miércoles, 15 de marzo de 2017

Entrevista capotiana a Cecilia Quílez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Cecilia Quílez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Existe un lugar que corregí legítimamente y en defensa propia dentro de mi  memoria en el periodo donde muchas personas han vivido sus momentos más felices. Me refiero a la infancia. Tanto es así,  que aún no he podido saber dónde está, estoy en ello. Prometo darle las coordenadas cuando lo encuentre.
¿Prefiere los animales a la gente?
Los animales, sin duda alguna. Hay un motivo sencillo que lo explica y es porque son los que de verdad nos dan lecciones de vida. Jamás nos dejarían solos en esas enseñanzas y ni mucho menos pasarnos una minuta.
¿Es usted cruel?
No, no tengo esa alteración genética que es exclusiva de los humanos. Tengo otros defectos que ya los he ido confesando en otras entrevistas y en algunos escritos.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, no tantos animales como una quisiera y algún que otro humano que puedo sumar fácilmente.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sabiduría emocional, lealtad, paciencia, sentido del humor y sobre todo de la justicia sin espavientos, es decir, con la cabeza bien armada y lo suficientemente fría como para que no dude la razón.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Cuando eluden sus propias imperfecciones o actos donde un poco de humildad podría hacerlos mejor, exactamente lo mismo que me podría pasar a mí con ellos. O si mercadean con nuestra buena disposición y/o posición en determinados asuntos para alcanzar sus propios objetivos. En realidad es más decepcionante comprobar que la codicia no conoce límites.  Los desleales al menos no los tienen y lo que es peor, la mayoría hasta lo ignoran. Mis perros, por el contrario, nunca me han fallado.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, no me cuesta nada de esfuerzo el que se me note. Por eso cuido que mis opiniones sean lo suficientemente claras y que no ofendan a nadie, a no ser por un hecho probado inaceptable que entiendo debe denunciarse a riesgo de mayores perjuicios para otros. Algunos confunden la franqueza con el descaro, pero me da pereza no darles la razón. Claro que si no la tengo, serán esos amigos que mencionaba antes los que me hagan ver que estoy equivocada. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Encontrándome con la libertad de hacer cualquier cosa que me distraiga. La expresión “tiempo libre” me parece un pozo demasiado profundo, casi una advertencia para recordarnos que somos esclavos por no poseerlo, precisamente. Hace un año un amigo me dio unos pimientos de su jardín y se me ocurrió plantar las semillas en un tiesto que tenía vacío (tengo muchos, las plantas nunca consideraron mis cuidados con la misma generosidad que se la devuelve a otros). El caso es que esta primavera ya han salido seis, pero llevo todo este tiempo arrancando hojitas y pulgones y pasando las horas contemplando este prodigio que para mí lo es más por esto que le digo de mi inutilidad con la hermana naturaleza. Sin embargo los tomates no han logrado superar el invierno. También tengo un madroño y una camelia que, de momento, no me están dando ese disgusto.
¿Qué le da más miedo?
Perderme momentos importantes de la gente que aprecio. Hablar del miedo. Despertar y no recordar nada. A veces despertar y recordar demasiado.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que haya líderes con un nivel alto de disturbio cerebral dirigiendo el mundo. La maldad en cualquiera de sus acepciones, su legislación consentida en los derechos fundamentales, tanto los humano como los de los animales y la naturaleza. El uso del  poder en ese mundo donde hemos tenido la misma posibilidad de nacer y que es, por otra parte, el más alto privilegio para cualquiera. La corrupción, el sabotaje y la excelencia a la mediocridad en todos los terrenos públicos y privados, incluso en el literario. Este último no debería escandalizarme, pero siento un bochorno espantoso que creo conveniente mencionar porque los lectores son ajenos a estas desagradables cuestiones, pero sí manipulables, que es al fin y al cabo el inicio de una oscura maraña de intereses bien orquestados.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No sé, no se me ocurre otra. Tendría que nacer de nuevo y en otro contexto pero admiro profundamente a otros con habilidades humanas o artísticas excepcionales y me siento muy agradecida por ello, por ser parte observadora en el mismo tiempo real. 
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Voy a un gimnasio regularmente. Me viene bien para que no se me atrofien el cuerpo y la mente.
¿Sabe cocinar?
Sí, además disfruto haciéndolo. Pero también me gusta que cocinen para mí o salir fuera de casa a un restaurante (con que tengan buena materia prima me basta, da igual que sea un cinco tenedores que uno con una cuchara de palo).
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Marie Curie, Leonardo da Vinci o mi abuela misma, por ejemplo. Aún estoy descubriendo cosas de ellos. De los primeros ya se ha escrito (nunca lo suficiente, sobre todo en el caso de personajes femeninos relegados históricamente al segundo plano), así que honestamente, no creo que al Reader's Digest le interesara otro reportaje más.  Podría escribir algún día sobre mi abuela materna. Si me lo piden ellos, mejor. Si no, también.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Infancia, ahí cabrían todos los futuros cimentados desde la igualdad y la pureza.
¿Y la más peligrosa?
Esa tiene muchas esquinas, aunque no quepan tantos dueños en el olvido o el odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca, pero sí me he preguntado porque no podríamos cambiar un solo día de algunas personas y ponerlas en el lugar de las que sufren sin que sepan que podrán volver a su vida (y que ojalá en esa reflexión debería ser ya la misma). Debo aclarar, no obstante, que siempre he pensado que ni la justicia tiene el derecho de aplicar la pena de muerte de la misma forma que no debería errar en sus propias leyes. Y está claro que las leyes no son absolutas y que requieren un cambio en sí mismas por y para el pueblo de este siglo. Tampoco llego alcanzar que en esta época que pretende sensatez entre el desarrollo y la razón, no se legisle de una vez la eutanasia como forma de ahorrar un vía crucis innecesario. 
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me sorprende que Truman Capote necesitara contestarse a esta pregunta. En estas cuestiones  nos empuja la coherencia hacia donde no cabe ninguna duda por cómo pensamos y actuamos consecuentemente dentro de nuestras posibilidades de ser mejor. Yo creo en el progreso, la justicia y la igualdad. Esta es mi propia política y revolución que desearía fueran en consonancia con esas leyes de las que hablo. La bondad debería ser una opción de ineludible exigencia por los ciudadanos que decidimos quienes nos gobiernan.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
La misma pero con un nivel adquisitivo lo suficientemente holgado para no quejarme tanto de otras obligaciones que me restan  dedicación exclusiva a lo que me gusta hacer pero por las cuales me pagan para seguir haciéndolas.  Ya ve que insisto igualmente cuando me pregunta qué hubiera querido ser en vez de dedicarme a la creación literaria. Me ha tocado esta vida y ya empiezo a estar un poco cansada de renegarme a mí misma, así que procuro ahora disfrutar de lo que me acarrea esta condición. Tengo que aceptar que es un privilegio, a pesar de los pocos beneficios que puede aportar a la mayoría de los que estamos en esta circo de vanidades.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Hablar demasiado.
¿Y sus virtudes?
Hablar demasiado claro.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Pero es que no me estoy ahogando. Imagine que se lo pregunta a un pez, a lo mejor pensaríamos lo mismo: respirar.

T. M.