arrastrados por la
espiritualidad de lo carnal.
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Al mirar la
papelera llena de condones, el soltero empedernido dijo adiós con nostalgia a
su familia numerosa.
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Le pidió a su
marido escultor que le hiciera un hijo, e hicieron el amor en el barro.
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El enamorado no
podía dejar de mirarle los pechos orondos, orgulloso del tamaño que tras ellos guardaría
su alma.