lunes, 23 de enero de 2017

Entrevista capotiana a Rafael Adolfo Téllez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael Adolfo Téllez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un lugar anterior a mi nacimiento. El chozo donde mi padre y el suyo, en uno de los montes de Fuente Palmera, tras haber puesto a descansar en la noche el rebaño de cabras, conversaban , cerca de un candil, casi tocando con la mano las estrellas. Aquellas piedras, aquellos aŕboles, el arroyo que posiblemente pasara no lejos de ese chozo quizás supieran un secreto que hoy he olvidado. Todo tiene habla. Pienso que así sabría quizás quien soy.
¿Prefiere los animales a la gente?
Estos tiempos modernos... añoro ser otro. El que oye sólo el sonido del viento, pisadas de carros, sones silvestres. Durante mucho tiempo-cuando vivía en el campo- oía en los atardeceres a las gallinas susurrando su blanca versión de lo infinito. Reconozco que con el tiempo me estoy volviendo algo huraño: un solitario.
¿Es usted cruel?
Sin darse cuenta acaso, quién no lo ha sido alguna vez. Soy enfermizamente sentimental y eso me impide serlo.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes. Ahora mismo acaba de llamarme uno, Eloy Sánchez Rosillo que además es un magnífico poeta. Son una fortuna del corazón. Con ellos converso antes de que me toque hablar a Dios, o a quien sea, un día. La amistad no tiene esas tristes servidumbres del amor.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No lo sé. Es como la poesía sé poco de ella.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Los verdaderos nunca lo han hecho.
¿Es usted una persona sincera? 
Los años cada vez me permiten serlo más. El poeta tiene todos los privilegios menos el de mentir, he dicho en ocasiones, tomando prestada la frase a Herbert Read.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hermanándome con la melancolía. Si llueve, tras la ventana de mi casa, hago sonar en mi habitación la voz de un cantor de tangos. Se llamaba Carlos Montero. Me dicen que murió hace poco en Madrid. Los tangos son en muchos casos espléndidos poemas. "Tu piel, magnolia que mojó la luna", escribió Homero Manzi. Y esto de la melancolía no significa que yo sea un masoquista. Mi amigo Américo Ferrari, en una de sus visitas a Sevilla-él estudió a Vallejo y hospedó en su casa a Georgette, mujer de Vallejo-me decía que éste era un masoquista. Y no sólo por aguantar las iras de la Georgette sino por decir "el placer de sufrir me tiñe el alma". Oyendo a la melancolía se aprenden muchas cosas. A bastantes tontos oímos en televisión. Dejemos hablar al viento, dijo alguien.
¿Qué le da más miedo?
El paso del tiempo. Para algunos el tiempo es algo que viene a asesinarles cada día; para otros, un milagro inacabable; para Eugenio Montejo, gran poeta venezolano del que estuve muy cerca durante muchos años, un hacha de seda. Me siento más cercano que a ninguna otra a la idea de Eugenio.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me desconcierta la maldad y me escandaliza -yo trabajo en Enseñanza Secundaria- verla en gente tan joven. Mal futuro el de esta especie de la que formo parte.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Yo no decidí ser escritor. Tampoco lo he sido exactamente. Eso sí, he escrito un buen número de poemas. Mi amigo Andrés Trapiello publicó, creo que 2007, mi poesía completa en La Veleta y, hace apenas unos días, salió una antología en Renacimiento. El caso es que cuando era niño, desde mi patio con pozo y parra, un patio que he mitificado luego en mis poemas, yo oía las campanas de la iglesia de mi pueblo tocando a muerto y sentía que aquí pasa algo tremendo, que la muerte es cosa terrible y yo tenía que contarlo. Que por este mundo tan lleno de maravillas cruzaba sigilosa una intemperie: la de ser mortales. Vivimos en un mundo que suena a inmortalidad, pero no es así. Respondiendo a lo que dices sobre ser escritor fui guionista de televisión durante un cuarto de siglo y eso sí me dio dinero para comer y pagar el alquiler. La poesía sólo da vanidad, una vanidad, por otra parte, muy pobre, muy desvalida. Siempre pensé que el poeta es un salvaje al que su fuerza y un instinto muy afinado le ayudan a encontrar palabras verdaderas. Mi padre amaba la poesía y solía recitar de memoria poemas de Rafael de León. Quizás los aprendiera en un libro que alguien dejó abandonado en aquellos campos andaluces de los años sesenta. Relaciono yo poco poesía y universidad. La poesía se aprende en otra parte.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Suelo caminar al menos una hora. La mayoría de las veces por los campos. Converso con piedras, con aŕboles. A veces con uno de esos pocos pastores que quedan. No entienden mi deseo de ser pastor. Bueno, mi pastor, ese heterónimo que aparece en mi libro Los cantos de Joseph Uber se asemeja más al Alberto aeiro, de Fernando Pessoa. Ojalá en algún monte conversen un día Uber y Caeiro Todos tenemos mucho que aprender de Alberto Caeiro, el pastor amigo de Fernando Pessoa.
¿Sabe cocinar?
Casi nada y es un problema porque actualmente no hay mujer a mi lado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Fui durante más de veinte años guionista de televisión y escribí sobre Camarón, Aleixandre, Rosales, Salinas... Lo que no he olvidado nunca son unos cuantos poemas de César Vallejo. Es extraño como acompañan unas cuantas palabras de este genio peruano. Llevo desde los 17 años oyendo sus Canciones de hogar.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
De esperanza, no sé, pero de misterio, todas. Esto es absolutamente misterioso.
¿Y la más peligrosa?
La más peligrosa es amor. El amor es un milagro y por ello es de dudosa existencia. Las rupturas te dejan sin porvenir y peor aun sin pasado.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero debiera haberlo hecho. A mediados de los setenta, tengo la casi certeza, un médico provocó en Fuente Palmera, era un inútil más preocupado por su finca y sus cerdos que por las personas, la muerte de mi hermana. Pero qué podían en aquellos años, todavía vivía Francisco Franco, mis padres jornaleros o yo mismo con apenas diecisiete años contra un médico de pueblo. Estoy hablando desde el corazón de mi madre que ahora tiene 84 años.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Alterando un poco la frase de Herbert Read, ellos tienen todos privilegios y además el de mentir. En esto me declaro también seguidor de don Carlos Montero. Los años, desengaños decía Ory.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
A propósito de esto recuerdo que cuando mi amigo Eugenio Montejo ganó el Premio Octavio Paz me dijo que quería venir a visitarme al pueblo de la sierra de Huelva donde yo trabajaba como profesor. Quería presentarse ante mis alumnos no como poeta sino como vendedor de seguros. Pues eso, es más seguro.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy aficionado al fútbol. Mi dolor se llama Córdoba Club de Fútbol. Cuántas tardes tristes de domingo me ha regalado.
¿Y sus virtudes?
Una mujer, viendo un día mi completa inutilidad para las cosas de la vida, me dijo: "No sirves para nada, solo sirves para el amor, para el erotismo, quería decir ella y para la poesía". Ojalá sea cierto.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un invierno, al solecito matinal, en mi patio de Fuente Palmera. Tengo seis años o menos. Mis padres llevándonos a mí y a mi hermana un tazón de pan migado, humante. Poco más, acaso cierta noche de abril, en Sevilla, en que miré el rostro de una muchacha, sus ojos, su risa. Yo creía que aquello era eterno. Poca cosa. Pero no volvamos al tango, que eso es melancolía.
T. M.