martes, 25 de abril de 2017

Clint Eastwood en Almería


Clint Eastwood es quien es, de alguna manera, gracias a España. Gracias a un cineasta italiano que rodó tres wésterns en Almería que se convertirían en tres clásicos de la gran pantalla pese a su bajo presupuesto y condiciones de rodaje complicadas. Sobre todo ello ha investigado el periodista Francisco Reyero (Sevilla, 1971) hasta confeccionar «Eastwood. Desde que mi nombre me defiende» (editorial Fundación José Manuel Lara), en el que cuenta con detalle y amenidad todas las circunstancias que rodearon el trabajo del director que emprendió lo que acabaría siendo la llamada «Trilogía del dólar», Sergio Leone. Sus títulos en italiano, «Per un pugno di dollari» (1964), «Per qualche dollaro in più» (1965), «Il buono, il brutto, il cattivo» (1966), se traducirían así al español: «Por un puñado de dólares», «La muerte tenía un precio» y «El bueno, el feo y el malo». Nacía el denominado despectivamente por los críticos cinematográficos «spaghetti western», un subgénero que se desarrolló durante las décadas de los sesenta y setenta –gracias precisamente al éxito de Leone– y que encontraba en escenarios europeos (Almería, alrededores de Madrid, Huesca, Burgos, los estudios de Cinecittà en Roma) un paisaje acorde con el Oeste americano lleno de pistoleros y en el que los gastos de producción siempre eran reducidos.

El protagonista de tal trilogía, como cuenta Reyero, tiempo atrás había estado «durmiendo el sueño americano, cerca de los treinta, estaba a la espera de una película que no llegaba, descartado sucesivamente para uno, otro y otro pequeño papel. A veces, interrumpía alguno de los oficios con los que iba tirando. Dejaba por un momento su trabajito de limpiador de piscinas, de guardia forestal, de hombre que luchaba contra el fuego y se iba a buscar un teléfono cercano». Entonces llamaba desde alguna cabina telefónica a su agente para preguntarle lo de siempre: si había algo para él. Y lo habría sobre todo, en aquellos difíciles inicios para Clint Eastwood (San Francisco, 1930), mediante un papel en una serie para televisión titulada «Rawhide», también de estilo wéstern, que contaba las peripecias de un par de ganaderos, y que le reportaría al futuro director, músico, productor y compositor cierta popularidad en Estados Unidos a lo largo de los más de doscientos capítulos en los que participó.

Icono popular

«Montando a caballo y rodando mecánicamente, acumulaba seis temporadas cuando aceptó trabajar a las órdenes de Sergio Leone, un director italiano rodeado de problemas económicos hasta para pagar las dietas. Ese guiño del destino y soportar el caótico rodaje de «Por un puñado de dólares» entre Madrid y Almería, enderezó su carrera». Es más: «Aquel trío de “spaghetti westerns” fue el responsable de su conversión en icono». Y de iconos populares y de todo lo que tiene que ver con la mitología contemporánea y la imagen sabe mucho Reyero, que con este libro sobre Eastwood en España alcanza su particular trilogía norteamericana, después de dos títulos sobre dos hombres de fama universal. Primero, fue «Sinatra: Nunca volveré a ese maldito país» (2015), en el que revisaba las aventuras del cantante y actor por España, destacando en ello sus broncas o sus problemas con compañeros de rodaje como Sofía Loren; después, vendría el reciente «Trump: el león del circo» (2016), en el que el escritor abordaba la figura del por entonces candidato del Partido Republicano a la presidencia del gobierno, y hoy polémico a diario presidente de Estados Unidos, y toda la red de «merchandising» que se fue tejiendo a su alrededor, hasta convertirse en un «populista de mercado», con un pasado como especulador financiero, fraudes y diversas bancarrotas, enfrentado a los medios de comunicación que le son críticos.

Eastwood, afiliado por cierto al Partido Republicano desde 1952, cuando apoyó a Eisenhower, y también afín a las políticas de Nixon (hasta el escándalo Watergate y su gestión de la guerra de Vietnam), a la candidatura de John McCain en las presidenciales de 2008 y en estos meses a la de Trump, no fue sin embargo la primera opción para Leone. «El principal resultado de sus tres aventuras españolas fue que quedó inseparablemente unido a su personaje», escribe Reyero, y ahora parece imposible asociar a tal personaje la imagen de otro actor. Pero en primera instancia, el director de «Érase una vez en América» (su última película, de 1984; con Robert De Niro y James Woods) había pensado en Henry Fonda y Charles Bronson, y al parecer las negociaciones fueron inclinándose hacia la participación de James Coburn. Éste se llegó a comprometer pero luego rechazó el papel, tal vez porque ningún actor de Hollywood estaba reaccionando con interés o por las «irrisorias condiciones económicas». Así las cosas, Leone se decantaría por un Eastwood que permanecía encasillado como ganadero televisivo y que sentía que no iba a perder nada yendo a España, pues si el proyecto fracasaba era improbable que llegara a estrenarse en Estados Unidos.

Siete semanas en España

El plan sería trasladarse unos días a Roma y luego siete semanas a España, «cuyas localizaciones iban a representar la frontera norteamericana con México». Desde el comienzo, no obstante, surgirían contratiempos de todo tipo, y el rodaje, totalmente caótico, de «Por un puñado de dólares», que se llevó a término entre la primavera y el verano de 1964, «estuvo salpicado por continuos problemas, impagos y amagos de abandono, pero apenas unos meses después la película se estrenó sigilosamente en Italia y desde el primer momento se convirtió en un gran éxito». La apuesta de Leone había sido arriesgada: con un presupuesto ínfimo, con la necesidad de pedir permiso al Gobierno franquista para rodar en España, sin protagonista al comienzo de la filmación... y además teniendo en mente una fuente de inspiración diametralmente opuesta al carácter fílmico occidental: «Yojimbo», la cinta de Kurosawa sobre un samurái que Leone transformaría «en un pistolero vengativo, silencioso y sanador».

En cuanto a Eastwood, la experiencia española también estaría marcada por lo sentimental. Llevaba ocho años casado con una mujer que había conocido en la Universidad de California, donde él era instructor de natación, pero entonces tendría un «affaire» con una mujer que se quedaría embarazada de él, aunque de eso el actor se enteraría más adelante (tiene siete hijos de cinco mujeres diferentes). La que sería su primera hija nacería en junio de 1964, cuando el actor californiano estaba en una España gris y atrasada, en la que para un extranjero destacaban «sus gentes: las envejecidas mujeres de luto de las pedanías del poniente andaluz, los jóvenes soldados norteños del cuartel de San Marcial reclutados para hacer escenarios y para participar como extras, [...] los taxistas que ayudaban a los directores a localizar por trochas y veredas, los figurantes pluriempleados, los secundarios valiosamente feos que trabajaban de malos en varios títulos al mismo tiempo, los técnicos de efectos especiales por lo castizo, los chivatos, los deudores, los sinvergüenzas, los pelados». Todo un paisajismo humano autóctono mezclado con «las hordas de peliculeros italianos que hicieron de su idioma el oficial de Almería». A lo que se añadía la mirada de un actor que se convertiría en uno de los hombres del cine más completos y brillantes de la historia, que vio, como dijo en una entrevista de 1985, «todos aquellos españoles, caras gitanas...», y «aquel ambiente tan enigmático, extraño...».

Publicado en La Razón, 16-IV-2017