domingo, 15 de octubre de 2017

Entrevista capotiana a Juan López-Herrera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan López-Herrera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En cualquier ciudad con al menos dos mil años de historia, cuyo corazón uno pueda recorrer a pie, donde sea posible desayunar en la calle de forma civilizada (cafelito y tostadas de manteca colorá) y donde uno pueda encontrarse con los amigos sin necesidad de citas previas. Puede que eso me limite a Sevilla y Cádiz, pero ya dijo mi paisano Fernando Villalón que el mundo se divide en dos partes: Sevilla y Cádiz.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, claramente prefiero a la gente. Con todos mis respetos, creo que quienes prefieren a los animales suelen tener serios problemas de relacionamiento con sus semejantes. Acabo de vivir tres años en el Reino Unido y me produce cierta desazón que alguien dedique más mimos a un perro o un caballo que a un niño.
¿Es usted cruel?
No, al menos no conscientemente.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, practico el culto de la amistad y soy muy fiel a mis amigos. Muchos de ellos son mis amigos de infancia y de colegio.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Cada día más, la bondad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque no espero de ellos más de lo que pueden dar.
¿Es usted una persona sincera? 
No, la sinceridad está sobrevalorada y es muy peligrosa. La sinceridad es inevitablemente cruel. El proceso de civilización consiste precisamente en refrenar estos impulsos primarios en aras de una mejor convivencia. De la misma forma que hemos aprendido a no hacer nuestras necesidades en público, la buena educación implica no decirle a alguien que es feo, desagradable o imbécil, aunque claramente lo sea. No hay frase que me irrite más que esa estupidez de “es que yo soy muy sincero” con la que se justifican muchas faltas de respeto y muestras de pura mala educación. Y, curiosamente, los pretendidamente sinceros raramente lo son consigo mismos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo.
¿Qué le da más miedo?
Supongo que como a todo padre, que algo malo le ocurra a mis hijas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Afortunadamente hay muchas cosas que todavía me escandalizan: la gran corrupción y las pequeñas corruptelas, la falsedad, la hipocresía, la falta de respeto, esos personajes que en Sevilla llamamos “enteraos” y los cariocas denominan “expertos”, los trepas, los jetas…
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo que ya hago a diario: ganarme el pan con mi trabajo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, en circunstancias normales procuro correr y/o nadar dos o tres días por semana. Pero sin ninguna pretensión competitiva.
¿Sabe cocinar?
No. Me encanta comer y friego divinamente, pero no sé hacer nada más allá de un huevo frito.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi padre, como representante de una generación minusvalorada que en la postguerra reconstruyó este país y que con su sensatez y generosidad permitió la restauración de la democracia. Pese a las apariencias y a sus circunstancias vitales, a la hora de la verdad fue gente tolerante y respetuosa, mucho más de lo que hoy en día lo estamos siendo otras generaciones posteriores, incluyendo a los más jóvenes.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana. Implica siempre la posibilidad de empezar de nuevo.
¿Y la más peligrosa?
Dudo entre sinceridad (“Yo es que soy muy sincero”) y derechos (“Tengo derecho a…”). Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo son los derechos sin la contrapartida de los deberes.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, sólo estrangular hasta amoratar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Como me decía un ex jefe y amigo mío, progresista de orden.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Escritor y lector a tiempo completo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Una cierta pereza para mis temas personales, no para el trabajo. Si pudiera viviría encamado, como aquellos parientes que describía en sus memorias Caballero Bonald, pero en mi caso con un libro en las manos.
¿Y sus virtudes?
Me gustaría pensar que soy una buena persona, aunque todos tenemos nuestras zonas de sombra en las que no nos gusta escudriñar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un flotador.

T. M.