domingo, 2 de abril de 2017

El inventor de palabras

He aquí una de las mentes literarias y científicas más fascinantes de la historia, pero también más desconocidas y a la vez más admiradas por una serie de hombres de letras que lo idolatraron hasta el extremo: Samuel Johnson, Coleridge, Melville, Poe, Emerson, Dickinson, Borges, W. G. Sebald y, en nuestro contexto más cercano, Javier Marías, que tradujo dos de sus textos más importantes hace ya más de treinta años. El narrador madrileño hablaba en estos términos de Thomas Browne: “Nadie niega que a él se deben algunos de los párrafos e ideas más sobresalientes y profundas que jamás se hayan escrito sobre la muerte y la mortalidad, Dios y la religión, el tiempo, la antigüedad, la perduración en la memoria de los hombres y el olvido”. Es un muy buen resumen de una personalidad que Hugh Aldersey-Williams ha querido estudiar contrastando su vida y pensamiento en el siglo XVII con nuestro siglo XXI.

El resultado es una biografía, ensayo cultural, estudio etimológico (Browne fue un extraordinario inventor de neologismos) que no puede empezar de manera más curiosa: con el autor siguiendo los pasos de su biografiado en bicicleta, para acercarse al ritmo en que Browne se desplazaría en 1662, cuando hizo un viaje de Bury a Norwich, de regreso a casa después de participar en un juicio a dos brujas para el cual había sido requerido en calidad de “persona de gran conocimiento”. No en vano, Browne era un médico formado en las facultades de Anatomía y Medicina más ilustres de Europa, toda una celebridad como filósofo y escritor que “acuñaba vocablos, pronunciaba discursos de moral cristiana, ejercía de naturalista, de anticuario y de científico, y ponía en solfa toda clase de mitos”. Así, tras escuchar todos los testimonios, contribuyó para que aquellas desgraciadas fueran enviadas al patíbulo, al referirse a un reciente descubrimiento de unas brujas en Dinamarca que clavaban alfileres a las «personas afligidas» como habían hecho las acusadas. Una anécdota, cuenta Aldersey-Williams en estas “Aventuras de Sir Thomas Browne en el siglo XXI” (traducción de Carlos Jiménez Arribas), que dio que pensar al tribunal, que al final se decantó por ordenar el ahorcamiento.

Esta contradicción entre el hecho de ser un hombre de ciencia que buscaba conciliar su racionalismo profesional con la fe cristiana y ser capaz de creer en las brujas ha deslumbrado a muchos lectores, más teniendo en cuenta que en la época Browne se hizo famosísimo por publicar un enorme catálogo de «errores vulgares» compuesto de siete volúmenes “llenos de estúpidas creencias comunes en el siglo XVII, cada una de ellas puesta sobre el tablero y luego desautorizada con erudición, prurito científico, ternura y sentido del humor”. Se titulaba “Pseudodoxia Epidemica”, y en él hablaba de asuntos como los inexistentes ombligos de Adán y Eva, que aparecían en grabados medievales y renacentistas, la longevidad de Matusalén, el supuesto mal olor de los judíos o la maldición divina sobre los antepasados de las gentes de raza negra.

Científico de la lengua

El autor reconoce su obsesión por Browne: “Está a las puertas de la ciencia moderna y aun así le rinde culto al mundo antiguo y sus misterios”, y con este libro reivindica “que no se lo conoce lo suficiente y que ha sido injustamente olvidado”. Y de hecho, nombramos cosas en el día a día gracias a él, el autor de “Religio Medici”, la “religión de un médico”. Aldersey-Williams recuerda que “inventó palabras esenciales como el adjetivo médico, y otras como precario e inseguridad e incontrovertible y alucinación, términos que hablan con una precisión nunca antes vista del debate inminente que se iba a producir para distinguir lo real de lo imaginado”. Concretamente, acuñó 784 neologismos y dio un primer uso para un significado más ajustado a la realidad para otros 1.616. Por ejemplo, cansado de usar el sintagma “antes del diluvio”, inventó “antediluviano”, y creó muchos vocablos nuevos poniendo “-in” delante de palabras como “inactividad” o “inconsciente”, además de inventar palabras hoy tan comunes como “carnal”, “indígena”, “migrante” o “temperamental”. Se trataba al fin y al cabo de una mente científica que quería buscar formas expresivas, de ahí que «su estudio de las propiedades de los imanes lo llevó a acuñar la palabra “polaridad”. “Electricidad” salió de sus observaciones sobre los efectos de la carga estática».

El modelo a seguir para los científicos actuales, afirma Aldersey-Williams, es el de Browne en el sentido de alejarse de arrogancias intelectualistas y encontrar una vía paciente y comprensiva frente a lo que se estudia. Por eso el autor explora los hitos culturales y acontecimientos biógrafos de Browne para urdir cómo éste podría enfrentarse a los problemas que nos acucian en la actualidad. El lector podrá conocer cómo fue un pionero en la relación compasiva entre médico-paciente, sus teorías sobre los animales, su trabajo en el ámbito de la botánica y en estructuras ajardinadas, sus investigaciones con respecto a la química, arqueología, antropología, física, astronomía… Y todo cuestionando la verdad de todo lo científico, como si no hubiera una verdad unívoca, que es la manera de aprender y estar de continuo en los albores de la modernidad.

Publicado en La Razón, 30-III-2016