domingo, 29 de octubre de 2017

Entrevista capotiana a Ángel Fernández Benéitez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ángel Fernández Benéitez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Vivo en el lugar por mí elegido con un pequeño bosque por mí plantado. Por mis particulares circunstancias, salgo muy poco. Mi casa está abierta a los amigos naturalmente.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me gustan los animales y las buenas personas o, al menos, las que me inspiran sentimientos gratos. No las cambio por animales, pero me siento acompañado por unos y por otras. Procuro alejarme de las que me intoxican.
¿Es usted cruel?
Tal vez en algún momento de mi vida lo haya sido pero, de haber ocurrido, no me sentiría satisfecho por ello.
¿Tiene muchos amigos?
No creo. Conozco a mucha gente, pero no a todos los considero amigos. Vivos, hasta tres. Muertos, alguno más.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La tradición, lo que permanece, lo que supera el tiempo, la distancia: la confianza sin necesidad de confesiones. El silencio que lo sobreentiende todo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera?
Reservada. Prefiero callar a mentir.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo muchas opciones. Nunca me gustaron los deportes de riesgo. Los juegos de mesa me aburren.
¿Qué le da más miedo?
La sinrazón humana,
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La desvergüenza de algunos políticos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Nunca decidí ser escritor. Fue ocurriendo. La poesía, desde mi punto de vista, no exige un guión previo ni siquiera un propósito. Cada poema ocurre como fenómeno lingüístico que pretende entender una experiencia personal. Si se traslada a los otros, bien. No caerá en picado la autoestima. Me habría gustado saber pintar para reflejar la luz en los objetos y lo que me hace sentir. No aprendí a hacerlo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
¿En una silla de ruedas? No tanto como me gustaría.
¿Sabe cocinar?
Algo pero prefiero comer lo que cocinan otros.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi amigo Carlos Pinto Grote, poeta canario al que admiré como poeta, persona y personaje.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
No sé cualquier idioma. Quizá la afirmación.
¿Y la más peligrosa?
La negación.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Se me ha pasado por la cabeza. Solo una vez. Me duró poco.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Depende desde dónde me miren.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No puedo ser otra cosa ni espero serlo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No pienso hablar de ellos, porque son míos y no son principales.
¿Y sus virtudes?
La que pierdo más a menudo: la paciencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ignoro el esquema clásico. Quizá, cuando me esté ahogando, pueda hacerme una idea.

T. M.