domingo, 8 de octubre de 2017

Tierras sangrientas


En 2005, un Adam Zagajewski que estos meses habrá multiplicado su popularidad gracias a haber obtenido el Premio Princesa de Asturias de las Letras –nacido en la localidad polaca de Lvov (hoy en Ucrania) en un año terrible y esperanzador a partes iguales, 1945–, aterrizaba con fuerza en nuestro idioma gracias a la traducción de un par de sus mejores libros. A partir de ese momento, pudimos conocer escritos suyos de tinte autobiográfico, como «Dos ciudades» (1995), el relato de su infancia y adolescencia desde que abandonara Lvov a los cuatro meses de vida tras incorporarse la ciudad a la URSS. A la Lvov (o Lviv, Lemberg o Lwów, pues así se la ha llamado en diferentes etapas según quién la ocupaba: polacos, soviéticos, alemanes, hasta en ocho ocasiones cambió de manos a lo largo de treinta años) que el polaco Józef Wittlin, muerto en Nueva York en 1976 tras haberse exiliado, dedicó un hermoso homenaje que la editorial Pre-Textos publicó en 2006, «Mi Lvov».

Este libro nació de la idea del poeta Jan Lechon de crear un paisaje literario de «ciudades perdidas». Perdidas en el pasado destructor, víctimas de conquistas y represiones, crímenes y éxodos. Ahora, Lvov de repente cobra tanta importancia en la última obra de Philippe Sands, «Calle Este-Oeste» (traducción de Francisco J. Ramos Mena), que este profesor de Derecho Internacional en Londres y ensayista le dedica una nota inicial. Y es que leyendo este extraordinario estudio histórico y a la vez familiar –a partir de la misteriosa vida de su abuelo materno Leon Buchholz, nacido allí–, se diría que este lugar tan maltratado fue uno de los epicentros del terror totalitario, de ahí que Sands lo llame «tierras sangrientas», como expresó un historiador en un «libro sobre los terrores infligidos a la región por Stalin y Hitler». Por si fuera poco, cerca de Lvov estaba Belzec, «que más tarde sería el emplazamiento del primer campo de exterminio permanente que utilizó el gas como instrumento de matanzas masivas».

La familia y los nazis

Todo partirá de una invitación que recibe el autor para dar una conferencia en Lvov, en 2010 –en su calidad de abogado especialista en casos de matanzas, como los de la antigua Yugoslavia y Ruanda–, después de haber descubierto «un hecho curioso y aparentemente inadvertido: los dos hombres que introdujeron los conceptos de crímenes contra la humanidad y genocidio en el juicio de Núremberg, Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin, respectivamente, habían vivido en la ciudad en el periodo sobre el que escribió Wittlin». Las coincidencias se suceden y Sands irá comprobando que pueden establecerse nexos entre sus propios familiares –Lauterpach vino al mundo en la misma calle en que lo había hecho su bisabuela, la calle Este-Oeste del título– y una época oscura que va saliendo a la luz a medida que investiga, incluyéndose en ello pruebas propias de ADN y demás curiosas iniciativas.

De esta manera, irán interrelacionándose los dos personajes mencionados con el militar y abogado nazi Hans Frank y el abuelo del escritor, que «eligió el camino del silencio» tras una vida marcada por el acoso de los nacionalsocialistas. Todo en un relato que alterna el ayer histórico con pasajes tan potentes como el que cuenta cómo Sands visitó la sala de juicios del Palacio de Justicia de Núremberg junto con uno de los hijos de Frank, que había estado casi un año en el banquillo hasta ser condenado a la horca.

Publicado en La Razón, 28-IX-2017