lunes, 27 de marzo de 2017

La verdad del tacto


Un vistazo general a la obra poética y ensayística de Pedro Alberto Cruz enseguida revela la importancia de lo corporal en su mirada. Este profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, con pasado de siete años en el ámbito político como consejero de Cultura, Juventud y Deportes en la misma región, y aún más atrás, en el de la gestión cultural en el Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo, ya cuenta con una considerable trayectoria que incluye cuatro poemarios. Debutó en este género en el año 2011, con el libro “No comparto las razones de la luz”, donde el cuerpo tenía un protagonismo evidente. Dos años después tal cosa se haría explícita en el título de su segunda reunión de poemas, "Cuerpo de un solo día", cuyo estilo en el prólogo fue alabado por Luis Alberto de Cuenca. En 2014, "Tú y el afuera" profundizaría en el tacto de lo corpóreo, lo carnal y amoroso, pero con el tema de la paternidad detrás de sus versos.

Y así llegamos a “De la nada a tu carne”, en esta ocasión en torno al amor romántico, en el que la poetización de cuanto tiene que ver con la presencia física y sensitiva de la amada se convierte en, como reza la dedicatoria, un destino de todos los sentidos: “Vibra tu piel”, “Tu cuerpo araña / el sentido ordinario de la quietud”, “Tu cuerpo es la eternidad de aquella mañana”, “Le he dejado todo el mundo a la verdad de tu tacto”, “Te quedas inmóvil. En tu cuerpo. Sin dejar / nada de ti en los alrededores”… El objeto amoroso es así una isla intacta, pura, a la que aspirar, tocar, observar, oler; es el reposo del mundo, lo que justifica estar vivo. Y es también el desencadenante de cierta incertidumbre en el sujeto poético, que tiene sin poseer, que descubre cada vez de manera nueva lo que ya le era conocido: “Me limito a tu piel y no te conozco”, o incluso se plantea su propia identidad: “Me pregunto si antes de que pusieras tu mano / en mi rodilla, yo existía”.

Ver, tocar

Ese juego de identidades, de ausencias presentes, de presencias ausentes en las que tanto profundiza Cruz –muy influido según él mismo por los heterónimos de Fernando Pessoa, el rey de la identidad plural– tiene mucho que ver con cómo ha estudiado las creaciones visuales en el ámbito pictórico o escultórico. No en vano, también es autor de estudios como “La vigilia del cuerpo. Arte y experiencia corporal en la contemporaneidad”, “La muerte (in)visible. Verdad, ficción y posficción en la imagen contemporánea” o “Cuerpo, ingravidez y enfermedad”. La relación del observador con su destino visual-sensual es casi la de un esteta “voyeur” de la carnalidad, la del contemplativo frente a una obra artística con la que guarda distancia a la vez que intenta captar hasta corporeizarse con ella. Como dice en el poema XIX (“De la nada a tu carne” consta de cuarenta y tres composiciones numeradas): “La carne invade mi respiración”. Ya no basta el mero lenguaje, pues ya el tacto de los dedos “está lleno de palabras”, y así el cuerpo silencioso de la amada se queda sin ni siquiera nombrar, como para no mancillarlo mediante un idioma que no haría más que simplificarlo, adulterarlo, “dejarlo inmóvil”, exactamente como una obra de arte cuya belleza cabe admirar y que representa la única objetividad. Por eso las manos, al tocarla, tocan lo real, viajando Cruz así a lo primigenio del cuerpo humano, pues “ver, tocar” es “el primer acontecimiento del mundo de siempre”. 

Publicado en La Razón, 23-III-2017