jueves, 5 de enero de 2017

Un Pessoa llamado Álvaro de Campos

«Somos cuentos contando cuentos, nada», dice Fernando Pessoa por medio de Ricardo Reis, uno de sus heterónimos, o sea, ese tipo de identidades ficticias creadas por un autor que le atribuye características particulares. Otro, Álvaro de Campos, afirma sobre la obra del ortónimo –es decir, el escritor que crea heterónimos– Pessoa que «desconocerse conscientemente es emplear activamente la ironía». El maestro de los tres poetas, el que niega toda filosofía, Alberto Caeiro, cuya muerte será sentida hondamente por Campos y Reis y, fríamente, por Pessoa, cuenta cómo fue el único de ellos en conocer al mencionado “alter ego” de Fernando Pessoa «ele mesmo».

No es un enredo de personajes literarios que busque confundir al lector, sino la combinación de cuatro «subpersonalidades» que nacieron un triunfal día de 1914 que originará todo un «drama em gente», como el mismo Pessoa lo definió. Éste tuvo la visión de convertirse en varios escritores, cada uno con su personalidad, biografía y estilo literario propios, con un nexo común: el de no esperar nada de una existencia dedicada sólo al pensamiento. A ello se consagró el escritor portugués, un hombre que eligió renunciar a todo –amor, dinero y hasta salud; a los cuarenta y siete años muere en un hospital de cirrosis hepática, en 1935– con el fin de construir su obra. «Así pues, el poeta sólo compartirá verdaderamente el mundo con sus “otros” interiores, cuya única voz múltiple le proporcionará la única realidad posible», dijo en la antología “Un corazón de nadie” (2001) Ángel Campos Pámpano. Éste aludía a la génesis de los heterónimos, nacida por «el profundo rasgo de histeria que hay en mí» y por «mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación», como cuenta el propio autor en una carta.

De hecho, las «Notas para el recuerdo de mi maestro Caeiro» de Campos se pueden leer ahora en la “Obra completa” que publica la editorial Pre-Textos con el nombre, no de Fernando Pessoa, como se suele hacer aunque los textos formen parte del corpus de un heterónimo, sino directamente con el nombre de Álvaro de Campos. Decisión que hay que entender de Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello, que se han encargado de la edición, la cual ha sido traducida y anotada por Eloísa Álvarez.

El baúl que no tiene fin

Destacar debidamente a los responsables del libro siempre es tarea muy importante cuando se está entre los manuscritos de Pessoa, que escribía en cuadernos con letra apretada poemas, prosas, minicuentos, aforismos, todo un caudal literario de complejísima transcripción y de ordenación muy distinta según quien la ejecute. El poeta dejaría casi todos sus escritos inéditos (sólo publicó un libro, los poemas de “Mensaje”) en un baúl, acumulando miles y miles de páginas escritas de forma caótica y que conservó su hermana durante décadas. El día antes de morir, escribiría en inglés: «No sé lo que el mañana me traerá». Un mañana que para los investigadores, así, fue trayendo continuos descubrimientos, el último de los cuales fue para nosotros «Iberia. Introducción a un imperialismo futuro», aparecido en 2013: un conjunto de borradores de Pessoa que abordan la “cuestión ibérica” y que nos acercaban a la vertiente política del poeta: resurrección del patriotismo luso y reivindicación de una cultura que tendría que extender puentes con España; incluso en esas páginas hay reflexiones que versan sobre la relación problemática entre el Estado y Cataluña, los porqués del establecimiento de una monarquía o una república en ambos países, o la identidad de Galicia.

Hay, pues, un Pessoa político, además de un Pessoa articulista, ensayista, novelista de tramas detectivescas, crítico literario, y muchas cosas imposibles de etiquetar más. Pero por encima de todo está el poeta que, en la carta citada, hace que Reis rinda homenaje a Campos, que un personaje hable de otro personaje, como si ambos fueran personas (Pessoa significa precisamente “persona”): de cómo le conoció, cómo era su rostro, qué pensaba de la vida… Luego, el lector podrá leer una entrevista hecha a “Álvaro de Campos, ingeniero naval y poeta futurista”, acerca de sus puntos de vista de la situación de Europa, y hasta cartas dirigidas al director de una publicación. El juego metaliterario llega tan lejos que Campos habla en estos términos de la única persona ¿real? de todo este fenomenal lío literario: “Fernando Pessoa sigue teniendo esa manía, que tantas veces le he censurado, de creer que las cosas se prueban. Nada se prueba a no ser para leer la hipocresía de no afirmar. El razonamiento es una timidez, dos timideces tal vez, siendo la segunda la de tener vergüenza de estar callado”.

No ser nada

En estos paradójicos y complejos términos se expresa el hombre que, según su ortónimo, se graduó en Glasgow aunque naciera en Tavira, en 1890, y destacó como poeta –seguidor del futurismo del italiano Marinetti–, estando relacionado con las revistas en las que colaboró Pessoa, “Orpheu” y “Portugal Futurista”. El lector interesado, sin embargo, tal vez tenga en mente en especial el poema «Tabaquería», escrito en 1928, cuyo inicio reza así: «No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Quitando esto, tengo en mí todos los sueños del mundo». Pizarro y Cardiello hablan de estos versos en la presentación del libro para referirse a ese ánimo nihilista y negativo mezclado con su ansia de que no se le clasifique. El mismo Campos se ve “exasperadamente sensible y exasperadamente inteligente. En esto me parezco (salvo en tener un poco más de sensibilidad y un poco menos de inteligencia) a Fernando Pessoa”.

Tal capacidad le llevará a crear poemas tan relevantes para la literatura portuguesa como la “Oda triunfal”: “A la dolorosa luz de las grandes bombillas de la fábrica / tengo fiebre y escribo. / Escribo rechinando los dientes, feroz por la belleza de esto, / por la belleza de eso enteramente desconocida de los antiguos”, y que es una exaltación del ruido tecnológico de la modernidad, o la “Oda marítima”: “Solo, en el muelle desierto, esta mañana de verano, / miro hacia la barra, hacia lo Indefinido, / miro y me alegra ver, / pequeño, negro y claro, un transatlántico que entra”, en el que expresa la “saudade” que le produce el puerto.

Estos y otros muchos poemas célebres como el “Saludo a Walt Whitman” y que son de Campos o se atribuyen a él se presentan en todas sus versiones halladas, de ahí que el proceso de edición haya sido meticuloso y difícil por esta manía, como diría Campos de Pessoa, de «otrarse» (el neologismo es suyo), a ser continuamente otro. El libro se cierra con una prosa que podría resumir la visión de este autor poliédrico: “Toda la literatura, y sobre todo la poesía, responde a un deseo de huir de la vida. Quien quiere vivir, vive y no canta. Quien no quiere vivir, canta para olvidar que vive. Por eso, los pueblos tristes tienen canciones alegres, y los pueblos alegres canciones tristes”. Pessoa, todo un microcosmos literario, tiene algo de esa contradicción: una vida melancólica y solitaria impregnada de un deseo dichoso de experimentar en el arte literario, de manera lúdica, autohumorística, que deparará mil sorpresas más desde un baúl que no parece tener fondo.
Publicado en La Razón, 24-XII-2016